La ultraderecha europea se salta el cordón sanitario colando su discurso en la derecha tradicional

Santiago Abascal y Georgia Meloni se abrazan en un acto en España.

El cambio de siglo trajo a la Unión Europea lo nunca visto desde la Segunda Guerra. En uno de sus Estados miembro (Austria), la extrema derecha (el FPO de Jorg Haider) alcanzó el poder en coalición con la derecha tradicional. La respuesta europea fue tan contundente que Austria fue puesta en hibernación (se abrió un procedimiento de sanción, se envió una misión a Viena y se suspendió la presencia de sus ministros en muchas reuniones) hasta que se rompió la coalición.

Aquel pacto generó una ola de indignación por toda Europa que 23 años después murió. Hoy esos pactos son banales. En pocos meses se ha anunciado que la derecha sueca volvía al poder, desbancando a los socialistas (que eran los más votados) gracias al apoyo parlamentario de la extrema derecha. En Finlandia este mes se cierra la negociación para la formación del Gobierno más a la derecha desde la Segunda Guerra Mundial, una coalición de cuatro partidos que lidera la derecha tradicional, socia europea del Partido Popular, y en la que entran los ultraderechistas de Verdaderos Finlandeses. Se ve que quien vote otra cosa es finlandés, pero de mentirijillas. En Italia entraron el año pasado con los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y, otra vez, con La Lega de Matteo Salvini. España es su próximo objetivo.

La entrada de partidos de extrema derecha en gobiernos regionales y nacionales lleva sus ideas a los gobiernos pero sobre todo está provocando que la derecha tradicional se vaya acercando a los postulados de la extrema derecha. Las ideas ultras parecen ir ocupando un sitio por cuenta de sus partidos pero también porque una parte de las delegaciones nacionales del Partido Popular Europeo, como la española, no se niega a pactar con los ultras ni a aceptar en las negociaciones, como en Valencia, sus programas.

Francia es uno de los países donde más clara se ve la influencia. Mientras la derecha tradicional de Les Républicains, el partido que un día fue de Charles de Gaulle, de Jacques Chirac o de Nicolas Sarkozy, mantiene oficialmente el cordón sanitario contra la extrema derecha de Marine Le Pen, empieza copiarle parte de sus ideas, como la de organizar un referéndum para que Francia se salga de ciertas políticas europeas en materia de Interior o Inmigración. El rechazo al extranjero es lo primero que copian.

La defensa de las minorías y de sus derechos dejó de ser ya una política que recorría todo el arco parlamentaria (excepto la bancada ultra, en los parlamentos en que esta existía) para empezar a perder espacio entre las derechas tradicionales. Al intentar no perder más votos hacia la ultraderecha empezaron a copiarle discursos como el de los supuestos privilegios de esas minorías.

Si la derecha tradicional, agrupada en el Partido Popular Europeo, no se ha pasado claramente al negacionismo climático, ya intenta frenar directivas europeas que hace apenas unos años hubiera aprobado y defendido, como la de Restauración de la Naturaleza. Algunos de sus dirigentes se han sumado a los discursos anti-transición energética usando el eslogan “renovables sí, pero no así”, que en realidad parece más un “renovables sí, pero no aquí”.

Italia es un caso especial porque la extrema derecha lidera el Gobierno y la derecha tradicional, la Forza Italia del difunto Silvio Berlusconi, es uno de los socios menores. Por eso en Italia el movimiento ideológico fue de los ultras hacia el centro. Meloni dejó aparcados los discursos más euroescépticos, se colocó del lado de Ucrania y contra Rusia y por momentos pareció la menos ultra del Gobierno. El líder del Partido Popular Europeo, el bávaro Manfred Weber, está haciendo todo lo que puede para atraer a los eurodiputados de Meloni a sus filas o para pactar con ellos tras las europeas de 2024.

Alemania defiende oficialmente su cordón sanitario contra los ultras de AfD. Friedrich Merz, secretario general de la CDU (el partido que dirigió Angela Merkel durante dos décadas) dijo la semana pasada en la televisión pública: “Mientras yo sea el presidente de la CDU no habrá la más mínima cooperación con ese partido a la vez xenófobo y antisemita”.

AfD alcanza en algunos sondeos el 20% del voto a nivel nacional (aunque es cierto que las casas de sondeos han sobreestimado tradicionalmente sus apoyos) y en algunos Lander del este de Alemania el cordón sanitario puede saltar por los aires porque sus apoyos se acercan ya al 35%. Para evitar que gobiernen algunas regiones del este tendrían que pactar prácticamente todas las demás fuerzas parlamentarias.

Ante ese escenario, algunos dirigentes de la CDU empiezan a copiar mensajes del programa de AfD, como los de eliminar o reducir las ayudas que reciben los refugiados o ir contra las políticas de género. Pero la división es profunda y quedan muchos merkelistas que consideran que acercarse a la ultraderecha, además de ir contra la tradición de la democracia cristiana alemana, no va darles todo los votos que van perder por el centro.

La vecina Austria fue la pionera de los pactos con la extrema derecha y es uno de los países donde ciertas propuestas de la extrema derecha del FPO se parecen más a las de la derecha tradicional del OVP. Pocas diferencias tienen por ejemplo en política migratoria.

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Bélgica es un caso especial. Si en Valonia y entre los votantes francófonos de Bruselas (la inmensa mayoría), la extrema derecha no existe, no tiene ni un miserable concejal que llevarse a la boca, en Flandes la derecha radical y nacionalista de la NVA y los neonazis del Vlaams Belang suman casi el 50% del voto de la región. La NVA comparte grupo europarlamentario con Vox o los eurodiputados de Meloni, pero el Vlaams Belang es tan ultraderechista que hace que la NVA no parezca extrema derecha.

Hungría es uno de los grandes símbolos de la derechización de la derecha tradicional. El Fidesz de Viktor Orban (13 años ya en el poder) era un partido más del Partido Popular Europeo hasta que empezó a girar a la derecha. En 2021 sacó a sus eurodiputados del Partido Popular Europeo pocos días antes de que los expulsaran y desde entonces se pasó con armas y bagajes al campo de la extrema derecha. Sus simpatías ahora son para Giorgia Meloni y sus aplausos más ruidosos para Donald Trump.

En 2019, el líder conservador sueco Ulf Kirstersson, dijo que rechaza “colaborar, conversar, cooperar y gobernar” con la extrema derecha de SD. El tiempo pasó y las necesidad de encontrar aliados parlamentarios llevó a Kistersson a decir que los ultraderechistas tenían razón cuando propusieron restringir la inmigración. El partido de Kirstersson quiere por ejemplo que cualquier funcionario público esté obligado a denunciar a un inmigrante sin papeles para que sea detenido. Una idea originalmente de la extrema derecha.

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