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Albania, Montenegro, Serbia… la ola de protestas hace posible una primavera en los Balcanes

Manifestación celebrada este sábado en Montenegro por la dimisión del presidente de la República Milo Đukanović.

Jean-Arnault Dérens | Laurent Geslin (Mediapart)

Hacía bastante tiempo que no habíamos pateado así las calles de los Balcanes. Después de Belgrado toca Podgorica, la capital de Montenegro, donde los ciudadanos se manifiestan entonando ¡Milo, ladrón, dimisión! ¡Nosotros somos el Estado!”. Reclaman la dimisión del presidente de la República, Milo Đukanović, y la del primer ministro, Duško Marković, la de los principales procuradores del país y también de los dirigentes de la televisión pública RTCG.

En Serbia, el movimiento de protesta, iniciado el 8 de diciembre, no deja de extenderse: ahora las concentraciones tienen lugar cada fin de semana, en viernes o sábado por la tarde, en 60 ó 70 ciudades del país, entre ellas pequeñas localidades donde las últimas manifestaciones callejeras se remontan a la caída de Slobodan Milošević, en octubre de 2000. Se han visto incluso concentraciones en los enclaves serbios de Kosovo, poco acostumbrados a protestar contra Belgrado. El sábado 23 de febrero unas sesenta personas desfilaron en la pequeña localidad de Pasjane, al Este del país, donde el poder serbio no reconoce aún la independencia.

En Albania, los estudiantes se han movilizado también desde primeros de diciembre contra la reforma de la enseñanza superior implantada por el Gobierno socialdemócrata de Edi Rama, apoyada por la Unión Europea. Denuncian la competencia en la que verán obligadas a concurrir las universidades y han conseguido ya la retirada de la subida del precio de las matrículas. Una victoria parcial conseguida cuando el poder parece estar en apuros.

El 28 de diciembre, Edi Rama destituyó a la mitad de su Gobierno y ahora debe afrontar la movilización de la oposición conservadora, que organizó el sábado 16 de febrero una imponente concentración que, por cierto, terminó de forma violenta. El 21 de febrero, los diputados del Partido Demócrata (PD), acompañados de miles de simpatizantes, consiguieron forzar la entrada al Parlamento para presentar su dimisión colectiva y el día 27 una nueva manifestación reunió a un enorme gentío.

Los estudiantes albaneses no ven con buenos ojos esta reactivación de las protestas y no cesan de repetir que no simpatizan con ninguno de los movimientos que se suceden en el poder desde la caída del comunismo en 1991, el PD y el Partido Socialista (PS) de Edi Rama. Cuando uno de ellos llega al poder lleva a cabo la misma política neoliberal que su predecesor. Esta pseudo-alternancia es la que denuncian los estudiantes”, opina el sociólogo Beldi Kajsiu en sus columnas del semanario Panorama, en las que se describe “la rebelión de una generación que ha crecido después del comunismo en esta interminable transición.

En Belgrado, donde la extrema izquierda serbia está atomizada en múltiples corrientes, en cada manifestación ondea una gran pancarta que proclama: “Abajo Vučić, abajo el capitalismo”. Aleksandar Vučić, tránsfuga de la extrema derecha nacionalista, fue primer ministro en 2014 y presidente de la República en 2017, mientras su Partido Progresista Serbio (SNS) controla en solitario la casi totalidad de los ayuntamientos y todas las instituciones del país.

El SNS, miembro del Partido Popular Europeo, reivindica una línea “pro europea” pero aplicando una política neoliberal desenfrenada asociada a un nepotismo y un clientelismo sistemáticos. Aleksandar Vučić disfruta aún del apoyo abierto de la mayor parte de los dirigentes europeos, que creen ver en él al hombre capaz de aceptar un “compromiso histórico” sobre la siempre candente cuestión del estatuto de Kosovo.

En Serbia, los partidos de la oposición parlamentaria tratan también de tomar iniciativas y proponen desde hace dos semanas un “acuerdo con el pueblo” basado en la formación de un gobierno técnico y la preparación de elecciones anticipadas en condiciones “libres y democráticas”. Estos partidos forman la coalición Unión por Serbia, que reagrupa a formaciones de centro-izquierda como el Partido Demócrata, así como a los nacionalistas conservadores del movimiento Dveri, pero todas estas formaciones que han estado en el poder en los años 2000 están desacreditadas por escándalos de corrupción y sus dirigentes tratan de pasar desapercibidos entre la gente.

Al comienzo de cada manifestación son los artistas, intelectuales o miembros de un comité de organización informal los que toman la palabra. Lo mismo pasa en Montenegro, donde la movilización ha sido lanzada por un colectivo surgido de la sociedad civil como consecuencia de la aparición de un nuevo escándalo de corrupción que implica al Partido Demócrata de los Socialistas (DPS): el hombre de negocios Duško Knežević ha reconocido haber financiado durante años a la formación de Milo Đukanović, en el poder desde 1990.

A mediados de enero se ha difundido un vídeo donde se le ve entregando un sobre con 100.000 euros al antiguo alcalde de la capital, Slavoljub Stijepović. Éste ha reconocido los hechos pero asegura que el sobre sólo contenía 97.000 euros… Desde entonces los manifestantes portan grandes sobres de cartón en los que han escrito sus “97.000” razones para rebelarse.

“Es la primera vez que la sociedad civil toma las riendas de su destino”, estima la periodista Milka Tadić, que lucha por la libertad de prensa desde hace tres décadas. “El movimiento va a extenderse. La prueba directa de la corrupción del poder es la gota que ha colmado el vaso”, dice. Desde los años 90 la vida política montenegrina ha estado mucho tiempo dividida entre el campo soberanista y el pro-occidental, encarnado por el DPS y los partidos unionistas o pro-serbios; pero estos últimos no controlan el movimiento que limpia esta profunda fractura de la sociedad montenegrina.

Džemal Perović, uno de sus portavoces, animador de una ONG ecologista de la ciudad costera de Ulcinj, denuncia un sistema generalizado de corrupción en el que “el asunto del sobre” no es más que la punta emergente y que impide cualquier cambio. Para él, participar en unas elecciones en que la mayor parte de los votos son comprados equivale a avalar un sistema cuyas redes clientelares inervan toda la sociedad. “Corresponde a la calle forjar otra ley, en la que los sobres de dinero dejen de existir”, opina Perović.

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Traducción de Miguel López

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