Terrorismo islamista

Las dos caras de Niza

Brutal atentado en Niza: al menos 84 muertos arrollados por un camión en la fiesta del 14 de Julio

Las palabras son siempre las mismas. A menudo se presentan como hechos consumados, verdades absolutas irrefutables. “En Niza sólo hay racistas”. Eso es lo que oyen, por lo general, los que dicen haber nacido allí. Por supuesto, se trata de una generalización. Y, como todas, en ella subyace algo muy injusto, porque presenta a los 343.000 habitantes de la quinta ciudad de Francia como una entidad indivisible: un bloque unido por el odio y la xenofobia, sin historia y sin diferencias.

Los hechos rara vez favorecen a los que tratan de combatir ese tópico. Aquí, la mezcolanza de la derecha es una tradición. Los representantes locales, a cuya cabeza se sitúa el exregidor Christian Estrosi, no ocultan su filiación política. Se les conoce como los cachorros Médecin, por Jacques Médecin, que dirigió la ciudad de 1966 a 1990 y que confesó sin medias tintas que compartía las tesis del Frente Nacional “en un 99,9%”. En la primera vuelta de las regionales de 2015, Marion Maréchal-Le Pen obtuvo el 37,9% de los votos del departamento. Sólo 33 votos menos que el barón Estrosi.

En la Costa Azul son muchos los que reclaman poder manifestarse “sin complejos”. “Francia para los franceses”, “hay demasiados inmigrantes”, “hasta el moño de los árabes” son expresiones que hace tiempo que forman parte del vocabulario cotidiano. Sin embargo, desde los atentados de enero de 2015 y la crisis de los refugiados “todavía es peor”, señala Feiza Ben Mohamedd, portavoz de la Federación de Musulmanes del Sur, una asociación apolítica con sede en Niza. “Después del ataque al Charlie Hebdo, vimos cómo vecinos que se conocían desde hacía 10 años se denunciaban unos a otros”, continúa. “El racismo ya era palpable. Ahora, va a ser todavía peor…”

En efecto, el atentado del 14 de julio empeoró una situación ya de por sí crítica, como pone de manifiesto el vídeo que circuló el lunes 18 en las redes sociales. En él se ve cómo se insulta a varias personas en el Paseo de los Ingleses, minutos después del homenaje a las víctimas. Una mujer es agredida por un grupo que le insta a “largarse”, a “volver a su país”. “La tensión era enorme. Hace tres días, escupen a algunas personas... La gente se echa a un lado cuando pasa un mujer con velo”.

En Niza y en las inmediaciones el “no a las generalizaciones” se puso en entredicho tan pronto como se conoció la identidad del terrorista. La simple alusión a este hombre de origen tunecino ha hecho que caigan en el olvido Fatima Charrihi, de 60 años, una de las primeras víctimas; Bilal Labaoui; Abdelkader Toubakri; Mehdi, de 12 años; Killian, de 4 años, y su madre Olfa, cuyos cuerpos van a ser repatriados a Túnez. Según los datos del instituto francés de estadística, en la ciudad residen 10.300 personas procedentes de Túnez, 7.066 de Marruecos y 7.156 son de otros países africanos.

El jueves por la noche, muchas personas se habían dado cita en el paseo marítimo para contemplar los fuegos artificiales del 14 de julio, una importante fiesta popular a la que cada año asisten los ciudadanos de Niza que no tienen la suerte de poder ver el espectáculo desde su terraza. También esto es Niza: una ciudad donde los contrastes sociales no tienen parangón en todo el departamento; donde los ingresos del 20% de la población que más tiene son 5,2 veces superiores al del 20% de los más pobres; donde los barrios acomodados de Gairaut y de Cimiez constratan con las zonas desfavorecidas de Les Moulins y de Ariane.

Es la cara oculta de la ciudad, la que el escaparate turístico de la Costa Azul siempre ha ocultado. “Grandes construcciones de los 60 levantadas para mejorar el Viejo Niza y erradicar las chabolas”, recuerda Yvan Gastaut, profesor de la Universidad de Niza en el laboratorio Urmis (Unidad de Investigación Migraciones y Sociedad). “Acogieron a la población obrera, pobre, a menudo inmigrantes”. Relegados a kilómetros del centro, estos barrios “siempre han estado mal vistos por los representantes locales que les han ignorado”, añade el historiador.

Baste como ejemplo la polémica surgida con la ampliación de la línea 1 del tranvía hasta Ariane, rechazada por numerosos responsables políticos de derechas. “Están haciendo guetos en los barrios”, denuncia Feiza Ben Mohamed. “Los ciudadanos están enfadados, tienen la impresión de que la ciudad les ha abandonado. Cuando pasa la campaña electoral, no ven a nadie”. La historia de Niza está llena de ejemplos así. Para pulir la imagen perfecta de la “Riviera Francesa”, los políticos nunca han dudado en recurrir a métodos más que dudosos, como el exalcalde de la ultraderecha Jacques Peyrat, quien en 1996 “desplazó” a los mendigos al monte Chauve, a una decena de kilómetros de la ciudad.

“Sí a la socca, no al kebab”

Entre el barrio pobre de Ariane y la zona opulenta de Cimiez, en Niza hay varios barrios donde la mezcla social es importante. Así sucede en Las Planas, donde vivió durante mucho tiempo el autor del atentado del 14 de julio, pero también ocurre en Abattoirs, donde residía desde hacía unos meses. “Han construido pequeñas grandes torres de pisos donde vivieron durante mucho tiempo las clases medias”, indica el historiador Yvan Gastaut. Niza Norte por ejemplo acogió a muchos pieds-noirs hasta 1963”. Como muchas ciudades de la zona de Midi, Niza fue un puerto de entrada después de la guerra de Argelia.

Desde entonces, los “repatriados de Argelia” han desempeñado un papel fundamental en la vida política de Niza. Christian Estrosi les dedicó un monumento, erigido hace cuatro años en el paseo de los Ingleses. A principios de año, decidió desvincular a la ciudad de las celebraciones del alto el fuego del 19 de marzo de 1962, tras los acuerdos de Evián. Y también fue él quien en octubre de 2012, tras una marcha de pieds-noirs y de harkis, lanzó arengas a la multitud congregada: “Viva la Argelia francesa”.

“Todo esto contribuye a aumentar la tensión”, señala Yvan Gastaud, que destaca otros factores de crispación como las innumerables ordenanzas municipales del exregidor (toque de queda para los menores de 13 años, prohibición de celebrar “matrimonios ruidosos” o de “utilización ostentosa de banderas extranjeras” durante la Copa del Mundo de fútbol), pero también la presencia masiva de integrantes de Nissa Rebela. En los años 2000, estos últimos ideaban los primeros lemas “sí a la socca, no al kebab” y ya organizaban “saucisson-pinard”saucisson-pinard (aperitivos gigantes convocados a través de las redes sociales y que tienen como fin reunir, para comer y beber, a personas contrarias a ciertas prácticas musulmanas). Lejos de ser marginales, los identitarios marcan la vida política local. En diciembre pasado, su exjefe de filas Philippe Vardon, resultaba elegido en el Consejo Regional de la región de Provenza-Alpes-Costa Azul (Paca), junto a Marion Maréchal-Le Pen.

Ricos/pobres. Jubilados/jóvenes de origen magrebí. Contrariamente a lo que sucede en la vecina Marsella, Niza es una ciudad donde los diferentes sólo se cruzan en contadas ocasiones. En carnaval o durante las celebraciones del 14 de julio, en el Paseo de los Ingleses. El resto del tiempo, nadie se habla. Y nadie se comprende. El domingo, algunas personas del entorno de las víctimas de confesión musulmana se acercaron a la iglesia Sainte-Marie-Madelein, donde se celebró una misa en memoria de las 84 personas asesinadas.

Otras rezaron el viernes por la noche en la nueva mezquita En-nour, en Niza Oeste, donde el rector imán Mahmoud Benzamia condenó “el odio ciego e irracional”. Un poco antes, Christian Estrosi; su sucesor en la alcaldía, Philippe Pradal, Éric Ciotti y Nicolas Sarkozy acudían a una misa en la catedral Sainte-Réparate. El presidente de la región se quejaba de que el Gobierno le había tratado “como a un subalterno, a alguien inferior”. No dijo ni una palabra sobre la comunidad musulmana, muy golpeada por el atentado y que corre el riesgo de padecer, durante mucho tiempo, las consecuencias.

En los barrios populares de Niza, son muchos los que reconocen su parte de responsabilidad en los conflictos identitarios que gangrenan la ciudad. Pasado el paréntesis de las elecciones regionales, donde trataba de captar a los electores de izquierda, Estrosi ha vuelto a las andadas y a las declaraciones que producen crispación; en primer lugar las relacionadas con el islam, religión que hace poco consideraba “incompatible con la República”.

Recientemente, también se oponía a la apertura de la mezquita En-Nour, que calificaba de salafista, y denunciaba que el edificio pertenece a un saudí. Tuvo que acatar la decisión del Consejo de Estado, que defendía la “protección de una libertad fundamental a la que una Administración pudo haber causado […] un grave perjuicio”. Días después, aparecía muerto un jabalí en el lugar de culto y una camarera era abofeteada por servir alcohol durante el ramadán.

La multiplicación de estos hechos ha terminado por generar una enorme fractura que la ciudad turística tiene problemas para ocultar. Y la ultraderecha es la primera en sacar tajada. “Dado el contexto, no nos vamos a alegrar, desde luego, pero se registra también un enorme número de altas desde hace dos días”, destacaba, en las columnas de Le Parisien, el secretario nacional de las federaciones del FN, Jean-Lin Lacapelle.

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Traducción: Mariola Moreno

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