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El Congreso de EEUU prioriza la política interior a pesar de las guerras

Ilustración de Simon Toupet para Mediapart

Maya Kandel (Mediapart)

El presidente de la Comisión de Fuerzas Armadas del Senado, el senador demócrata Jack Reed, lanzaba un mensaje claro el martes 14 de noviembre en Washington: "La primera prioridad es evitar un cierre del gobierno. La segunda es votar a favor de la ayuda a Israel y Ucrania". 

Para evitar un cierre (shutdown) del gobierno federal, a tres días antes de la fecha límite del viernes 17 de noviembre, el nuevo presidente de la Cámara de Representantes, el ultra-MAGA ("Make America Great Again", el eslogan de Donald Trump) Mike Johnson, desconocido hasta hace tres semanas, optó por renovar los niveles de gasto federal, ignorando la presión de los representantes extremistas que querían un recorte drástico de los presupuestos de varias agencias federales, entre ellas el FBI y el IRS, el servicio de impuestos. 

Este compromiso era necesario para ganarse al Senado, de mayoría demócrata. Pero para apaciguar a la mayoría republicana de la Cámara de Representantes, la prórroga presupuestaria ignora la petición "urgente" de la Casa Blanca, apoyada por los líderes republicano y demócrata del Senado, de 106.000 millones de dólares adicionales en ayuda internacional, en particular para Ucrania (así como para Israel y el Indo-Pacífico).

 A un año de las elecciones presidenciales de 2024, el compromiso ilustra la prioridad concedida a la política interior, cuya principal víctima podría ser Ucrania: la votación de un nuevo paquete de ayuda americana no está nada garantizada a estas alturas. 

La batalla del Congreso, un ritual anual

Mientras las guerras se multiplican y Joe Biden y Xi Jinping se reunían el pasado miércoles 15 de noviembre en California, la capital federal asiste esta semana a una nueva cuenta atrás presupuestaria, para evitar el cierre del gobierno federal cuando expiren los créditos el 17 de noviembre. Es la segunda vez que ocurre en dos meses y es probable que vuelva a suceder en enero y febrero de 2024, ya que el compromiso alcanzado es una tregua, no un proyecto de ley presupuestaria anual, en un clima cada vez más tenso entre los parlamentarios. El martes 14 de noviembre, en ambos extremos del Congreso, en la Cámara de Representantes y en el Senado, estuvieron a punto de llegar a las manos

Se evitó así el shutdown, pero a costa del rechazo de la petición "urgente" del Presidente de nuevas ayudas presupuestarias para Ucrania, Israel, Taiwán y Australia (para los submarinos que inicialmente iban a ser franceses). La verdadera urgencia afectaba a Ucrania, que casi ha agotado los fondos votados por el Congreso: la petición de 60.000 millones de dólares suplementarios pretendía garantizar que Kiev pudiera aguantar hasta después de las elecciones presidenciales americanas de noviembre de 2024, para evitar un debate difícil en pleno año electoral. 

Los líderes demócrata y republicano del Senado estaban alineados con la Casa Blanca en cuanto a la importancia de esa ayuda, por lo que su fracaso es una muestra más de debilidad institucional. Sobre todo, el mero hecho de que más de un mes después de los ataques terroristas más mortíferos de la historia de Israel, el 7 de octubre, el Congreso haya sido incapaz de ponerse de acuerdo sobre un símbolo de tranquilidad es un signo revelador de la polarización política y de la disfunción resultante. 

Un revés para Biden

La decisión de Joe Biden de vincular la ayuda a Ucrania, Israel y Taiwán en una única petición tenía tanto una dimensión táctica, en relación con el Congreso, como una dimensión estratégica, correspondiente a su visión del mundo. 

Táctica con respecto al Congreso, sobre todo a la Cámara, republicana, que en septiembre había echado por tierra la votación de una ayuda adicional a Ucrania: al vincular la petición a una solicitud de ayuda garantizada para Israel, Biden esperaba poner a los republicanos contra la pared. Pero no funcionó.  

Pero la petición también reflejaba la visión estratégica de Biden, desarrollada de nuevo en un discurso a su regreso de Israel el 20 de octubre, en el que se refirió al momento internacional actual como un "punto de inflexión en la Historia: uno de esos momentos en los que las decisiones que tomemos hoy determinarán el futuro de las próximas décadas". 

Biden tenía previsto dirigirse a la nación en septiembre en apoyo de su petición de ayuda adicional para Ucrania. En su discurso, pronunciado después del 7 de octubre, optó por establecer un vínculo entre la "maldad y brutalidad" de las acciones de Hamás y las de Putin en Ucrania, hablando de "amenazas diferentes, pero que tienen algo en común: ambos quieren aniquilar por completo a su vecino, una democracia". 

¿Por qué debería importarle a los americanos? Porque, según Biden, "cuando los terroristas y los dictadores no pagan un precio por su agresión, continúan su obra de caos y destrucción, y los costes para Estados Unidos y el mundo aumentan". En este contexto, "todo el mundo está pendiente de la reacción de Estados Unidos: los adversarios, a los que estas nuevas guerras, primero en Ucrania y ahora en Oriente Próximo, se acercan cada vez más; también los aliados y socios, que cuestionan cada vez más la capacidad de Estados Unidos para cumplir sus reiteradas promesas". 

Mitch McConnell, el líder republicano del Senado, se hizo eco exactamente de ese argumentario, un alineamiento lo bastante raro como para merecer ser mencionado. La ausencia de nuevas ayudas es aún más reveladora, sobre todo en lo que se refiere al debilitamiento de los resortes políticos tradicionales. También puso de relieve la clara división entre los republicanos de la Cámara y los del Senado, que ilustra los diferentes ritmos electorales: la Cámara ya es trumpista desde las elecciones de medio mandato (midterm) de 2022, mientras que el Senado está "en transición", reflejando la evolución del Partido Republicano (los senadores son elegidos por seis años, mientras que los representantes están en campaña permanente, sujetos a reelección cada dos años, y más en sintonía con el estado de ánimo de la opinión pública). 

Así, en el Senado seguimos teniendo senadores del viejo establishment republicano, partidario de un papel activo de Estados Unidos en el mundo, mientras que en la Cámara de Representantes domina la nueva generación trumpista, que cada vez hace valer más su anti-intervencionismo. El senador J. D. Vance, símbolo de la nueva guardia trumpista en el Senado, elegido en 2022, criticó a McConnell y apoyó a "Mike Johnson y a la mesa de la Cámara, más en sintonía con los votantes republicanos". 

"MAGA Mike", un fundamentalista cristiano al frente de la Cámara de Representantes

Hasta el mes pasado, poca gente había oído hablar de Mike Johnson, el nuevo presidente de la Cámara y la tercera persona más importante del Estado. Sin embargo, él había desempeñado un importante papel en el intento de revertir los resultados de las elecciones de 2020. Sobre todo, Johnson es el símbolo de una nueva generación de parlamentarios cristianos ultraconservadores, convencidos de que el cristianismo está siendo atacado por todas partes, y que afirman que todo lo que hay que hacer para entender su visión del mundo es "coger una Biblia". 

Johnson define el aborto como un "holocausto" y considera que los asesinatos en masa son "consecuencia de la legalización del divorcio, el matrimonio gay y el feminismo radical". Elegido en 2016 y luego reelegido en un distrito sin oposición, nunca ha presidido una comisión y es el primer presidente con tan poca antigüedad. 

Dan Caldwell, vicepresidente del Center for Renewing America, uno de los principales nuevos think-tanks trumpistas en Washington, que prepara el regreso de Trump a la presidencia, explicaba en un reciente podcast que la renovación generacional republicana en la Cámara permite ahora liderar una mayoría del grupo republicano, "por ejemplo contra la ayuda a Ucrania" y más en general en la línea del "America First" definida por Trump. Esta base MAGA rechaza las guerras, no solo aquellas en las que podrían comprometer a soldados americanos, sino en general "todas las guerras financiadas por Estados Unidos". Esa es una posición que ha definido durante mucho tiempo a la izquierda estadounidense, y que ahora es dominante en la extrema derecha trumpista (salvo en lo que se refiere a Israel). 

Esta visión de "America first" rechaza el consenso en política exterior que ha prevalecido en Estados Unidos durante siete décadas, el de una potencia americana que es "buena para el mundo" porque defiende el multilateralismo y los principios rectores del orden internacional. En este marco, "Ucrania es un problema de seguridad europeo, no una emergencia internacional que Estados Unidos deba resolver". Según Caldwell, "es muy posible que no haya más ayuda para Ucrania votada por este Congreso". 

La creciente dificultad de una política exterior "multi-tarea”

Antony Blinken, Secretario de Estado, y Lloyd Austin, Secretario de Defensa, que están de gira por Asia mientras los presidentes Biden y Xi se reúnen en California, se enfrentan a las dudas de sus socios asiáticos sobre la capacidad de Estados Unidos para cumplir todas sus promesas de apoyo, en un momento en que el país está políticamente dividido ante unas elecciones presidenciales que prometen ser muy reñidas

No se trata sólo de la capacidad de producir y entregar las armas y municiones prometidas, aunque esa es una cuestión muy debatida, sino también de la atención de los altos funcionarios ocupados personalmente en caso de crisis. Piénsese en las docenas de reuniones y viajes a Oriente Medio sólo de Blinken en las últimas semanas. 

Esas preocupaciones también están omnipresentes en Europa, donde existen dudas sobre la capacidad de Estados Unidos para mantener sus compromisos, especialmente si Trump vuelve a la Casa Blanca en 2025. Ese "al mismo tiempo" a la americana en forma idiomática significa la capacidad de "caminar y mascar chicle al mismo tiempo" se ha convertido en la respuesta estándar de los diplomáticos en asuntos tan variados como la frontera con México, Oriente Próximo, la prioridad a China o Rusia

Sin embargo, la administración Biden había conseguido avanzar en su expediente asiático a pesar de Ucrania, con nuevos acuerdos de seguridad con Filipinas e India, una postura militar reforzada en el Indo-Pacífico y aliados que se unían a la competencia tecnológica con China. Pero Oriente Próximo ha sido un recordatorio para una administración Biden que creía en su estrategia allí. Hay una cierta sensación de déjà vu: en 2000, George W. Bush ya estaba en campaña cuando declaró que, si él era presidente, "China ya no tendrá dudas sobre su firme compromiso en Asia". 

En un artículo con el evocador título "Estados Unidos está perdiendo el control", Stephen Wertheim, historiador de la Fundación Carnegie, critica a un presidente Biden "que no ha aprendido nada de los errores del país". El artículo se centra en la guerra contra el terrorismo e Israel, pero la advertencia se refiere más a la visión de Biden sobre el liderazgo internacional, una visión de la política exterior activista que parece cada vez menos en sintonía con las posiciones de los votantes americanos

Sobre Ucrania, una encuesta de Gallup publicada a principios de noviembre mostraba que el 41% de los americanos cree ahora que Estados Unidos está ayudando "demasiado" a Ucrania, frente a sólo un tercio que apoya la política actual. El 62% de los republicanos está en contra de votar a favor de más ayuda, frente al 50% del pasado junio. Y lo que es más preocupante para Biden, el 44% de los independientes se han unido a ellos, un salto de 10 puntos en cuatro meses. 

La posición de la Casa Blanca y de Mitch McConnell cuentan cada vez menos a medida que la guerra se alarga y el frente no se mueve. Y un Trump reelegido podría poner a Estados Unidos en stand by en la OTAN, o incluso retirar al país de la Alianza Atlántica, dando paso a un giro aislacionista que ya se percibe en la Cámara de Representantes republicana, otra reminiscencia de los años 30. Los debates de principios de noviembre no auguraban nada bueno para Ucrania.

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Traducción de Miguel López

 

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