Europa se queda atrapada en tierra de nadie entre EEUU, Rusia y Ucrania

En la segunda temporada de la serie La Diplomática, la embajadora Kate Wyler, en un momento de pesimismo o lucidez (según se mire), define así su profesión: “Se cree que nuestro trabajo consiste en hacernos amigos de los malos para luego plegarlos a nuestra voluntad, cuando en realidad solo nos hemos hecho amigos de los malos”.
Desde su regreso a la Casa Blanca, muchos líderes han intentado hacerse amigos (o seguir siéndolo) de Donald Trump a pesar de su política neofascista, con la esperanza de que esa “amistad” le haga cambiar de opinión sobre la guerra en Ucrania.
El presidente francés, Emmanuel Macron, viajó a Washington el pasado 24 de febrero, donde compartió múltiples abrazos viriles y carcajadas con el presidente estadounidense.
El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, le siguió tres días después, trayendo en su maleta dos regalos de primera para el 47º presidente de los Estados Unidos: una serie de pelotas de golf y la promesa de un aumento drástico del gasto británico en defensa, que alcanzará el 2,5 % del PIB para 2027 (Donald Trump repite cada poco su deseo de que sus aliados inviertan más en sus ejércitos).
El propio Volodímir Zelensky, unas horas después de la reelección del multimillonario, había intentado halagarlo enviándole un largo mensaje de felicitación. Todos esperaban cambiar sus posiciones sobre la guerra en Ucrania, posiciones alineadas con Moscú.
¿Han dado algún resultado estos intentos? Después de todo, ¿era eso mejor que nada? Quizá la historia demuestre que estos líderes hicieron bien en intentarlo. Por el momento, la impresión es sobre todo que han mostrado su amistad, incluso su connivencia, con un jefe de Estado de extrema derecha con un historial ya dramático, sin obtener nada tangible a cambio.
Por el contrario, el presidente ucraniano tuvo que sufrir durante tres cuartos de hora los insultos y los intentos de humillación de Donald Trump, en un momento televisivo inaudito. Y como balance de la visita de Macron a la Casa Blanca, el New York Times destacó que los dos dirigentes habían “mostrado su amistad, pero discrepado sobre Ucrania”. La sombría constatación de la embajadora de ficción Kate Wyler se hizo realidad.
La separación imposible
Seguir siendo “amigo del malo”, intentar suavizarlo dándole lo que quiere, pensar que todavía hay algo que salvar... o tomar la decisión radical pero arriesgada de romper con él: ese es el dilema que ha seguido obsesionando a los quince dirigentes reunidos este domingo 2 de marzo en Londres (Reino Unido), en una cumbre presentada por sus organizadores y por la prensa como “decisiva” para el futuro de Ucrania y la seguridad europea.
El encuentro impulsado por Francia y el Reino Unido reunió, entre otros, a los jefes de Estado y de Gobierno de Ucrania, Alemania, Polonia, Canadá, Noruega e Italia, así como a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y al secretario general de la OTAN, Mark Rutte.
La reunión se produjo después de dos semanas en las que la administración Trump ha estado socavando metódicamente todas las bases de su relación privilegiada con el continente europeo y con sus aliados dentro de la OTAN: amenazando con invadir Groenlandia militarmente; reprochando a Europa que “pierda sus valores” y dándole lecciones sobre la libertad de expresión; afirmando que la UE se creó para “fastidiar a Estados Unidos” y declarando una guerra comercial a sus Estados miembros; dando a entender que Washington se plantea seriamente salir de la Alianza Atlántica y de las Naciones Unidas.
En este contexto, parecía lógico que esta reunión de líderes del continente consistiera en reflexionar sobre cómo actuar sin este aliado que se ha vuelto, en el mejor de los casos, impredecible y poco digno de confianza, y en el peor, un adversario. Varias declaraciones previas a la cumbre apuntaban en esa dirección. “El mundo libre necesita un nuevo líder”, decía el 28 de febrero la jefa de la diplomacia de la UE, Kaja Kallas. “Europa debe ser consciente de su fuerza. Europa es una potencia”, lanzaba el primer ministro polaco, palabras poco habituales en boca de un Estado tradicionalmente atlantista.
Pero al final no salió nada de eso. Como si no hubieran existido las últimas semanas, como si no hubiera insultado e intentado humillar durante cuarenta y cinco minutos a Zelensky, la mayoría de los líderes reunidos en Londres parecían estar pensando sobre todo en cómo recuperar el favor de Trump para construir la paz en Ucrania y la seguridad de Europa.
El primer ministro británico, Keir Starmer, co-organizador de esta reunión junto con Francia, llegó a asegurar sin pestañear que Estados Unidos era un “aliado importante” y “muy fiable”. Aunque reiteró su apoyo al envío de tropas para garantizar un posible alto el fuego en Ucrania, el laborista afirmó que este plan “necesita el apoyo de Estados Unidos para tener éxito”.
Al margen de la reunión, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, también había abogado por mantener el vínculo con los Estados Unidos de Trump, asegurando que era “muy, muy importante evitar que Occidente se divida”. Por su parte, el secretario de la OTAN (y ex primer ministro de los Países Bajos) Mark Rutte se atrevió a pedirle a Zelensky que “restableciera su relación” con Donald Trump.
Algunas voces dentro del poder ruso, más lúcidas sobre el cambio brusco de posición de Estados Unidos, ahora más cercano a Moscú que a Londres, se han alegrado de que la administración Trump esté ahora casi perfectamente alineada con los puntos de vista del Kremlin. “La nueva administración [estadounidense] está cambiando rápidamente las reglas del juego en materia de política exterior. Esto coincide en gran medida con nuestra visión”, celebró el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, el mismo domingo 2 de marzo.
¿Cómo explicar la realidad paralela en la que parecen vivir los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Londres? ¿Se trata de una forma de negación colectiva? ¿O estos dirigentes son conscientes de la ruptura con Estados Unidos, pero han decidido no expresarlo públicamente por diversas razones como no precipitar un enfrentamiento abierto o ganar tiempo para construir alianzas alternativas?
A diferencia del largo y penoso encuentro entre Trump y Zelensky en el Despacho Oval, las conversaciones mantenidas en Londres se celebraron lejos de las cámaras.
Plan de paz alternativo
Aun así, la reunión fue, a diferencia de las dos reuniones anteriores, la ocasión para algunas propuestas concretas. No cuestionan la relación con Estados Unidos, pero marcan la voluntad de avanzar en proyectos comunes sobre Ucrania y la defensa europea.
La primera, ya conocida, es la hipótesis de enviar tropas extranjeras a Ucrania para garantizar un posible alto el fuego. Además de Francia y el Reino Unido, que ya se habían mostrado a favor, “otros países” estarían ahora dispuestos a ello, según han adelantado el secretario de la OTAN, Mark Rutte, y el británico Keir Starmer, sin especificar cuáles.
Macron presentó otras propuestas pocas horas después de que terminara la cumbre, en la noche del 2 de marzo. En una entrevista concedida a Le Figaro, el jefe de Estado francés reafirmó su intención de “abrir el debate” sobre cómo la disuasión nuclear francesa podría proteger a otros Estados europeos (cuestión objeto ya de un debate antiguo y a menudo agitado).
Más reciente, en cambio, es la afirmación del jefe de Estado francés de que está elaborando con Londres un “plan de paz” alternativo para el conflicto en Ucrania, que incluiría un “alto el fuego en el aire, en los mares y en las infraestructuras energéticas” de un mes de duración. Un alto el fuego de este tipo sería más fácil de “medir” que un alto el fuego en toda la línea del frente, argumenta Macron.
La idea al menos existe. No es seguro que sea objeto de un gran consenso en este momento, pues no ha sido expuesta en una declaración común tras la reunión de Londres, como suele ocurrir cuando las medidas obtienen la aprobación de todos los participantes en una reunión internacional. De momento, ningún otro Estado la ha mencionado.
Por otra parte, no se ve qué podría convencer a un Putin que va camino de conseguir todo lo que quiere de Estados Unidos, para que se comprometa en negociaciones para un alto el fuego dirigidas por dos Estados mucho menos complacientes con sus posiciones. El presidente francés ya había pedido, sin éxito, un “alto el fuego olímpico” durante los Juegos Olímpicos de París 2024.
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Quizás más probable que ocurra a corto plazo es la idea, también impulsada por Macron, pero no solo por él, de una gran deuda europea común para financiar gastos de defensa. El asunto se debatirá en una cumbre extraordinaria de la UE este jueves 6 de marzo.
Traducción de Miguel López