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La guerra de bandas en las cárceles de Brasil divide al país
El ex policía militar Sergio Lima, tenso, se aferra a las dos empuñaduras de su metralleta del calibre 50, un monstruo de acero capaz de abatir un helicóptero. Acurrucado en el interior de un Toyota especialmente adaptado para albergar los 78 kilos del arma y su correspondiente trípode, está listo para disparar. Cuando, en el semáforo, un jeep se pega al Toyota, el conductor acelera bruscamente y se sitúa delante. Sergio dispara. Las balas impactan contra el jeep blindado, hasta hacerlo explotar. El conductor, conocido como el rey de la frontera, Jorge Rafaat, de 56 años, traficante internacional de drogas, muere en el acto. Los guardaespaldas abren fuego contra Sergio, que responde. En el tiroteo hay implicada una treintena de personas.
El 15 de junio de 2016, la pequeña ciudad paraguaya de Pedro Juan Caballero, en la frontera con Brasil, es testigo de un ajuste de cuentas más propio del Chicago de antaño. Pero la ejecución supone el pistoletazo de salida de una guerra sangrienta entre las dos principales facciones criminales brasileñas, el Primeiro Comando da Capital, originario de São Paulo, y el Comando Vermelho, oriundo de Río de Janeiro, tras 20 años de paz duradera. “El asesinato de Rafaat sólo fue el detonante. La guerra llevaba ya varios meses fraguándose”, explica Robert Muggah, investigador del Instituto Igarapé. El crimen organizado renace y las prisiones pasan a ser los campos de batalla.
Seis meses después, Brasil descubre con horror que en su territorio se libra un conflicto sin precedentes. El 1 de enero de 2017, la masacre que fragua, en la prisión de Manaos, la Familia do Norte, banda local aliada al Comando Vermelho, conmociona al país. En apenas dos horas, 56 prisioneros fueron asesinados, descuartizados, decapitados... Un prisionero filmó lo ocurrido, después difundió el vídeo a través de Whatsapp: “¿Qué pasa en el Primeiro Comando da Capital? Mira”, cuenta mientras un compinche le arranca el corazón a un cadáver previamente decapitado. El órgano va a parar al mismo barreño blanco donde se amontonan otras vísceras y restos humanos. Ocho cuerpos sin vida yacen esparcidos por el suelo. “Joder, os han jodido bien, panda de hijos de puta. [...] ¡Ya ves el que manda aquí!”.
A las puertas de la cárcel, las familias de los prisioneros se apelotonan, desesperados por tener noticias de sus seres queridos. La tensión va en aumento, los gritos y los lloros se confunde. Desde 1992, tras la masacre de 111 prisioneros a cargo de las fuerzas del orden de São Paulo en Carandiru, Brasil no conocía una carnicería semejante. En las calles de Manaos, los vendedores de DVD piratas de la masacre se quedan sin existencias y suben los precios. La población se encuentra dividida entre la fascinación y la repugnancia frente a semejante explosión de violencia. La Familia do Norte ha cumplido su objetivo: además de enviar un mensaje claro al Primeiro Comando da Capital, la banda se ha dado a conocer en todo el país. Siguen nuevas rebeliones, organizadas por uno u otro bando. A finales de enero, 136 prisioneros fueron ejecutados en diferentes centros penitenciarios.
La Familia do Norte (FDN), relativamente desconocida hasta la fecha, cuyos orígenes se remontan a 2006, conoce un importante auge gracias a su posición estratégica en la comercialización de droga. La ruta del río Solimões une Brasil con Colombia y Perú. Es tan importante como la ruta antes bajo control de Rafaat, que transporta la cocaína desde Bolivia, pero está muchos menos vigilada, lo que la Familia do Norte le permite romper los precios. La banda nació con el objetivo de luchar en contra de la influencia de los dos gigantes del crimen brasileño, pero el “Comando Vermelho persiguió este acuerdo con la Familia do Norte, que lo aceptó con el fin de contrarrestar la influencia creciente del Primeiro Comando da Capital en el Amazonas”, explica Alaia Colares Souto, investigador del Observatorio de Estudios en Defensa de la Amazonía. La Familia do Norte se inspiró notablemente en la organización del Primeiro Comando da Capital: Incluso la puesta en escena simbólica de los muertos se inspira en las técnicas que dieron a conocer al partido cuando masacró a sus opositores en los años 90. La decapitación tiene como finalidad infundir terror al enemigo: en el mundo del crimen organizado, la reputación cuenta casi tanto como la potencia de fuego.
De momento, las dos principales fueras beligerantes han deslocalizado sus enfrentamientosdeslocalizado a los territorios en disputa, donde su influencia es menos marcada. “Les resulta más difícil enfrentarse allí donde son más poderosos”, explica Andrezza Duarte Cançado, fiscal de Río de Janeiro. “En São Paulo, el Primeiro Comando da Capital es hegemónico y en Río, tenemos un mejor control de las prisiones”. Desde que se produjo un sangriento ajuste de cuentas en un centro penitenciario de alta seguridad, en 2002, las bandas son herméticamente separadas. “Por ejemplo, podemos hacer inspecciones en las celdas. Resulta mucho más complicado en los establecimientos penitenciarios del norte y del noreste, donde las autoridades han perdido totalmente el control”.
Estos Estados, que carecen de experiencia a la hora de combatir el crimen organizado, se ven completamente superados por la aparición de pequeñas facciones que copian su organización a la del Primeiro Comando da Capital. Han aparecido del orden de entre 25 y 50 grupos criminales locales, muy implantados en su territorio, pero insignificantes fuera: el Sindicato del crimen, el Bonde dos 40 o Al Qaeda, creado para rivalizar con otra banda de la zona, Estados Unidos. Algunos se alían con el hermano mayor paulista, otros entran en conflicto con él. Pero todos quieren su parte de este nuevo mercado muy reciente. El consumo de cocaína, impulsado por el bum económico de los años 2000, que ha permitido que estas regiones salgan de la miseria crónica, ha aumentado. Este movimiento ha ido acompañado de un aumento espectacular en el número de homicidios en regiones que hasta entonces no padecían esta lacra (aumento del 308 % en el Rio Grande do Norte, del 209 % en el Maranhão o del 92 % en la Amazonía).
“Los maleantes encerrados son más poderosos que los de la calle”
La voluntad hegemónica del Primeiro Comando da Capital ha hecho que el conflicto se enquiste. La facción, nacida en los 90, se impuso primero de forma muy violenta en las cárceles de São Paulo. Acto seguido, el grupo dio el salto a las ciudades, a principios de los 2000, gracias a la democratización del móvil. Después de un cambio en el liderazgo del grupo, el Primeiro Comando da Capital se metió de lleno en el tráfico de drogas a gran escala, hasta convertirse en líder indiscutible del crimen organizado en São Paulo. Pero el grupo siempre quiere más y gracias a los nuevos contactos establecidos en las cárceles federales, donde sus líderes son recluidos en un intento vano por minar su capacidad de influencia, el Primeiro Comando da Capital termina por montar delegaciones en todos los rincones del país. En 2014, el partido toma una decisión que desembocará, progresivamente, como era de prever, en las masacres de Manaos.
En esa época, para reafirmar su posición en el mercado nacional, el Primeiro Comando da Capital obliga a cada miembro a “bautizar” a al menos dos reclutas nuevos al año. En tres años, el número de afiliados al Primeiro Comando da Capital fuera de São Paulo pasó de 3.000 a 14.000, hasta alcanzar los 21.000 miembros en todo el país. Frente a este crecimiento exponencial, el resto de facciones se ven desbordadas. En 2015, dos bandas prohíben los “bautismos” en su territorio y la tensión crece en numerosos Estados de la Federación. El asesinato de Rafaat, en junio de 2016, entierra definitivamente el pacto de no agresión que las dos bandas llevaban respetando durante 20 años. Para el Comando Vermelho, el control de la frontera con Paraguay corre el riesgo de dar un poder desmedido al Primeiro Comando da Capital, pero es el Primeiro Comando da Capital el que en octubre de 2016 inicia las hostilidades en las prisiones de Roraima y Rondônia.
Las prisiones, centros de poder del crimen organizado, se convierten en el teatro de operaciones de estos enfrentamientos sangrientos. “Los delincuentes son bastante más poderosos que los de la calle. Conforman un gobierno criminal con una influencia creciente”, según el investigador Robert Muggah. “El Estado bloquea las comunicaciones. El jefe del Primeiro Comando da Capital está en prisión desde que se constituyó el grupo y sigue siendo el criminal más poderoso del país”. El Comando Vermelho en los años 70, el Primeiro Comando da Capital en 1992 y la Familia do Norte en 2006 vieron la luz tras los barrotes. Una vez consolidado el poder, el delincuente jefe de las prisiones controla el crimen organizado en la ciudad.
Paradójicamente, las políticas de encarcelaciones masivas llevadas a cabo por Brasil alimenta esta lógica de facciones. Cuanto mayor es la posibilidad de ser encarcelado, más interesado está el criminal en libertad en seguir las reglas del grupo que controla la prisión. La 4ª población mundial encarcelada está en Brasil: 622.000 personas se hacinan entre barrotes, sobre una población total de 200 millones de habitantes. Para los delincuentes, tener una prisión es una de las bases del negocio: la trena es un magnífico centro de reclutamiento y de formación. De hecho, en el mundo del crímen, se le llama “la facultad”.
Las penas, a menudo desproporcionadas, hacen que el ladrón de gallinas conviva con los asesinos. No hay lugar para los indecisos, los recién llegados deben decantarse por un bando. “No sobrevives si no te unes a una facción”, dice el juez Walter Maierovitch, exsecretario nacional antidroga. “El prisionero ingresa en la cárcel a su suerte. El Estado no garantiza ni su seguridad ni siquiera el acceso a cosas tan básicas como el papel higiénico o el jabón”.
La organización también facilita abogados, indispensables en un sistema en el que el 40% de los presos están a la espera de la celebración de juicio. Sin un buen abogado, algunos, olvidados por la administración, languidecen a la sombraa la sombra pese a no haber sido condenados en firme. Esta política de asistencialismo atrae a a los arrestados abandonados por el Estado. “Cada vez que un ciudadano va a la cárcel, el ejército del crimen crece”, dice el juez Maierovitch.
Y las bandas criminales reclutan para siempre: los arrepentidos son condenados a muerte. Una vez fuera de la cárcel, sólo queda progresar en la organización. El Primeiro Comando Da Capital, más organizado, sigue una lógica empresarial, con ascensos, salarios y estatus social en función del cargo. “En parte, así se explica que la reincidencia sea de un desorbitado ¡80%! La pena máxima en Brasil es de 30 años, lo que pone de manifiesto que nuestro Código Penal considera que cualquier individuo puede reinsertarse en la sociedad... si no fuese por que no se hace nada para ello...”, suspira el juez.
La sobrepoblación carcelaria no arregla nada. Faltan 244.000 plazas en el país. Cuanto más duras son las condiciones de detención, mayores son las posibilidades de que el preso se vea abocado a unirse a una facción. Sin las reglas de las bandas, los prisioneros, que viven unos sobre otros, se rajarían ante la menor discrepancia.
Riesgo de narcoestado
Desde los años 80, Brasil se encuentra en las rutas del tráfico internacional de drogas. Pablo Escobar tenía intereses en Angra dos Reis, a 2 horas de Río de Janeiro. Pero los cárteles colombianos prefirieron, durante mucho tiempo, Estados Unidos y Europa: casi el 75% de la cocaína de Europa pasaba por Brasil. Con toda esta droga en circulación, el país, poco a poco, se ha convertido en el segundo consumidor más importante del mundo. Las bandas locales han acompañado este crecimiento, haciéndose en cada vez más poderosas.
El Primeiro Comando da Capital, la organización más importante, no dispone aún de los medios de las mafias calabresas o de las yakuzas, pero poco a poco se va introduciendo en el mercado mundial. Es una de las razones de la guerra en curso. El partido quiere dominar Brasil partidopara convertirse en exportador: “El vencedor de esta lucha podrá crecer exponencialmente”, dice el fiscal Sergio Christino. La experiencia adquirida en el control de la cadena de producción en Paraguay y los numerosos miembros presentes en Perú dan fe de esta estrategia. El crimen organizado actúa en red y la del Primeiro Comando da Capital crece cada vez más. El juez Gael Waerovitch sin embargo trata de restar importancia al poderío del Primeiro Comando da Capital: “Es una mafia del tercer mundo. La mafia calabresa invierte en Bolsa de Fráncfort cuando el Primeiro Comando da Capital se contenta con blanquear su dinero en estaciones de gasolinera y el Comando Vermelho entierra su dinero”.
Pero las facciones siguen creciendo y la evolución de la situación en Colombia los lleva a reorganizarse. Para Robert Muggah, los acuerdos de paz con las FARC llevan a las bandas brasileñas a poner el listón cada vez más alto: “Coexisten varias ramas en el seno de las FARC y algunas no dejarán la producción de cocaína. Pero van a tener que reorganizarse porque ya no van a tener nunca más la misma potencia, van a hacer negocios con la facción mejor organizada en Brasil”. Pero Jozimar, señala que la Familia do Norte ha conseguido un enorme efecto mediático con la masacre cometida el 1 de enero. “Con el ataque abierto a la banda más poderosas de Brasil, se posicionan como un interlocutor válido con las bandas extranjeras. Es una estrategia arriesgada pero muy eficaz”.
Para Robert Muggah, las complicadas relaciones diplomáticas entre Brasil y Colombia favorecen la expansión de los grupos criminales en la frontera. Sin cooperación internacional, la lucha es ineficaz. Pero la elección de Donald Trump puede suponer un cambio en los equilibrios en la región. “Frente a un presidente imprevisible, Colombia probablemente va a buscar nuevos socios, entre ellos Brasil”. En opinión del investigador, esta cooperación es indispensable en la lucha contra el narcotráfico, que parece en aumento. “Las aprensiones de droga han aumentado notablemente. Queda por saber si la represión es más eficaz o si los traficantes progresan”. Solo, Brasil tendrá problemas para controlar sus 16.441 km de fronteras. Hace dos años, el Gobierno invirtió varios miles de millones en un programa de vigilancia de las fronteras, pero de momento, el sistema sólo controla el 4%.
Sobre Brasil, planea el riesgo de que se convierta en narcoestado, como sucedió con Colombia. Para Robert Muggah, se dan ya todos los factores: “60.000 homicidios al año, una política de encarcelación masiva, un mercado inmenso para los traficantes, una corrupción generalizada... la policía mata y muere más que en ninguna parte del mundo. Y el Estado responde con una militarización creciente de las fuerzas policiales. Así que sí, existe el riesgo, pero de momento, el término es exagerado. Todo va a depender de la respuesta del Gobierno”.
Ahora bien, el problema es que Brasil actúa sobre la marcha, debatiéndose entre la crisis económica y los escándalos de corrupción de magnitud sin precedentes. Los Estados están al borde de la quiebra, el Estado federal no tiene dinero y el nuevo Gobierno no parece haber entendido el calibre de la amenaza. El ministro de Justicia calificó de “simple fanfarronada” las masacres en las cárceles, mientras el presidente interino Michel Temer lo tildó de “accidente espantoso”, lo que le valió numerosas críticas. Para los expertos, el drama, que no tiene nada de accidente, se veía venir desde hace tiempo.
Por su parte, los criminales se aprovechan de la debilidad del Estado. “No había peor momento para que se declarase esta guerra”, dice la fiscal Andrezza Cançado. Pero para ella, no está todo perdido: “Espero que esta masacre sirva para que los poderes públicos se concentren en este problema con una visión a largo plazo”. Se ha anunciado un plan nacional de seguridad, pero suscita numerosas críticas. No obstante, Robert Muggah subraya un punto primordial: “La reducción de los homicidios por primera vez es una prioridad nacional. Es un paso importante en un país donde se da el mayor número de homicidios del mundo”.
Mientras, la guerra se exporta fuera de las cárceles, sobre todo en Río Grande do Norte. En Río y en São Paulo, la situación es más compleja. El Primeiro Comando da Capital se va implantando poco a poco en Río, aliándose a los enemigos del Comando Vermelho. Según se desprende de las escuchas policiales, numerosos traficantes de São Paulo se han instalado en Rocinha, la mayor favela de Río. Resulta difícil anticipar los próximos movimientos de los criminales. Pero para el periodista Josmar Jozino, la cuestión no es saber si habrá otra masacre, sino dónde y cuándo. “Después de Manaos, no hay marcha atrás. El crimen no perdona. Es la guerra”.
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Traducción: Mariola Moreno
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