“Hay millones de refugiados y ninguno huye a Rusia”: Vlad, el joven de origen ruso criado en Bélgica que lucha en Kiev

Vlad, de 31 años, en los sótanos de su edificio transformado en refugio.

François Bonnet (Mediapart)

Kiev —

Vlad aparece de improviso en el refugio de su edificio de quince plantas de un barrio residencial al norte de Kiev. Este joven de 31 años no ha venido para protegerse de los posibles bombardeos, sino para encontrarse con sus amigos con los que ha acondicionado este espacio en los sótanos del edificio.

Entre las columnas de hormigón, el suelo de tierra y múltiples tuberías y cables han preparado un rincón “fiesta”: una mesa, algunas sillas, una alfombra, el indispensable router de Internet, una tele, un frigo y algunas bebidas entre las que hay una botella con restos de coñac, aunque el alcohol está oficialmente prohibido desde el comienzo de la guerra.

Hay una pancarta de “Feliz cumpleaños” colgada entre dos columnas. “Eso es de ayer”, dice su amigo Andrey. “Bueno, en realidad este refugio en el sótano no protege mucho, pero durante las alarmas permite que la gente que baja se vea, hable e incluso haga bromas. Es mucho menos estresante que quedarse en su piso”.

Vlad se pasa por el espacio dedicado a los niños, con juegos, alfombras más gruesas y dibujos. También han dispuesto un lugar de descanso, más apartado, para los que quieran dormir. Tienen un pequeño almacén con comida y cajas de botellas de agua. “Todo esto irá mejorando poco a poco”, dice uno de sus amigos.

Con su cazadora prácticamente nueva, una bandolera sobre el pecho, zapatillas de marca y una bonita gorra, se ve que Vlad cuida su indumentaria, haya o no guerra. Bien podría no estar ahí sino en Amberes, donde vivió entre los 9 y los 27 años. O en cualquier otro lugar de Bélgica, país del que tiene la nacionalidad. Pero nos dice que su vida está ahí y que es en Kiev donde va a seguir.

“Mi padre es ruso, mi madre ucraniana, yo nací en Rusia y he pasado mi juventud en Bélgica. Pero, no sé cómo decir, es un poco aburrido, Europa está demasiado estandarizada. Además, aquí en Ucrania tengo a todos mis amigos, mis abuelos, mi idioma, mi cultura. Aquí he pasado mis vacaciones desde que era muy pequeño y hace cuatro años tomé la decisión de quedarme definitivamente”, dice resumiendo.

Y aquí está, como tantos otros, de voluntario para participar en la defensa civil. Como habla cinco idiomas (ucraniano, ruso, flamenco, inglés y algo de francés), Vlad se siente útil y dice que ha conseguido que vengan de Holanda botas y equipamiento militar para las fuerzas armadas. Gracias a su gran red de contactos y conocidos, se enorgullece de haber contribuido a que una mujer haya viajado desde Donetsk a Barcelona.

“Irse de aquí es imposible. Imagínese, la guerra terminada, aparezco y mis amigos me dicen: 'Y tú, ¿dónde te habías metido?' ¡Sería una vergüenza!, mientras que aquí puedo hacer cosas”, dice.

El joven ha decidido pues unirse a los innumerables grupos de ayuda que se han formado ya en la sociedad ucraniana. Restaurantes que dan cientos de comidas, oficinas acondicionadas como centros de acogida para familias, empresas que compran equipamiento militar y otras que se han reconvertido en parte para fabricar, aunque sea a pequeña escala, material militar como chalecos anti-bala, por ejemplo.

 Vlad es muy activo en redes sociales dando a conocer la guerra en el extranjero desde el punto de vista ucraniano. Para él es algo normal en tanto que especialista en marketing digital en una sociedad de 110 trabajadores y acaba de crear una pequeña empresa con unas diez personas. Algunas están en la India, otras en Serbia y otras se han ido de Kiev hacia el oeste de Ucrania.

 “Sí, a pesar de todo conseguimos trabajar y ahora mismo estoy tratando incluso de contratar más gente. La administración nos dice que hay que trabajar para no perder la guerra económica. Hay muchos negocios que han cerrado, artesanos y fábricas también, pero nosotros, desde lo digital, podemos dar continuidad a los proyectos”, afirma.

El sector nos paga correctamente, según los estándares ucranianos, “de 700 a 900 dólares al mes, 1.200 en Serbia”, precisa Vlad, y ese dinero participa de algún modo en la financiación de la movilización general. “Además, en este momento intento pagar más a la gente, mientras podamos trabajar”, añade.

La guerra le preocupa, por supuesto, pero la considera como una prueba a superar. “Rusia se acabó. Antes de 2014 había todavía una gran influencia rusa pero desde lo del Donbass y Crimea se ha terminado. La demostración es que se han ido del país tres o cuatro millones de personas, pero ninguna a Rusia. Supongamos que el ejército ruso toma Kiev, lo que me parece imposible. Serían acosados y emboscados por todas partes, no podrían resistir”, opina Vlad.

Mañana Vlad se pasará de nuevo por el refugio. Ahora empieza una nueva jornada de marketing digital, redes sociales, pedidos y entregas de ayudas.

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Traducción de Miguel López.

Texto en francés:

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