A cada coche que se acerca, se le entrega un folleto: Grosse querelle chez Arabelle! (Gran pelea en Arabelle). La rima (en francés, ndt) divierte a la joven y al hombre mayor con chaleco rojo que reparten folletos bajo la llovizna tibia de esta mañana de julio. Los trabajadores empiezan a llegar poco después de las 8. Se van bajando todas las ventanillas para coger la carta de la CGT que resume los motivos de una huelga iniciada once días antes.
Sonrisas, apretones de manos: el ambiente es distendido frente a las instalaciones de Arabelle Solutions, antigua GE Steam Power, rebautizada tras su compra por Électricité de France (EDF) en 2024. Incluso la directora de recursos humanos sale a saludar a los delegados sindicales, pero desaparece en cuanto se da cuenta de la presencia de una periodista.
Sin embargo, se respira un aire de emoción: “Nunca habíamos hecho huelga, ¡es histórico!”, dice Abdel*, jefe de obra, que lleva veinte años en la empresa y casi todos los días en la carretera. “¡Ya no podemos vivir así! Ya no tenemos ninguna ventaja por ser itinerantes”. Pone como ejemplo su desplazamiento actual: “Me dan 93 euros para el alojamiento, el desayuno, el almuerzo y la cena. Así que duermo en cuchitriles de hoteluchos para ahorrarme 20 euros porque sin los desplazamientos no puedo ahorrar nada”.
El día anterior, Patrick*, empleado de Arabelle Services —una entidad de Arabelle Solutions— y afiliado al sindicato CFE-CGC, explicaba: “En quince años, nunca había vivido una huelga. Pensábamos que al entrar en EDF las cosas mejorarían. Pero, en realidad son peores”.
Sacrificios para conocer el país
Un acuerdo de empresa propuesto a principios de julio encendió la mecha: reducción de varias primas (incomodidad, comidas), reducción de la cobertura de los gastos de desplazamiento para volver a casa durante una misión, presión sobre la duración de los desplazamientos, etc. Lo que el empleador presentó como una simple adaptación a las normas de la Urssaf, el organismo que se encarga de recaudar las cotizaciones sociales, fue considerado por los trabajadores como un ataque inaceptable a sus derechos adquiridos.
“¡Quitarnos nuestras primas, con la vida miserable que llevamos!”. Abdel no se calma. “Me levanto a las 3 de la madrugada para estar a las 5 en la obra, a veces salgo a las 11 de la noche. Vivimos en pueblos donde no hay mucho que hacer porque las centrales nucleares no están en las ciudades.“
En Tricastin, la temperatura puede alcanzar los 42 °C en la sala de máquinas
Se vuelve hacia su vecino, Ryan*, jefe de equipo, también afiliado a la CGT: “En una habitación, incluso tuvo bichos que le picaban.” ¿Chinches? “¡Eso es!”. Tras deshacerse de estos insectos urticantes, su compañero explica: “No estamos considerados. Hacemos sacrificios, en nuestro entorno la tasa de divorcios es muy alta. Nos perdemos los cumpleaños de nuestros hijos.” Todos dicen que les gusta su trabajo y esta itinerancia que les permite “conocer el país”, “no estar encasillados en un marco” y escapar de “la monotonía”. Pero no a cualquier precio: “Gano 2.600 euros brutos al mes, 100 euros más que los jóvenes a los que formo, ¿le parece normal?”
A las preguntas de Mediapart, Arabelle Solutions se limita a dar una respuesta mínima: “Las recientes conversaciones con todos los actores de este movimiento han sido intensas y constructivas”.
Satisfechas algunas reivindicaciones de los empleados, en la mañana del 23 de julio, la dirección de la empresa anuncia el fin de la huelga: “La mayoría de nuestros trabajadores itinerantes han reanudado su actividad hoy.” Pero unas horas más tarde, la CGT lo desmiente y afirma que continúan los paros en las centrales de Cattenom (Mosela), Cruas (Ardèche), Tricastin (Drôme) y, en parte, en Blayais (Gironda) y Dampierre-en-Burly (Loiret).
La huelga se mantendrá mientras la empresa no conceda un aumento del 7 % en la remuneración de las horas extra —fuera del horario diurno habitual— para compensar la reducción de las primas y un aumento de la prima por distancia. Arabelle Solutions se mantiene al margen: “No deseamos hacer más comentarios al respecto, más allá de lo ya comunicado anteriormente”.
Angustia social
Según los delegados sindicales contactados por Mediapart, la huelga partió de las bases, sobre todo de numerosos trabajadores no afiliados: “Hay una presión enorme sobre la CGT: por un lado, tenemos la presión de la dirección para firmar el protocolo de fin de huelga y, por otro, los huelguistas nos dicen que no quieren volver al trabajo”, dice uno de ellos. Dado que los empleados se encuentran en centros repartidos por toda Francia, las asambleas generales se celebran a diario a través de WhatsApp. En total, los trabajadores itinerantes de Arabelle Services son solo 195, pero la especificidad de sus competencias y oficios (especialistas en turbinas que hacen funcionar los reactores nucleares, especialmente en los EPR; expertos en alternadores, almaceneros...) hace que sean capaces de paralizar una obra si se niegan a trabajar. Un supervisor de obra, también en huelga, describe “una gran angustia social entre los empleados” y una fuerte “demanda de reconocimiento por parte de sus directivos”.
A diferencia de los subcontratistas, empleados por empresas externas con contratos de duración determinada, los itinerantes son empleados fijos con contratos indefinidos. Se les envía durante todo el año a trabajos de mantenimiento programados —las “paradas de unidad” de los reactores nucleares—, pero también en caso de reparaciones inesperadas y a menudo muy urgentes. “Nunca tenemos una planificación a seis meses vista”, resume Marc*, supervisor de obra, en huelga. En estas condiciones, es difícil mantener una vida social o acudir a una cita con el dentista concertada semanas antes.
La cuestión es que pasan parte de su vida profesional en la carretera, de camino hacia sus nuevas tareas; algunas personas entrevistadas por Mediapart dicen que recorren más de 30.000 kilómetros al año. A veces en turnos de ocho horas y en horarios irregulares, soportando largos desplazamientos y plazos de intervención muy estrictos. No están expuestos a las dosis de radiactividad del edificio del reactor, pero sufren ruido (“es un infierno, y los tapones para los oídos no siempre son los adecuados”), posturas incómodas (“pasar cuatro horas agachado debajo de una turbina”) y calor en las obras: hasta 42 °C en la sala de máquinas de Tricastin con equipos pesados y a veces embutidos en trajes de plástico, describe un técnico habitual de la central.
También está la formación de los trabajadores temporales: “Es una carga enorme, se exige mucho a los responsables de obra, que tienen que formar a mucha gente en oficios muy específicos”, añade Marc. Afortunadamente, sigue existiendo la pasión por la mecánica: “Son máquinas increíbles, ¡me encantan! Son joyas tecnológicas, se puede cambiar todo”, admite Arnaud*, jefe de obra.
El fantasma de la venta de Alstom
Es la historia de un conflicto social clásico en torno a una cuestión industrial de gran actualidad: ¿Quién se beneficiará de las enormes inversiones públicas y privadas destinadas a la reactivación de la energía nuclear en Francia?
Es también la historia de un trauma aún palpable: el de la venta de las actividades energéticas de Alstom a General Electric en 2015, cuando Emmanuel Macron era ministro de Economía. Una operación muy controvertida por la pérdida de soberanía que entonces simbolizaba y, casi diez años después, por el coste de la compra de las actividades nucleares del que fuera buque insignia francés. Parte de los empleados de Arabelle Solutions trabajaban anteriormente para Alstom.
Una década después, “la gente echa de menos aquella época, Alstom iba muy bien”, resume Marc. En febrero, Arabelle Solutions registró unas pérdidas de 120 millones de euros antes de intereses e impuestos. “¡En treinta y cinco años en la empresa, he tenido nueve nombres diferentes!”, calcula Franck*, empleado y delegado de la CGT. Y añade con amargura: “Hoy estamos con EDF, pero quién sabe, mañana puede que cierren.”
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* Los nombres con asterisco han sido modificados a petición de las personas afectadas.
Traducción de Miguel López
A cada coche que se acerca, se le entrega un folleto: Grosse querelle chez Arabelle! (Gran pelea en Arabelle). La rima (en francés, ndt) divierte a la joven y al hombre mayor con chaleco rojo que reparten folletos bajo la llovizna tibia de esta mañana de julio. Los trabajadores empiezan a llegar poco después de las 8. Se van bajando todas las ventanillas para coger la carta de la CGT que resume los motivos de una huelga iniciada once días antes.