Israel gana tiempo mientras la diplomacia avala la mentira de la tregua en Gaza

Nour Elassy (Mediapart)

Dicen que las armas han callado y que la tregua se mantiene. Han puesto una tirita sobre la herida y lo llaman alto el fuego. Las palabras pueden adornarse pero los cuerpos no. Desde la firma del acuerdo de alto el fuego, el 10 de octubre, la física de la violencia se niega a aprender nuevos verbos: la gente sigue muriendo, los pasos fronterizos permanecen cerrados arbitrariamente y las promesas se desvían hacia escapatorias que parecen diplomacia. Un alto el fuego sin honestidad no es una tregua, es una mentira consagrada por el silencio.

Escuchen lo que dicen los hechos. La oficina de medios de comunicación del Gobierno de Gaza ha contabilizado decenas de violaciones del alto el fuego solo en las primeras cuarenta y ocho horas de la tregua, decenas de ataques, detenciones y agresiones que han añadido decenas de muertos. El paso fronterizo de Rafah, que se suponía que debía abrirse para la ayuda humanitaria y las personas, ha permanecido cerrado o solo se ha abierto de forma intermitente; los responsables israelíes han condicionado su apertura a la devolución de los cadáveres y al cumplimiento de las exigencias relativas a la liberación de los rehenes, y luego han modificado esas condiciones según sus intereses.

Se han trasladado cadáveres en ambos sentidos, utilizando a los muertos israelíes y gazatíes como moneda de cambio, mientras que barrios enteros siguen siendo inaccesibles debido a los escombros y a la propia “seguridad” que la tregua pretende garantizar. No se trata de semántica, sino de estrategia.

Cuando el colonizador promete la apertura de una frontera y al día siguiente afirma que permanecerá cerrada; cuando promete devolver los cadáveres de los fallecidos y luego retrasa dicha devolución; cuando el lenguaje de la tregua es vago y está plagado de “si” y “cuando”, las palabras se convierten en armas. Es una ambigüedad deliberada que permite ganar tiempo, tranquilizar la conciencia y simular una acción sin correr el riesgo de cambiar. La diplomacia debería frenar la violencia, pero la respalda.

¿Quién pedirá cuentas a los responsables? Las vías legales, que parecen interminables, como el Tribunal Penal Internacional, han avanzado poco a poco a pesar de la encarnizada resistencia. Los recursos de Israel contra las órdenes de detención han sido rechazados; el tribunal no se ha dejado instrumentalizar para ganar tiempo. Pero una orden sin ejecución es una promesa sin futuro. La justicia diferida es justicia denegada. La ley puede señalar a los culpables, pero rara vez los obliga a rendir cuentas.

En Cisjordania y en Gaza

¿Y qué hay de los testimonios? La guerra se vuelve permanente cuando se borran los testimonios. En Gaza se ha asesinado a periodistas, se han interrumpido sus reportajes y se ha destruido su material. Los expertos de la ONU han advertido que el asesinato y la intimidación sistemáticos de periodistas no son accidentales, sino que constituyen un intento de cegar el futuro. Si se silencia al testigo, se entierran las pruebas. Si se entierran las pruebas, el crimen se convierte en mito. Un mundo sin testigos es un mundo sin memoria y sin culpa.

Abran cualquier registro de detenciones y encontrará el mismo patrón: la detención administrativa se convierte en cautiverio masivo. En Israel hay actualmente más de once mil palestinos detenidos, la mayoría, si no todos, sin cargos, muchos en régimen de detención administrativa, y “administrativa” significa sin ningún cargo. Entre ellos hay muchos niños, un número que ha alcanzado niveles récord desde el comienzo de la guerra. El encarcelamiento se convierte en política cuando la detención de un pueblo se normaliza y se integra en el orden establecido. No se trata de seguridad; es un sistema que convierte los cuerpos en moneda de cambio, a los presos políticos en rehenes.

Y mientras el mundo observa el espectáculo de Gaza, se endurece discretamente otro frente: Cisjordania. La violencia de los colonos se ha disparado, comunidades enteras viven bajo el yugo de las incursiones diarias, los incendios de olivares en época de cosecha y los desplazamientos forzados se han convertido en algo habitual. Sigue en marcha la “gazatización” de Cisjordania, la exportación de tácticas de asedio y la normalización de las prácticas de ocupación. Si Gaza es la urgencia, Cisjordania es el proyecto. Ambos forman parte de un plan más amplio de desposesión.

Un alto el fuego debe ser el comienzo de la responsabilidad, no el final de la atención

Seamos muy claros. Los convoyes humanitarios no son sinónimo de justicia. Las tiendas de campaña no son derechos. La comida entregada a la sombra de un ejército criminal que ha cerrado los campos, bombardeado las instalaciones sanitarias y bloqueado las herramientas de reconstrucción es caridad, no una solución. La ayuda estabiliza la vida el tiempo justo para salvar los sistemas que la han destrozado. La logística sin responsabilidad es una coartada.

Es la prueba moral de nuestra época, y se resume en una pregunta muy sencilla: cuando nos enteramos de la existencia de esos crímenes, ¿actuamos como ciudadanos o como espectadores? La respuesta es más importante que la forma de cualquier mapa.

Decir “nunca más” no tiene sentido si solo se aplica a las víctimas por las que decidimos llorar. Un alto el fuego debe ser el comienzo de la responsabilidad, no el final de la atención. Debe ser el momento en que las inspecciones, los enjuiciamientos y las sanciones se conviertan en inevitables, y dejen de ser opcionales. Debe ser el momento en que se cite por su nombre a los Estados que han armado, financiado o protegido la violencia; en que las redacciones dejen de convertir los eufemismos en verdades aceptadas; en que las instituciones internacionales dejen de desnaturalizar el derecho para convertirlo en una simple formalidad.

Si seguimos considerando Gaza como una simple noticia en lugar de como una condena de nuestras políticas, habremos traicionado a la historia y a nosotros mismos. Los niños que se rescatan de los escombros no tendrán más conmemoraciones que las de nuestra vergüenza. La prueba es sencilla: ¿aprovechará el mundo este alto el fuego para imponer un cambio jurídico, político y moral, o se contentará con vendar la herida y olvidar el dolor? Porque las palabras deben tener sentido. De lo contrario, no son más que el último refugio de los culpables.

Caja negra

Traducido del inglés por Géraldine Delacroix con la ayuda de herramientas de traducción automática.

Nour Elassy es periodista, escritora y poeta. Refugiada en Francia desde el 11 de julio de 2025, donde cursa un máster en Ciencias Políticas en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París, continúa para Mediapart la serie de crónicas que comenzó en Gaza.

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Traducción de Miguel López

 

Dicen que las armas han callado y que la tregua se mantiene. Han puesto una tirita sobre la herida y lo llaman alto el fuego. Las palabras pueden adornarse pero los cuerpos no. Desde la firma del acuerdo de alto el fuego, el 10 de octubre, la física de la violencia se niega a aprender nuevos verbos: la gente sigue muriendo, los pasos fronterizos permanecen cerrados arbitrariamente y las promesas se desvían hacia escapatorias que parecen diplomacia. Un alto el fuego sin honestidad no es una tregua, es una mentira consagrada por el silencio.

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