Es una buena noticia y poco habitual en materia de salud y ecología. Es posible alimentar mejor a los seres humanos para ofrecerles una mejor salud y, al mismo tiempo, preservar la del planeta. Pero para ello es necesario cambiar nuestros hábitos alimenticios, reducir las pérdidas y el desperdicio y modificar las prácticas agrícolas.
Hace casi diez años que decenas de investigadores internacionales, procedentes de diversas disciplinas (nutrición, epidemiología, clima, agricultura, ciencias políticas, economía...), reunidos en la organización sin ánimo de lucro EAT, examinan la literatura científica y crean diferentes escenarios.
Su segundo informe, publicado el viernes 3 de octubre en la revista científica The Lancet, muestra que, transformando tanto la producción como el consumo, es posible conciliar salud, medio ambiente y justicia social.
Este extenso informe de 75 páginas comienza con una constatación implacable: nuestra alimentación actual es perjudicial para nuestra salud y contribuye activamente a la destrucción del planeta. Aunque producimos suficientes calorías para satisfacer las necesidades de la población mundial, su distribución es claramente desigual e inadecuada, con un “consumo excesivo y malsano” en algunos lugares, mientras que casi mil millones de personas siguen padeciendo desnutrición.
Impactos masivos en la salud
Las dietas inadecuadas, demasiado ricas en carne, azúcar, grasas y alimentos ultraprocesados, provocan según el estudio varios millones de muertes prematuras cada año, debido a enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, obesidad o incluso ciertos tipos de cáncer. Por no hablar de los efectos nocivos indirectos relacionados con las prácticas agrícolas, en particular la contaminación del aire y del agua.
En cuanto a la salud del planeta, el impacto también es enorme. Al menos el 30% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (GEI) provienen actualmente de nuestros sistemas alimentarios. Según los autores, “incluso si se abandonaran por completo las energías fósiles, los sistemas alimentarios por sí solos podrían superar el umbral de 1,5 °C de calentamiento”. La producción agrícola ocupa actualmente el 37% de la superficie terrestre mundial, de la cual el 67% son pastos. Y el riego utiliza entre el 70% y el 90% del consumo mundial de agua.
No imponemos un régimen único para todos, realmente hay espacio para la diversidad alimentaria
De ahí la urgente necesidad de transformar nuestros sistemas alimentarios para garantizar “un futuro seguro, justo y sostenible para todos”. Una transformación que se basa en tres pilares: una reducción del 50% del desperdicio y las pérdidas (actualmente se pierden alrededor de 775 kilocalorías –kcal– por persona y día, lo que representa el 20% de las tierras agrícolas utilizadas); la “intensificación ecológica y sostenible” de las prácticas agrícolas (con el objetivo de reducir en un 70% el uso de pesticidas); y, sobre todo, un cambio en nuestros hábitos alimentarios.
“Ahí radica todo el interés del informe: pensar conjuntamente la producción y el consumo”, analiza Olivier de Schutter, que fue relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación y copresidente del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food). “Este enfoque permite, por ejemplo, reexaminar el reciente debate sobre la ley Duplomb: en lugar de debatir sobre la necesidad de los neonicotinoides para los cultivos de remolacha, nos preguntamos si realmente necesitamos producir tanto azúcar”, dice el investigador belga.
Menos carne y menos azúcar
A la luz del “régimen de salud planetaria” (planetary health diet en inglés) propuesto por la comisión EAT, la respuesta a esa pregunta es clara: no. El azúcar es opcional y no debería superar los 30 gramos al día por persona. Este “plato ideal”, diseñado para nuestra salud individual, se basa en una abundante bibliografía científica. La ingesta diaria recomendada es de 2.400 kilocalorías por persona, es decir, unas 1.000 kilocalorías menos que la media actual en Francia.
Este régimen se compone principalmente de vegetales, en particular verduras (incluidas las plantas acuáticas), cereales integrales (arroz, trigo, maíz, avena, mijo...), y frutas o bayas. Al igual que el azúcar, los alimentos de origen animal son opcionales y no deben superar las dos raciones diarias: una de productos lácteos (20 centilitros de leche o equivalentes) y otra de productos no lácteos (pescado, carne o huevos). Se proponen adaptaciones específicas para los niños y las mujeres en edad reproductiva con el fin de evitar posibles carencias de hierro o vitamina B12.
“No imponemos un régimen único para todos, realmente hay espacio para una alimentación diversa”, insiste Walter Willett, copresidente de la comisión y profesor de epidemiología y nutrición en Harvard. No obstante, en comparación con los platos medios de un europeo o un americano, la dieta propuesta por estos expertos representa entre 6 y 7 veces menos de carne roja. Ello implica una reducción de 1.100 millones de cabezas de ganado al año, lo que supone una reducción del 26% del ganado actual.
Existen innumerables soluciones y todos los actores pueden desempeñar un papel
Consecuencia: el sector cárnico se opone frontalmente a esta “mafia anticarne”, como algunos la denominan. Ya en la primera publicación de EAT en 2019, se desató una campaña de desprestigio, especialmente en las redes sociales. Una investigación realizada por la ONG Changing Markets Foundation acaba de revelar quiénes son los principales actores –académicos, periodistas, influencers e instituciones– que actúan de forma coordinada para sembrar dudas sobre los datos científicos, difundir información falsa y lanzar ataques personales contra los científicos de la comisión.
La ONG ha conseguido, entre otras cosas, una grabación de una conferencia sobre “el papel de la carne” organizada en Denver, Estados Unidos, en octubre de 2024 por RedFlag, una agencia de relaciones públicas que también trabaja para la industria tabacalera. En ella se oye a un consultor explicar a los participantes que “los datos científicos no son tan importantes como quiénes sois” y que “la verdad es un concepto relativo”.
“Con nuestra nueva publicación, esa red se reactiva”, explica a Mediapart Fabrice DeClerck, director científico de la fundación EAT. Se nos acusa de ser fanáticos anti-carne. En realidad, consideramos que la carne puede ser un alimento saludable, pero se consume en exceso con demasiada frecuencia”.
Para argumentar aún más sobre la pertinencia de su régimen, los autores han modelado el impacto de su adopción a escala mundial. El resultado es que “se podrían evitar hasta 15 millones de muertes prematuras al año, solo entre los adultos”, indica Walter Willett.
“Lo que realmente entusiasma es darse cuenta de que existen innumerables soluciones y que todos los actores pueden desempeñar un papel: los consumidores, pero también los productores, los supermercados, los políticos...”, subraya Fabrice DeClerck. Por primera vez, todos estos actores se reúnen estos días en Estocolmo, Suecia, incluidos algunos productores de carne, con el objetivo de transformar estas soluciones en acciones concretas.
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Si se aplicaran todas las soluciones de la comisión, las emisiones anuales de gases de efecto invernadero relacionadas con la alimentación se reducirían a la mitad, al tiempo que se “liberaría” el 7% de las tierras dedicadas actualmente a la alimentación para preservar la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas. Todo ello por un coste diez veces inferior a los beneficios sanitarios y medioambientales esperados, señala el informe. Ahora queda pasar de la modelización a la práctica.
Traducción de Miguel López
Es una buena noticia y poco habitual en materia de salud y ecología. Es posible alimentar mejor a los seres humanos para ofrecerles una mejor salud y, al mismo tiempo, preservar la del planeta. Pero para ello es necesario cambiar nuestros hábitos alimenticios, reducir las pérdidas y el desperdicio y modificar las prácticas agrícolas.