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Macron presenta a su delfín: Gabriel Attal

El nuevo primer Ministro francés, Gabriel Attal, pronuncia un discurso junto a la primera Ministra saliente, Elisabeth Borne, durante la ceremonia de entrega en París.

Ilyes Ramdani (Mediapart)

Emmanuel Macron habrá consultado ampliamente y dudado durante mucho tiempo. El jefe del Estado ha optado finalmente por cambiar de primer ministro, por tercera vez desde su elección en 2017. Tras Édouard Philippe, Jean Castex y Élisabeth Borne, Gabriel Attal, hasta ahora ministro de Educación, encabezará el Gobierno.

Veinte meses después de su reelección, Emmanuel Macron intenta un golpe político para salir del atolladero en el que se ha convertido su segundo quinquenio. Atrás queda Élisabeth Borne, debilitada por la ausencia de mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y por la lentitud de la reforma de las pensiones y de la ley de inmigración. Apuesta por Gabriel Attal, que trae consigo –o eso espera el Elíseo– su popularidad entre el público y su imagen proactiva.

El nombramiento del joven ministro de Educación Nacional fue una sorpresa. En su entorno, nadie esperaba verle llegar a Matignon [residencia y oficina del primer ministro], apenas seis meses después de su nombramiento como ministro. "No veo por qué el presidente tomaría esta decisión", decía uno de sus allegados el lunes por la tarde. Finalmente lo hizo, tras una última vacilación: esperado tras la marcha de Élisabeth Borne el lunes por la tarde, el anuncio de su sucesor no llegó hasta última hora de la mañana del martes.

En los últimos días han circulado otros rumores en los gabinetes ministeriales. Los nombres de Sébastien Lecornu, ministro de las Fuerzas Armadas, y Julien Denormandie, ex ministro de Agricultura y Urbanismo, sonaban como posibles candidatos a dirigir el Gobierno. Incluso la posibilidad de que Élisabeth Borne siguiera en el cargo, considerada poco realista entre Navidad y Año Nuevo, recuperó cierto apoyo incluso en Matignon, donde la indecisión presidencial se veía como un motivo de esperanza.

El nombramiento de Gabriel Attal es, por tanto, sorprendente, ya que su perfil contrasta con el de sus predecesores. Hasta ahora, Emmanuel Macron siempre había apostado por nombrar primeros ministros poco conocidos por el gran público: un alcalde de provincias, Édouard Philippe, en 2017; un alto funcionario, Jean Castex, en 2020, y una ministra con la lógica de un prefecto, Élisabeth Borne, en 2022.

Esta vez, el presidente de la República ha elegido a uno de sus ministros más visibles, el campeón de los sondeos de opinión y de los medios de comunicación. A finales de diciembre, en France 5, Emmanuel Macron se declaró "muy feliz" y "muy orgulloso" de haber "descubierto" a semejante "talento", alabando su "energía" y su "coraje". Cuando le nombró para la cartera de Educación en julio de 2022, Élisabeth Borne había hablado de Gabriel Attal en estos términos a su predecesor, Pap Ndiaye: "Necesitamos un bateador".

En aquel momento, ciertamente no tenía ni idea de que el "bateador" la sustituiría seis meses después. Partidario de Emmanuel Macron desde 2016, el exsocialista ha disfrutado de un ascenso meteórico a la sombra del jefe del Estado. Elegido diputado en 2017, solo pasó un año en la Asamblea antes de incorporarse al Gobierno. Fue sucesivamente secretario de Estado de Educación Nacional y Juventud, portavoz del Gobierno, ministro de Cuentas Públicas y ministro de Educación Nacional.

Un nombramiento ni previsto ni preparado

Ahora es primer ministro, tras una carrera gubernamental tan rápida que le ha dejado poco tiempo para hacer las maletas. En la rue de Grenelle [sede de Educación], a la sombra de Jean-Michel Blanquer, supervisó los inicios del Servicio Nacional Universal (SNU). Como portavoz, recorrió los estudios de televisión en un momento marcado por la pandemia. En Bercy, lanzó un plan de lucha contra el fraude social y fiscal y defendió recortes fiscales para las clases medias.

Sus experiencias fueron demasiado cortas para dejar realmente su impronta en estas carteras. En el Ministerio de Educación, la situación es bien distinta. En sólo seis meses, el "joven Gabriel", como solía llamarle Jean Castex, ha hecho una serie de importantes anuncios: prohibición de las abayas, plan de lucha contra el acoso, experimentación con los uniformes en la escuela, reformas de titulaciones universitarias, creación de grupos de nivel en los collège, restablecimiento de la posibilidad de repetir curso...

Un frenesí de anuncios que ha construido su identidad política. "Mi brújula es la eficacia", se jactaba en diciembre en la Asamblea. Sobre el laicismo en la escuela, como sobre todo lo demás, no tomó posiciones, tomó decisiones. Más allá de sus fórmulas escénicas, el ministro se ha acostumbrado a abordar temas que la opinión pública espera con impaciencia, extraer de ellos una decisión política y utilizar sus dotes mediáticas para darla a conocer.

El talento de Gabriel Attal para la comunicación política le ha convertido en uno de los ministros más populares del entorno del presidente. En el hemiciclo del Palais-Bourbon, sus discursos son a menudo los más aplaudidos en los bancos de la mayoría. Y, en las filas del propio Gobierno, varios de sus colegas le confiesan en privado hasta qué punto su colega les difumina. De ahí a imaginárselo como primer ministro, sin embargo, había un paso tan grande que casi nadie se atrevía a darlo.

El lunes por la mañana, según varias de las personas con las que habló, el propio Emmanuel Macron no tenía esa idea en mente. "Attal ganó por eliminación", decía uno de ellos con una sonrisa. Ante la negativa de Richard Ferrand, el abandono de la pista que conducía a Julien Denormandie y el rechazo interno de Sébastien Lecornu, el presidente de la República acabó nombrando a su ministro de Educación Nacional. ¿Pero para qué? La cuestión política sigue sin respuesta por el momento.

La gran plasticidad del antiguo militante socialista

¿Qué encarna el nuevo primer ministro, aparte de la "energía" que le atribuye el jefe del Estado? En cuanto a sus antecedentes, es el primer jefe de Gobierno abiertamente gay de la historia del país. En cuanto a su biografía, su escolarización en la privada y prestigiosa École Alsacienne fue una losa que se colgó al cuello cuando asumió el cargo de ministro de Educación.

Por lo demás, no es fácil definir la línea política de Gabriel Attal, dada su gran versatilidad. Antiguo militante socialista, luego concejal en Vanves (Hauts-de-Seine), el nuevo jefe de Gobierno estuvo cinco años al servicio de François Hollande como asesor de Marisol Touraine en el Ministerio de Sanidad. Ahora ministro de Emmanuel Macron, ha hecho suyas todos los mantras de la derecha sobre la reducción del déficit, el fraude social, las abayas en las escuelas, los uniformes, la voluntad de autoridad en el país...

Tras el efecto rebote y la ganancia a corto plazo de tal operación, ¿qué quedará del nombramiento de Gabriel Attal para Matignon? Macronista hasta la médula, es poco probable que el antiguo ministro de Educación modifique en un solo escaño los contornos de la mayoría relativa de su bando en la Asamblea. Su línea política es la del presidente de la República, a quien "le debe todo", como le gusta repetir.

Su llegada a Matignon quizás devuelva un poco de dinamismo a una mayoría que ha salido grogui de los debates sobre la ley de inmigración. Su popularidad no será demasiado para Emmanuel Macron en vísperas de las elecciones europeas previstas para junio. Apreciado por el electorado del jefe del Estado, el nuevo primer ministro tendrá mucho trabajo para movilizarlo, mientras que la amenaza de una victoria de la extrema derecha inquieta los estrategas en el poder.

Dejando a un lado estas consideraciones electorales, es difícil considerar el cambio de primer ministro como el segundo acto de un quinquenio que ha empezado mal. Las grandes políticas sociales, económicas y ecológicas no van a cambiar; primero porque siguen en manos de Emmanuel Macron, y segundo porque Gabriel Attal llega a Matignon sin preparación, sin experiencia y sin convicciones conocidas sobre toda una serie de políticas públicas que ahora tendrá que dirigir.

En este sentido, su elección no está exenta de riesgos. Matignon no es un ministerio. Es una máquina donde se arbitra todo, por donde pasan todas las decisiones públicas, donde se gestiona la Administración del Estado. El hombre que llega para pilotar esta máquina tiene 34 años, nunca ha trabajado en otro lugar que no sea en el despacho de un ministro, y su entorno es el mismo: una banda de treintañeros sobrecualificados, tan leales como trabajadores, pero que nadie imaginaba que tomarían solos el timón de semejante trasatlántico.

'Misión imposible II'

La siguiente etapa promete ser deportiva para Gabriel Attal. Tras formar su gabinete, el nuevo jefe del Gobierno tendrá que construir su primer equipo ministerial, aunque la mayoría de las decisiones las tomará Emmanuel Macron. Algunos consejeros del Gobierno ya se preguntan qué pasará con Bruno Le Maire, su antiguo ministro en Bercy, y Gérald Darmanin, con quien la enemistad es tan mutua como constante. A finales de semana está prevista una primera reunión del Consejo de Ministros.

Tras esta primera etapa, tendrá que dedicarse a la política. Tendrá que presentarse ante el Parlamento, pronunciar un discurso de política general en el que nunca había pensado, pedir o no un voto de confianza –la oposición de izquierdas lo reclama– y trazar una hoja de ruta... Y el camino es sinuoso, accidentado y envuelto en una niebla preocupante. El presidente de la República ha prometido un "encuentro con la nación" en enero, pero, bajo condición de anonimato, varios consejeros del Gobierno admiten que los cajones del Elíseo están vacíos.

En el entorno del presidente se habla de ampliar el SNU, de una ley sobre el final de la vida y de la constitucionalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Algunos textos están en preparación, sobre la justicia de menores o la vivienda, por ejemplo, pero no es probable que saquen al gobierno de su atolladero.

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Así pues, desde lo alto de la roca de Matignon, Gabriel Attal experimentará muy pronto el castigo de Sísifo que condenó finalmente a Elisabeth Borne. Por muy buen comunicador que sea, el nuevo jefe de Gobierno se enfrenta a la misma ecuación irresoluble que su predecesora, a la misma mayoría relativa, a los mismos tanteos y giros presidenciales y a la misma necesidad de aliarse con la derecha, cueste lo que cueste.

El asunto recuerda al nombramiento de Manuel Valls como primer ministro diez años antes. En un quinquenio socialista ya empantanado, François Hollande destituyó a Jean-Marc Ayrault, un primer ministro leal pero demasiado discreto, para nombrar a su popular y dinámico ministro del Interior para el Matignon. "Me interesa que Valls sea lo más popular posible, lo más eficaz posible, para realzar la imagen del presidente de la República", dijo entonces François Hollande.

El resto es historia. Aunque hoy tenga más peso que Gabriel Attal, a pesar de su meneo de barbilla y su saber hacer mediático, Manuel Valls se vio arrastrado por el imperialismo del poder, cuestionado por su propia mayoría y enfrentado muy rápidamente a la impopularidad y a la disidencia. Al final, François Hollande no pudo presentarse a la reelección, Manuel Valls vio frustradas sus ambiciones y Emmanuel Macron se convirtió en presidente de la República. Gabriel Attal, entonces asesor ministerial, se sabe la canción de memoria.

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