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El 'Megxit' ilustra el punto de inflexión implacable del 'Brexit'

Los duques de Sussex, el príncipe Enrique de Inglaterra y Meghan Markle.

En el Reino Unido se ha producido el Megxit, es decir, la salida de la pareja principesca formada por el duque y la duquesa de Sussex, conocidos en todo el mundo por sus nombres de pila, Enrique y Meghan. Ese proceso de retirada regia dice mucho del pasado de una monarquía marcada por la ilegitimidad hipócrita, pero también del presente de una sociedad minada por un racismo desenfrenado, así como por el futuro político de un país que pronto se caracterizará por el cada uno a lo suyo, característico del Brexit, previsto para el 31 de enero.

La ilegitimidad se sitúa en el centro de una Casa Real que hace tiempo que inventó un programa de televisión de realidad –Buckingham story mucho antes de que existiese GH– donde la lascivia compite con la hipocresía. Y donde es habitual borrar cualquier rastro. En 1917, Windsor pasó a ser el nombre de la Casa Real, en lugar de Sajonia-Coburgo-Gotha (como sucedió con Battenberg, que se había transformado en Mountbatten), a causa de la Primera Guerra Mundial contra Alemania, que requirió acabar con todos los matices germánicos del título.

No nos remontemos al rey feminicida Enrique VIII (1491-1547), cuyo castillo de Hampton Court da lugar a animaciones de dudoso gusto con motivo de la noche de Halloween (¿se nota el aliento de Ana Bolena o de Catalina Howard decapitada por adulterio?).

No nos refiramos tampoco a la sospecha de bastardismo que pesa sobre el príncipe Enrique (que sería fruto del amor extramarital de Diana con el oficial de caballería norirlandés James Hewitt), póngamos la lupa sobre la propia soberana.

Se aferra a sus deberes como reina como para hacernos olvidar que sus derechos no caen por su propio peso. Tenía 10 años en 1936, annus horribilis extraño, que vio sucederse a tres soberanos en el trono que ahora ocupa con mano férrera, desde hace 67 años, 11 meses y 21 días.

Su abuelo Jorge V murió el 20 de enero de 1936. Le sucedió su tío Eduardo VIII. Tras abdicar el 11 de diciembre de 1936, el padre de la actual soberana se convirtió en rey (y emperador de la India) con el nombre de Jorge VI.

El hermano menor se llevaba el gato al agua con una trama urdida por el arzobispo de Canterbury, Cosmo Lang, como se detalla en un fascinante documental (en este enlace puede verse un extracto).

Eduardo VIII es un rey popular y protopopulista –opina que “debe hacerse algo” por los desempleados, durante una visita a Gales, para enfado del primer ministro Stanley Baldwin–. A Su Majestad no le importa la sed de honor y el decoro manifestado por el arzobispo. El nuevo rey no invita a Balmoral al Príncipe de la Iglesia.

El hermano de este último, aconsejado por su esposa, la futura reina madre (1900-2002), aprovecha la oportunidad para colocarse a sí mismo y a su encantadora hija Isabel: en septiembre de 1936 se presenta en bandeja un linaje de reemplazo. El golpe puede producirse. Jorge VI sustituirá a Eduardo VIII. Este último vivirá hasta su muerte en 1972, en el exilio en la villa de Windsor, en pleno Bois de Boulogne, en París, cuyo inquilino actual no es otro que Mohamed al-Fayed, padre del último amante de la princesa Diana. ¡La vida es una novela!.

En 1936, la prensa británica, entregada hasta el punto de la autocensura, no había dicho ni una palabra sobre la amante de Eduardo VIII, una americana divorciada: Wallis Simpson. La sociedad se entregó entonces a los placeres del corazón, detectando... horresco referens, indicios de acento norteamericano en el discurso del soberano que anuncia su abdicación cuando declaraba que no podía cumplir su tarea “sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”.

Había, en la pronunciación de ese love, una ligera inflexión yanqui que podía contaminar la pureza inglesa. Era hora de desterrar a este rey, cuyo corazón y lengua estaban manchados por una intrigante mujer procedente del otro lado del Atlántico.

Sesenta años después, la totalidad de la realeza británica, su pureza, su blancura (por decirlo sin rodeos) se revela como el telón de fondo de la crisis actual. El príncipe caído Enrique no era el elegido para ascender al trono –aunque un hermano siempre puede reemplazar a otro...–, pero el problema ha venido, de nuevo, de una mujer norteamericana, que es negra por su madre, descendiente de esclavos.

El arrebato de la prensa sensacionalista británica sólo fue igualado por el frenesí racista que contaminó las redes sociales. Y la negación de las élites pensantes era igual al insulto –flagrante (“racismo abierto”) o insidioso (“racismo encubierto")– hecho a una persona de color provocando reacciones... epidérmicas. El siguiente extracto, del programa insignia de la BBC Newsnight (9 de enero de 2020), ilustra la tensión racial y xenófoba que se vive en el Reino Unido.

Con el pretexto de hacerse con el destino de una nación (Let's take back control, recuperemos el control), los partidarios del Brexit hacen soplar vientos de chovinismo con su corolario de exclusión, atrincheramiento y ostracismo. El duque y la duquesa de Sussex parecen ser víctimas colaterales de este alarmante tropismo que comenzó con la caza de fontaneros polacos y otros ladrones de mano de obra inglesa.

El episodio del príncipe depuesto obligado a mantenerse a sí mismo, que huye a Canadá con su esposa e hijo, ha dado lugar a una recuperación oficial: la monarquía británica se fortalece purificándose y sólo el linaje directo que va de la reina a su bisnieto Jorge, a través de Carlos y Guillermo, debería prevalecer en una realeza moderna.

Sin embargo, más allá de semejante relato, al aferrarse a las ramas mientras se las corta, se encuentra la moral política de la historia, que concierne a todo un pueblo. Las antiguas solidaridades colectivas ya no tienen lugar de ser. El contribuyente debe obtener tener por su dinero y cada uno debe cubrir sus propias necesidades. Todo debe desaparecer: ¡los logros sociales, así como los logros reales!

Sólo quedan los individuos llamados a elegir su bando frente a los intereses privados: del lado de los vencedores o del lado de los vencidos. Los patitos feos no caben en la continua rivalidad actual. ¡Fuego al cuartel general de protección! So pretexto del Brexit y del Megxit, el teatro de la crueldad política ha comenzado.

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Traducción:Mariola Moreno

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