La Generación Z de Nepal se rebela contra el poder político corrupto y lleva al país a su 'primavera asiática'

Côme Bastin (Mediapart)

Katmandú (Nepal) —

Algunos edificios del barrio institucional de Katmandú acababan de ser restaurados. El terremoto de 2015, que causó cerca de 9.000 muertos en Nepal, había agrietado el vasto complejo neoclásico de Singha Durbar, sede del poder. El Parlamento, que había quedado inutilizable, se trasladó a un centro de conferencias construido con financiación china para la Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional (ASACR).

Diez años después, la juventud nepalí ha derribado aún más ministerios que el terremoto, y con ellos, un gobierno. El terremoto político se produjo el lunes 8 de septiembre, cuando una manifestación pacífica en Katmandú se convirtió en una insurrección contra la clase política. Cuando cayeron bajo las balas de la policía los primeros manifestantes, los nepalíes salieron en masa a la calle y desbordaron a las fuerzas de seguridad en todo el país himalayo.

La ira era tal que todo lo relacionado con las élites acabó en llamas: el Parlamento, el Tribunal Supremo, los ministerios, pero también comisarías de policía, villas, hoteles y la sede del diario The Kathmandu Post. Ante esta revuelta tan imprevista como inédita, el primer ministro Khadga Prasad Sharma Oli dimitió. En total, murieron al menos 72 personas y resultaron heridas unas 2.000.

Mientras se retiran de las aceras de Singha Durbar los restos de los vehículos incendiados, algunos aún no logran asimilar lo sucedido. “Entiendo que los jóvenes quieran un cambio, pero es una lástima, todos los archivos se han reducido a cenizas”, lamenta un empleado del ministerio de Sanidad, del que solo quedan las paredes. El hombre coordinaba las tareas de socorro a los heridos cuando irrumpió la multitud.

“No hay que confundir a los políticos con los edificios al servicio del pueblo”, dice indignada una funcionaria del ministerio de Transporte, ubicado en un palacio histórico, cuyas brasas aún apagaban los bomberos el viernes 12 de septiembre.

De TikTok a los incendios

¿Cómo ha llegado Nepal a esa situación? Según Ayusha, de 18 años, las semillas de la revuelta germinaron en Indonesia, donde los jóvenes se enfrentaron a las fuerzas del orden en agosto. “Los estudiantes indonesios publicaban en TikTok vídeos contra los hijos de políticos corruptos, que hacen alarde de un estilo de vida lujoso e indecente”, cuenta esta estudiante de economía. “En Nepal tenemos los mismos Nepokids y hemos empezado a denunciarlos en las redes”.

Cuando el gobierno prohibió Facebook e Instagram, muchos lo vieron como una forma de encubrir estos abusos. La protesta contra la corrupción pasó entonces a ser off line. El gobierno aún no sabía que solo le quedaban unas horas de vida.

La insurrección del 8 de septiembre será muy costosa para el país, que no podrá contar con la ayuda internacional como en el terremoto de 2015. Estimaciones muy provisionales de la prensa económica nepalí apuntan a una cifra de entre 2.000 y 20.000 millones de euros en daños directos e indirectos. Los portavoces de la juventud se han desmarcado de la violencia, acusando a los alborotadores oportunistas.

“Más allá de las cifras, la generación Z ha quemado símbolos. Esta explosión refleja el sentimiento de que, para cambiar el país, hay que derribar un sistema podrido”, opina Raghu Bir Bista, profesor de Economía en la Universidad Tribhuvan de Katmandú.

Para comprender este rechazo de la juventud, que no se ha limitado a los habitantes conectados de Katmandú, hay que entender su frustración.

En 2008, los nepalíes abolieron la monarquía. En 2015, adoptaron una Constitución parlamentaria que traía consigo la esperanza. “Desde entonces, lamentablemente, se han sucedido primeros ministros supuestamente comunistas que, en la práctica, han aplicado un capitalismo de connivencia salpicado de escándalos de corrupción”, explica Raghu Bir Bista. Poco antes del 8 de septiembre, conmocionó a la opinión pública un sórdido caso de tráfico de visados de refugiados butaneses, vendidos a candidatos a la emigración por personas cercanas al poder.

Como consecuencia del clientelismo de las élites, del terremoto de 2015, de la pandemia del covid y de una crisis bancaria en 2023, el crecimiento irregular de Nepal (entre el +7 % y el −2 % según los años) apenas ha beneficiado a la población. Según el Banco Mundial, el PIB anual per cápita, 1.447 euros, es el más bajo del subcontinente, mientras que el desempleo entre los jóvenes de 15 a 24 años sigue siendo superior al 20 %.

La ira contra los  Nepokids es, por tanto, la de una juventud engañada. “Hay una fuga de cerebros: muchos nepalíes quieren marcharse al extranjero porque la educación no está a la altura y no hay oportunidades”, lamenta Debesh, de 17 años, que sueña con estudiar en el Reino Unido. Según el Nepal Rastra Bank, el 56 % de los hogares nepalíes reciben divisas de los emigrantes.

Plebiscito digital

El ejército, que se había mantenido al margen de la represión, logró instaurar un toque de queda el 9 de septiembre. Desde entonces, Katmandú solo se anima durante un par de horas por la mañana y por la noche, pero el país está levantando cabeza.

“Todos estábamos en estado de shock, nos preguntábamos qué iba a pasar ya que no había gobierno”, cuenta Debesh. La generación Z vuelve a las redes. En Discord, una aplicación de mensajería muy popular entre los jugadores, se abre un debate para designar a un nuevo dirigente “¡Las grandes convocatorias reunían hasta 10.000 personas! Era caótico: todos analizaban la Constitución, proponían nombres, hasta que se llegaba a un consenso”.

¡Sushila Karki es la primera jefa de Gobierno elegida en Discord!

Se inicia entonces un debate entre los portavoces de la juventud, el presidente y el ejército. El viernes 12 de septiembre, poco antes de medianoche, aparece el humo blanco: la antigua presidenta del Tribunal Supremo, Sushila Karki, es nombrada primera ministra. La decisión, inconstitucional pero ampliamente unánime ante el vacío político, marca una ruptura.

A sus 73 años, sin vínculos con los partidos desacreditados, Sushila Karki se ha forjado una reputación de magistrada incorruptible al llevar varios casos de malversación de fondos. “¡Es la primera jefa de gobierno elegida en Discord!”, dicen, medio en serio medio en broma, los jóvenes de Katmandú.

En las calles de la capital, predomina el alivio. “Esta violencia es inusual para los nepalíes y seguirá siendo un trauma. Me alegro de que los jóvenes hayan propuesto rápidamente una dirigente creíble para salir de la crisis y que vuelva la calma”, confiesa una vecina.

Más lejos, un padre de familia recuerda que la verdadera transición llegará con las elecciones legislativas anticipadas que Sushila Karki debe organizar en marzo de 2026. “¡Hay que cambiarlo todo! Ningún diputado del pasado debe ser reelegido, de lo contrario nuestra juventud seguirá sufriendo el desempleo masivo, la inflación y unos servicios públicos lamentables”.

Primavera asiática

“En un mundo marcado por la recesión democrática, Nepal ha demostrado que puede superar una crisis gracias al diálogo”, se felicita el politólogo Sanjeev Humagain, quien, sin embargo, advierte a la generación Z contra los excesos de las purgas: “No prohibir los antiguos partidos y no apartarse de los principios de la Constitución que los jóvenes han querido defender”.

La primera ministra, Sushila Karki, multiplica los gestos hacia la juventud, como hacerse cargo de la atención médica de los heridos. También afirma que trabajará con todo el mundo, incluidos los comunistas, que no han desaparecido, y los monárquicos, partidarios de una ideología hindú inspirada en la India de Modi, que hace tres meses aún salían a la calle para promover un retroceso constitucional.

La generación Z es un gran bloque insatisfecho que exige un gobierno competente sin tener una ideología estructurada

La revuelta de 2024 en Bangladesh, que derrocó al autoritario Sheikh Hasina, y la de 2022 en Sri Lanka, que derrocó al clan de los Rajapaksa, presentan similitudes sorprendentes con la de Nepal.

Las tres han sido lideradas por jóvenes ajenos a los partidos, lo que denota una profunda desconfianza hacia ellos. Las manifestaciones adoptaron una forma híbrida, combinando una organización digital descentralizada y portavoces que aparecieron solo después de la huida de los dirigentes. Los jóvenes no defendían un proyecto marcado por la izquierda o la derecha, sino más bien el retorno al espíritu de una Constitución parlamentaria pervertida por la corrupción y el populismo que gangrena el sur de Asia.

“La generación Z es un gran bloque insatisfecho que exige un gobierno competente sin tener una ideología estructurada”, añade Sanjeev Humagain, para quien esta “Primavera Asiática” ofrece algunas lecciones. “Un gran descontento puede barrer a los dirigentes, pero si la gente baja la guardia, otros tomarán el poder. Sri Lanka nos ha dado un ejemplo: tras la marcha de Rajapaksa, llegó al poder un allegado suyo y el movimiento se extinguió”.

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A pesar del nombramiento de Sushila Karki, el lunes 15 de septiembre se volvieron a formar pequeños grupos cerca del Parlamento. Una señal de que la juventud nepalí no tiene intención de quedarse tranquilamente en casa.

 

Traducción de Miguel López

Algunos edificios del barrio institucional de Katmandú acababan de ser restaurados. El terremoto de 2015, que causó cerca de 9.000 muertos en Nepal, había agrietado el vasto complejo neoclásico de Singha Durbar, sede del poder. El Parlamento, que había quedado inutilizable, se trasladó a un centro de conferencias construido con financiación china para la Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional (ASACR).

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