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¿Es la OMS una marioneta china?

El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

François Bonnet (Mediapart)

Donald Trump ya ha encontrado al culpable. El presidente, siempre en campaña electoral, lincha en la plaza pública al bad guy, la OMS y su director general, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, cuestionado por su gestión catastrófica de la pandemia del covid-19.

El miércoles 15 de abril, Trump anunció que suspendía la financiación americana a la Organización Mundial de la Salud por al menos dos o tres meses, “el tiempo que dure una investigación”. Estados Unidos es el primer contribuyente de la OMS con más de 400 millones de dólares, diez veces más que China. Pero esta decisión tiene pocas posibilidades de ser aplicada, pues el Congreso ya había aprobado la transferencia de esos fondos correspondientes al año 2020.

Esta decisión ha sido criticada por casi todo el mundo en Europa, en África, en Asia e incluso en Estados Unidos, en particular por Bill Gates, cuya fundación es uno de los mayores contribuyentes de la institución. Esta nueva rabieta trumpiana transmite ruidosamente unas acusaciones contra la OMS que empezaron hace semanas, según las cuales su dirección estaría bajo influencia china y habría estado procurando no enfadar a Pekín al cubrir sus retrasos y sus mentiras sobre la realidad de la epidemia. Se habría perdido un tiempo precioso en enero y facilitado la propagación de la epidemia que luego sería pandemia.

Este miércoles, Francia se sumaba a esas críticas, en términos más moderados, de la mano de Jean-Yves Le Drian, ministro de Asuntos Exteriores, durante una comparecencia en la Asamblea Nacional. El ministro, al mismo tiempo que lamentaba la decisión americana, estimaba que existía “tal vez una falta de reacción y de autonomía respecto de los Estados, tal vez una falta de medios de detección, de alerta y de información, de capacidad normativa”, y añadía “pero no es automáticamente responsabilidad de los actores de la OMS, es también de los fundamentos de la institución”.

Las críticas a la Organización Mundial de la Salud no son de ahora. En cada crisis sanitaria o casi, la OMS, una enorme agencia creada bajo los auspicios de Naciones Unidas en 1948, que cuenta con 7.000 empleados y un presupuesto de 4.400 millones de dólares en 2018-2019, es señalada con el dedo. En 2003 fue acusada de no haber visto llegar la epidemia del SARS, pero entonces era China la que fue cuestionada por haber tardado en informar, haber mentido y haber disimulado.

En 2008-2009, la OMS fue acusada de sobreactuar con la pandemia de gripe H1N1 (gripe A), pero el error más espectacular fue, en 2013-2015, su incapacidad para hacerse a tiempo con la epidemia de Ébola en el oeste de África. El organismo tardó cinco meses en declarar la “urgencia de salud pública de alcance internacional”, una alerta que supuestamente obliga a los países a organizarse y actuar con determinación.

Ese importante fallo fue reconocido por la OMS, que inició una investigación interna, hizo público un acto de contrición en 2015 y prometió grandes reformas. En paralelo, un ex consultor de la organización, Charles Clift, publicaba en 2014 un largo informe de auditoría muy crítico. La OMS está “demasiado politizada, demasiado burocratizada, mal organizada, es demasiado tímida cuando se trata de problemas sensibles y demasiado lenta para adaptarse”, decía, en resumen. Un diagnóstico compartido, por ejemplo, por el historiador de la salud Theodoro Brown, coautor de un libro de referencia sobre la historia de la organización, publicado en 2019.

Esa constatación, desde hace tiempo en la opinión pública ¿da la razón a Donald Trump? Por supuesto que no. Primero porque la OMS es, después de todo, la que han hecho 194 países. Además porque la institución sigue siendo un actor importante en la salud pública, indispensable sobre todo para los países más pobres y con éxitos reales en su activo. Finalmente, porque Donald Trump, muy ocupado en hacer que se olviden sus errores e infamias, ha elegido una vez más disparar a sus dos blancos preferidos: el multilateralismo y China.

La OMS habría pues favorecido la propagación del “virus chino”. Eso es un tuit pero no es la verdad. Contactado por Mediapart un miembro del “comité de urgencias” de la organización, que prefiere quedar en el anonimato, asegura que “las decisiones tomadas en enero desde luego no fueron dictadas o influenciadas por China”.

Este comité de urgencias está formado por quince científicos y especialistas del mundo entero (ver aquí la lista). El director, Tedros Adhanom Ghebreyesus, está obligado a consultarlo y no puede decidir él solo aunque sus intervenciones le permitan añadir términos a veces muy políticos a las decisiones técnicas y sanitarias tomadas.

La cronología del mes de enero muestra, si no retrasos, al menos ambigüedades en las reacciones de la organización internacional. El 31 de diciembre, China se decide a informar a la institución sobre casos de neumonías de origen desconocido. El 3 de enero se informa de cuarenta y cuatro casos. “La OMS sigue de cerca la situación y está en estrecho contacto con las autoridades chinas”, se dijo (ver aquí la cronología de las acciones).

El primer reproche que se hace a la organización es sobre el modo de transmisión del virus. El 14 de enero, la OMS declara que “las primeras investigaciones hechas por las autoridades chinas no han establecido pruebas claras de una transmisión humana”. Sin embargo, en esas fechas, los primeros estudios publicados por médicos chinos y las informaciones procedentes de Wuhan no dejaban duda alguna sobre esa transmisión humana. ¿Por qué entonces la OMS no tomó distancias de la información de las autoridades chinas?

Sólo una semana más tarde, el 22 y 23 de enero, la transmisión humana es reconocida oficialmente por la OMS. El comité de urgencias se reunió esos dos días y el 20 y 21 habían ido ya a Wuhan algunos expertos. Las cosas se aceleran, sin duda al compás de un cambio radical en China, donde el poder central y Xi Jinping en persona han decidido tomar las riendas del problema al apartar a las autoridades locales y establecer que han estado disimulando la realidad sanitaria desde noviembre.

El 22 de enero se pone en marcha el confinamiento en Wuhan donde se señalan 557 casos. “Existe una transmisión interhumana del virus”, declaró el comité, que destacó la urgencia de la situación pidiendo a China “una mayor información” pero no declaró sin embargo la “urgencia de salud pública de alcance internacional” (USPAI).

“El comité estaba entonces totalmente dividido, 50-50, pero debe funcionar por consenso”, dice el miembro de dicho comité a Mediapart. “Había entonces 557 casos, le pedimos al director general una nueva reunión en los días siguientes, y así se hizo. Es cierto que no tenemos poderes para verificar la información recibida, pero hoy no tengo argumentos para decir que no fuimos informados a tiempo en el mes de enero”, añadió.

Nueva reunión una semana después. Esta vez se declara la urgencia USPAI. Hay ya “7.711 casos confirmados y 12.167 probables” en China. El virus ha salido del país y se registran 83 casos en 18 países. “El Comité opina que todavía es posible interrumpir la propagación del virus siempre que los países tomen fuertes medidas para detectar rápidamente la enfermedad y aislar y tratar los casos”, cita el acta de esta reunión.

Un director general nunca parco en cumplidos con China

Desde ese momento, las alertas de la OMS irán in crescendo en las semanas que siguen. Del 16 al 24 de febrero, una misión conjunta OMS-China, en la que participan expertos norteamericanos, investiga sobre el terreno (leer su informe aquí). El 11 de marzo, la organización declara el estado de pandemia.

Pero lo que se denuncia, más que los supuestos y discutibles retrasos, es su relación complaciente con las autoridades chinas. La OMS es “chinocéntrica”, según Donald Trump. Su influencia, incluido su director general, no es más que una marioneta en manos de Pekín.

Muchos especialistas de la organización declaran su incapacidad para encararse con China por el riesgo de perder cooperación e información. En la revista Science, el experto Lawrence Gostin cree que el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, se encuentra “ en una situación casi imposible”.

Pero, más allá de esta compleja diplomacia sanitaria, ahí están los sosprendentes elogios hechos a Pekín a lo largo de la crisis por Tedros Adhanom Ghebreyesus. No es nada nuevo. China apoyó de manera determinante su candidatura y su elección en 2017 a la cabeza de la OMS, junto con los votos de la totalidad de los Estados de la Unión Africana. Siendo el primer africano elegido a la cabeza de la OMS, el nuevo director accedió rápidamente a una petición china: la supresión del estatuto de observador de Taiwan, ciñéndose al principio de “una sola China”. El conflicto es recurrente desde entonces. Taiwan dispone de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, está a las puertas de China y ha gestionado de forma notable la crisis del covid-19.

En una nota reciente publicada por la Fundación de Investigación Estratégica (FRS), la investigadora Valérie Niquet relata la larga estrategia de la influencia de China en las grandes agencias de la ONU. Contando con los votos de los países africanos, Pekín ha podido conquistar plazas importantes y así controlar directa o indirectamente organismos internacionales.

“Tedros Adhanom Ghebreyesus no toma ninguna distancia política respecto al régimen chino”, dice Valérie Niquet, preguntada por Mediapart. “Por otra parte, China es la primera fuente de inversiones extranjeras y el primer socio comercial de Etiopía”, país del director general, donde ha sido sucesivamente ministro de sanidad y de asuntos exteriores.

Otro especialista en China, François Godement, se suma al análisis de Valérie Niquet en términos algo más comedidos, estimando que “salta a los ojos las reticencias del director general a criticar a China en la forma que sea”.

Lo cierto es que en cada uno de sus discursos, antes y después de la crisis, el director general es pródigo en cumplidos y se ajusta perfectamente a la agencia internacional de Pekín. La investigadora Alice Ekman explica en la revista Le Grand Continent, cómo “el doctor Tedros, desde 2017, ha incorporado elementos del lenguaje de poder chino”. Analizando uno de sus discursos pronunciados en Pekín en agosto de 2017, un mes después de tomar posesión del cargo, “a través de su voz, la organización se colocaba al lado de Pekín en la promoción de una ruta de la seda sanitaria”, añade. El 28 de enero, Tedros Adhanom Ghebreyesus voló a Pekín para reunirse con Xi Jinping. “Apreciamos la seriedad con la que China trata esta epidemia, y especialmente el compromiso de sus dirigentes y la transparencia de la que hacen prueba”, declaró. Ni una sola palabra sobre los médicos alertadores, los informes censurados y los periodistas perseguidos.

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Pero también es cierto que en las semanas siguientes, es otro dirigente el que felicitaba a China y a Xi Jinping. Era Donald Trump quien, a través de un montón de tuits, confiaba en Pekín, antes de que mencionara el “virus chino”.

De hecho, Occidente, con EEUU y los países europeos en cabeza, descubren ahora que han perdido el control de muchas organizaciones internacionales, a menudo ignoradas e incluso despreciadas. La OMS ha sido considerada mucho tiempo como la agencia sanitaria de los países pobres del Sur. El covid-19 les recuerda que su negligencia o su hostilidad a un multilateralismo eficaz tiene hoy un precio político y sanitario.

Traducción de Miguel López.

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