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La OTAN no está dispuesta a admitir ahora a Ucrania pero le ofrece un premio de consolación

El presidente ucraniano, Volodymir Zelenski), estrecha la mano del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

Justine Brabant (Mediapart)

Este 12 de julio el ambiente en Estocolmo era claramente más alegre que en Kiev, al clausurarse la cumbre anual de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Poco antes de la apertura de la cumbre, Turquía anunciaba su acuerdo con la adhesión de Suecia, lo que convierte a Estocolmo en el siguiente y 32º miembro de la Alianza. Ucrania, que esperaba que la cumbre fuera la ocasión de fijar un calendario preciso para su adhesión a la alianza militar, se ha ido decepcionada.

Entre las casi treinta páginas del comunicado firmado conjuntamente por los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la OTAN, todo el mundo se fijó en una pequeña frase: la relativa a la futura adhesión de Ucrania a la Alianza Atlántica. De hecho, ya en 2008, en la cumbre de Bucarest, se prometió a Kiev (y a Georgia) el ingreso en la OTAN, pero nunca llegó a materializarse, ya que el "en teoría" resultó ser un "no en la práctica" (por utilizar la frase de Camille Grand, ex vicesecretario general de la organización).

Para Kiev y algunos de sus partidarios, esta promesa incumplida de Bucarest es responsable de muchas desgracias: al asimilar de hecho a Ucrania al "campo occidental" odiado por Moscú sin proporcionarle las garantías militares asociadas a la OTAN, dejó al país especialmente vulnerable, e incluso animó a Vladimir Putin a atacarlo.

Desde su punto de vista, la cumbre de Vilna (Lituania) era una oportunidad para enmendar este error histórico planteando por fin de forma concreta la adhesión, considerada como la única manera de garantizar que Rusia renuncie a largo plazo a sus ambiciones imperialistas.

"Hoy y mañana, en Vilna, la OTAN podrá (...) corregir los errores fatales de la cumbre de Bucarest de 2008, donde las puertas abiertas resultaron no estar del todo abiertas" y "establecer claramente el futuro obligatorio de Ucrania dentro de la única alianza militar competente", pedía uno de los asesores del presidente ucraniano, Mijaïlo Podolyak, antes de la cumbre.

Sin embargo, la adhesión inmediata queda efectivamente descartada por los textos de la OTAN (que no permiten la adhesión de un país en guerra) y por las consecuencias probables de tal decisión: la adhesión a la Alianza mientras la guerra sigue su curso significaría de hecho que la OTAN estaría en guerra con Rusia, lo que muy probablemente sería sinónimo de una tercera guerra mundial.

No a la adhesión inmediata, pero compromisos más precisos que los contraídos en Bucarest, fue la situación intermedia en la que los Estados reunidos en Vilna tuvieron que tomar posición, en una frasecita cuidadosamente sopesada.

El Presidente Zelensky había sugerido unos días antes que la "señal clara" que esperaba su país podría adoptar la forma de una "invitación" de la OTAN a Ucrania.

¿Una "invitación" a unirse a la Alianza "rápidamente"? ¿"A medio plazo"? ¿"Tan pronto como sea posible"? ¿Una promesa de adhesión "al final de la guerra"? Se examinaron prácticamente todos los matices ofrecidos por las lenguas de trabajo de la Alianza, que culminaron a última hora del martes 11 de julio en una fórmula especialmente enrevesada: "Estaremos en condiciones de cursar una invitación a Ucrania para que se adhiera a la Alianza cuando los aliados lo hayan decidido y se cumplan las condiciones", aseguraron los Estados miembros.

Es decir, "los aliados han acordado decidir que decidirán cuando se pongan de acuerdo", como lo resume irónicamente David Cadier, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Groningen (Países Bajos). 

La decepción es sin duda proporcional a las esperanzas suscitadas por varias declaraciones previas a la cumbre, incluidas las de las autoridades francesas.

Puede que el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, se congratule de que la palabra "invitación" aparezca por primera vez en un documento oficial de la OTAN, pero el comunicado ha sido recibido en Ucrania con indisimulada amargura. "Al menos seamos honestos y admitamos que es principalmente la OTAN la que no está preparada ahora", reaccionó en un tuit uno de los periodistas más conocidos del país, Illia Ponomarenko (que cubre la guerra para Kyiv Independent).

La decepción es sin duda proporcional a las esperanzas suscitadas por varias declaraciones previas a la cumbre, entre ellas las de las autoridades francesas. Cuando en 2008 Francia (junto con Alemania) era uno de los Estados aliados que se oponían a una adhesión rápida de Ucrania, en las últimas semanas Macron parece enviar señales diferentes. Una postura poco realista, según la historiadora Jenny Raflik: "Ucrania no puede entrar en la OTAN así como así, porque mientras dure la guerra no cumple los criterios de adhesión".

¿Por qué, entonces, se ha mostrado tan complaciente en este asunto? "La posición del presidente Macron sobre todo permite a Francia existir en el juego diplomático sin correr muchos riesgos, dar un paso hacia los países del Este de Europa, responder a quienes le acusan de estar entre los países que menos han hecho en términos de apoyo militar y mostrar una posición fuerte a nivel internacional en un momento en el que tiene dificultades en política interior", opina la profesora Raflik, de la Universidad de Nantes, que ha hecho una investigación sobre la evolución de la posición francesa ante las ampliaciones de la OTAN.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no tiene esas preocupaciones. Había repetido ya varias veces antes de la cumbre de Vilna que Ucrania no estaba preparada, entre ellas en una entrevista concedida a la CNN el 9 de julio. Biden señalaba el problema de la guerra en curso, pero no sólo eso: también mencionaba criterios de "democratización" que, en su opinión, Ucrania aún no cumplía. El comunicado final de los países aliados en Vilna se hace eco más o menos de estos términos, al referirse a las "reformas democráticas adicionales necesarias", una forma educada de referirse a cuestiones como la corrupción.

Premios de consolación

La OTAN, sin duda consciente de haber decepcionado a sus socios ucranianos, ha ofrecido una serie de premios de consolación en la cumbre de Vilna.

El primero es una facilidad administrativa concedida a Kiev para el día en que se concrete la adhesión. Ucrania no tendrá entonces que aplicar un Plan de Acción para la Adhesión (MAP), una especie de lista de objetivos políticos, económicos y militares que deben cumplir los países candidatos y cuya aplicación puede llevar varios años.

Pero la medida es sobre todo simbólica, porque al tiempo que suprimen esta formalidad, los aliados anuncian otras: su declaración publicada el 12 de julio menciona "reformas adicionales necesarias en el plano democrático y en el sector de la seguridad ", y más en general evaluaciones que deberán realizar los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la Alianza.

"Suprimir el MAP al tiempo que se habla de reformas adicionales que deben llevarse a cabo es, a fin de cuentas, un poco cosmético", afirma Amélie Zima, investigadora especializada en la OTAN en el Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar francesa (Irsem). "De hecho, la OTAN está diciendo claramente que Ucrania no está a la altura. Esto no es en absoluto lo mismo que decir: 'En cuanto haya paz entraréis en la Alianza'. Ni mucho menos.”

El segundo premio de consolación es que en lugar de la actual "Comisión OTAN-Ucrania", la Alianza creará un "Consejo OTAN-Ucrania". Un cambio sutil que supondrá un "claro refuerzo de la cooperación" en el mundo de la OTAN, según el Elíseo.

Por último, y éste es sin duda el acontecimiento inmediato más importante para Kiev, los Estados reunidos en Vilna hicieron una serie de anuncios relativos a su apoyo militar a Ucrania. Algunos tuvieron lugar pocos días antes, como el muy controvertido envío por parte de Estados Unidos de municiones de racimo, armas que liberan multitud de pequeños explosivos de forma indiscriminada y pueden causar terribles daños a la población civil. Esas armas están prohibidas desde 2008 por la Convención de Oslo, firmada por muchos países de la OTAN (pero no Rusia ni Estados Unidos).

A eso hay que añadir los misiles de largo alcance Scalp, que llegan a 250 kilómetros, envío anunciado por Francia el 11 de julio, primer día de la cumbre (que se unen a los Storm Shadow británicos); también el envío de misiles Patriot adicionales por parte de Alemania y la formación de una "coalición" de once países para entrenar a pilotos ucranianos en cazas F-16.

Estas iniciativas aún pueden completarse con el anuncio por los países del G7 de que el miércoles 12 de julio presentarán un nuevo documento en el que se detalla "cómo apoyarán los aliados a Ucrania en los próximos años".

En conjunto, los países de la OTAN están "haciendo casi todo lo posible sin entrar en el conflicto", afirma Amélie Zima. “Se están proporcionando garantías de seguridad y se está enviando a Rusia el mensaje de que no vamos a dejar sola a Ucrania. Por supuesto, esto puede parecer poco, pero los Estados miembros tanto de la UE como de la OTANno pueden ir más allá de ciertos límites, pues de lo contrario se convertirían en cobeligerantes.”

Levantamiento del veto turco

Algo eclipsada por los debates en torno a Ucrania, en la cumbre de Vilna se tomó otra decisión importante: Turquía anunció que levantaba sus objeciones a la adhesión de Suecia a la Alianza Atlántica.

El presidente Erdogan ha estado obstaculizando la adhesión durante 18 meses. "Parece haberse dado cuenta de que no tenía mucho que ganar con seguir bloqueando a Suecia, sino que podía salir beneficiado reparando sus tensas relaciones con Estados Unidos y sus otros aliados de la OTAN", argumenta el New York Times para explicar este cambio radical.

De hecho, a cambio de su luz verde, Turquía consigue mucho: Suecia ha modificado su Constitución para endurecer la legislación antiterrorista, ha aprobado una nueva ley que prohíbe las actividades vinculadas a grupos extremistas, ha extraditado a un miembro del PKK y ha prometido aumentar su cooperación económica con Turquía. El Congreso americano hizo presión suspendiendo la venta de aviones F-16 a Turquía hasta que Ankara aprobara la adhesión de Suecia.

El giro de Turquía respecto a Suecia podría marcar un cambio más amplio en la política exterior de Erdoğan, que hasta ahora se había mostrado muy considerado con el Kremlin. El cambio se produce tras la repatriación, en contra de la opinión de Moscú, de cinco soldados del regimiento Azov que habían permanecido retenidos en Turquía. Ankara también ha sorprendido a muchos observadores al pedir la reanudación de las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea.

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Están aún por ver las implicaciones de este posible giro turco. De momento, la Alianza Atlántica está satisfecha con sus victorias a corto plazo. "La finalización del proceso de adhesión de Suecia a la OTAN supone un paso histórico que beneficia a la seguridad de todos los países de la Alianza en este momento crítico. Todos saldremos reforzados y más seguros", declaró Jens Stoltenberg el lunes 10 de julio.

 

Traducción de Miguel López

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