Las políticas climáticas de Trump serán aún más dañinas que las de Biden

Donald Trump en el Foro Económico Mundial en Davos este jueves.

Jade Lindgaard (Mediapart)

Desde la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, el lunes 20 de enero, cada nuevo segundo pesa más en términos de emisiones de CO2 y contaminación: retirada del acuerdo de París, moratoria de nuevos permisos eólicos marinos y las amenazas a ciertos proyectos autorizados, debilitamiento de la normativa sobre perforaciones petrolíferas y minería, decaimiento del marco jurídico de las políticas de reducción del dióxido de carbono, replanteamiento de las ayudas a los coches eléctricos, relanzamiento de las terminales de exportación de gas natural licuado (GNL) y dudas sobre la continuidad de la protección del eperlano del delta, el pequeño pez motivo de polémica entre Trump y el gobernador de California, Gavin Newsom.

Por no hablar de la supresión de los programas anti-contaminación para los habitantes de los barrios populares. Y el anuncio, el martes 21 de enero, de un gigantesco programa de centros de datos de alto consumo energético para desarrollar la nueva generación de inteligencia artificial (IA).

Donald Trump firmó un aluvión de órdenes ejecutivas para “liberar la energía americana” pocas horas después de jurar el cargo en la Rotonda del Capitolio. Repitió el viejo eslogan republicano del Drill, baby, drill” (¡perfora, nene, perfora!) y añadió “hacer todas las cosas que queramos hacer” ante sus seguidores. Mientras, según The New York Times, altos ejecutivos de la industria fósil descorchaban champán y degustaban galletas con la efigie de Donald Trump, invitados por el multimillonario petrolero y financiero de la campaña Harold Hamm.

Aunque no todos los deseos del presidente americano puedan llevarse a la práctica –algunas decisiones tendrán que pasar por el Congreso, y varios Estados dicen querer mantener sus políticas climáticas–, el mensaje es tan contundente como claro: no pinta nada bien para el clima.

Cifras asombrosas

A pesar de la grandilocuencia y las declaraciones espectaculares, no está nada clara la ruptura con el mandato de Joe Biden y Kamala Harris. Estados Unidos nunca ha extraído y exportado tanto petróleo y gas como bajo la presidencia demócrata. La producción de crudo es ahora un 70% mayor que hace ocho años, cuando Trump fue elegido por primera vez.

En cuanto a las exportaciones de GNL, ahora dominan el mercado mundial, mientras que eran casi cero en 2016. “Estados Unidos es un gigante de la energía, y estamos en un nivel de seguridad energética que nunca habíamos visto antes”, se jactaba recientemente Geoffrey Pyatt, subsecretario saliente de Energía de la administración Biden.

Las cifras son asombrosas, dados los efectos de la extracción de hidrocarburos en el cambio climático: Estados Unidos produce actualmente más petróleo que ningún otro país en la historia del mundo, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). En 2023, se añadieron 12,9 millones de barriles diarios de crudo al suministro de petróleo americano, superando el récord anterior de 12,3 millones de barriles establecido en 2019. Ningún otro país del mundo tiene una capacidad de producción equivalente.

Incluso Arabia Saudí está extrayendo menos oro negro de su subsuelo, según la AIE. La compañía estatal Saudi Aramco prepara un plan de desarrollo con el objetivo de alcanzar los 13 millones de barriles en dos años, es decir, menos de lo que produce hoy Estados Unidos. En este contexto es fácil entender por qué Kamala Harris defendió durante su campaña la continuación de las perforaciones petrolíferas. Aunque Estados Unidos firmó en Qatar, en 2023, un compromiso para alejarse de los combustibles fósiles. Un texto no vinculante, al igual que el acuerdo climático de París.

En el caso del gas, otra fuente de energía que contribuye en gran medida al caos climático, la inversión en infraestructuras (terminales portuarias y gasoductos) ha sido tan masiva bajo la presidencia demócrata que las exportaciones de gas podrían duplicarse en los próximos años. A pesar de que Joe Biden había decidido aparcar los proyectos de nuevos yacimientos de gas justo al final de su mandato, actualmente se están construyendo al menos de cinco instalaciones gasísticas en el Golfo de México, con una capacidad adicional estimada de 300 millones de metros cúbicos diarios de aquí a 2027. Además de la capacidad existente de 320 millones de metros cúbicos que se pueden exportar diariamente.

Trump está marcando un cambio en el grado, pero no en la naturaleza de la política energética

Thomas Pellerin-Carlin, eurodiputado (Place publique)

El tsunami de petróleo y gas que azota la economía americana es tan poderoso que la industria no quiere necesariamente producir más, ya que le preocupa que unos mayores volúmenes hagan bajar los precios de la energía y, por tanto, los beneficios. Como dato, los precios del petróleo en EE UU cayeron muy ligeramente (1%) el lunes tras la toma de posesión de Trump.

Estados Unidos nunca ha querido tener una verdadera política de transición energética, en el sentido europeo del término, es decir, una política que incluya un precio del carbono para proteger el clima, ni siquiera con los demócratas”, afirma Thomas Pellerin-Carlin, especialista en política energética y ahora diputado en el Parlamento Europeo (Place publique, centro izquierda).

El eurodiputado recuerda que la expresión “energy transition” se popularizó en Estados Unidos tras la primera crisis del petróleo, en 1973, y pretendía tranquilizar a los ciudadanos ante el riesgo de escasez y la dependencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). “Estados Unidos empezó entonces a desarrollar numerosas fuentes de energía: prospecciones petrolíferas en Alaska, investigación y desarrollo en fotovoltaica, energía eólica, gas de esquisto, energía nuclear... para dejar de depender del petróleo y el gas extranjeros”.

A este respecto, para el ex director del Centro de Energía del Instituto Jacques Delors: “Lo que Trump y Biden tienen en común es que comparten el objetivo de asegurar los recursos energéticos. La Inflation Reduction Act (IRA) apoya principalmente las energías renovables y la nuclear, pero también contiene elementos que apoyan el petróleo y el gas. Trump marca un cambio en el grado, pero no en la naturaleza de la política energética”.

La responsabilidad de los demócratas

Las consecuencias de las políticas de Biden a favor de todas las formas de energía, incluidos los combustibles fósiles, hacen mella en la trayectoria de las emisiones de CO2 en Estados Unidos: las emisiones de carbono apenas disminuyeron en 2024 (- 0,2% respecto al año anterior), según los expertos del Grupo Rhodium. Y eso que el gigante norteamericano se había comprometido a reducirlas un 61% para 2020, respecto a los niveles de 2005, en el marco del Acuerdo de París.

La IRA creada por Joe Biden aceleró el desarrollo de la energía fotovoltaica y eólica, pero la demanda de electricidad aumentó aún más, de modo que sólo pudo satisfacerse con centrales de gas, que emiten dióxido de carbono. Desde 2005, las emisiones de CO2 han disminuido un 20%, lo que es “significativo” teniendo en cuenta que la economía ha seguido creciendo durante ese periodo, según los analistas del Grupo Rhodium. Pero “para cumplir sus objetivos climáticos, las emisiones estadounidenses tendrían que disminuir diez veces más rápido”.

Con Trump se va a deteriorar, irremediablemente, la política climática de Estados Unidos, y en un momento especialmente dramático, porque es ahora cuando deberían redoblarse los esfuerzos. Sus emisiones de carbono podrían caer sólo entre un 24% y un 40% de aquí a 2030, lejos del 61% previsto, insiste la web especializada Carbon Brief.

Aunque el secretario de Energía para el inicio de la presidencia de Trump 2, Chris Wright, él mismo fundador de una petrolera, ha intentado tranquilizar a los parlamentarios demócratas diciendo que cree que el cambio climático es un “desafío global que deben abordar", y que apoyará la energía eólica y fotovoltaica, la elección de Trump como presidente es una catástrofe para el clima.

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Sencillamente, es engañoso explicar esto por el auge del “carbofascismo" y el desinhibido negacionismo climático de Trump y el movimiento Maga. Las raíces del problema están en las insuficiencias de los compromisos climáticos de los demócratas.

 

Traducción de Miguel López

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