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¿Cómo se puede poner freno a Kim Jong-un?

Kim Jong-Un, máximo líder de Corea del Norte.

Las tensiones relativas a la epifanía nuclear de Pyongyang crispan al presidente Trump, que parece dispuesto a todo por los surcoreanos. En esta crisis aguda, ¿cuál es la posición de la Corea meridional? Para comprender el punto de vista y el margen de maniobra de este país –50 millones de habitantes, 11ª potencia mundial– entrevistamos a Valérie Gelézeau, profesora en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS, por sus siglas en francés). Autora de numerosos artículos sobre la frontera entre las dos Coreas, ha escrito (junto con Koen De Ceuster y Alain Delissen) un libro sobre los logros en la década de acercamiento intercoreano (1998-2008): De-bordering Korea. Tangible and Intangible Legacies of the Sunshine Policy (Routledge, 2013).

PREGUNTA: Seúl parece estar en el ojo del huracán, en el sentido estricto de la expresión, es decir, evita la tempestad...RESPUESTA:

Efectivamente hay una calma relativa en la capital surcoreana, como en el país en sí, que puede sorprender puesto que el país está bajo amenaza directa de la potencia de fuego del Norte, mientras un objetivo todavía potencial, Estados Unidos, reacciona con virulencia por boca del presidente Trump. Como si cuanto más alejado se está, mayor fuese la agitación...

Corea del Sur parece dar muestras de una madurez propia del fatalismo: es una sociedad que ha vivido, desde 1953 (desde el fin de la guerra de Corea que, en realidad, fue un armisticio), armada, al menos mentalmente. La península evoluciona en un conflicto que permanece no sólo inacabado, sino que puede reanudarse –y que lo ha hecho en numerosas ocasiones verbalmente–. En 1994, por parte norteamericana se estuvo a punto de dar ese paso, al llegar a considerar seriamente, ese año, bombardear el reactor nuclear de Yongbyon, ubicado a un centenar de kilómetros al norte de Pyongyang, antes de que el presidente Clinton se decantase por la una desescalada, que fue posible gracias a la visita del expresidente Carter a Kim Il-sung.

La precariedad ambigua –ni paz, ni guerra y a veces ambas a la vez– puede generar, en algunos sectores de la sociedad, tanto apatía como una especie de síndrome de los años locos: pulirse el dinero sin preocuparse por el futuro, entregarse a actividades frenéticas que otorgan una vitalidad sorprendente a Seúl.

P: Sin embargo, Corea del Sur, durante mucho tiempo dirigida por militares, desplegaba una rivalidad mimética que, a veces, no tenía nada que envidiar al Norte...R:

Estos tiempos acabaron con los Juegos Olímpicos de 1988, que simbólicamente incluyeron a Corea del Sur entre las democracias desarrolladas. Esta época vio desaparecer mecanismos que pesaban mucho en el espíritu colectivo y que mantenían la tensión marcial: cada mes, sonaban las sirenas para realizar ejercicios de alerta, que llevaron a los ciudadanos a correr a los refugios; cada año un toque de queda total sumía al país en la completa oscuridad y en una forma de angustia mantenida con vigor.

Actualmente, existe cierto hastío –una “North Korean fatigue”, según Koen De Ceuster de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos–. Efectivamente, este eterno regreso de la crisis nuclear persiste. Y ello pese a las importantes evoluciones de las relaciones intercoreanas, que han conocido casi dos décadas de acercamiento, entre 1991 (con la firma de un acuerdo fundamental de cooperación) y 2008 (coincidiendo con la llegada al poder, en Seúl, del presidente conservador Lee Myung-bak).

P: Para los surcoreanos, el acercamiento ¿debe seguir llevando a la reunificación de la península?R

: Paradójicamente, la “política del rayo de sol”, es decir, de la mano tendida de Seúl a Pyongyang, durante los mandatos de los presidentes Kim Dae-jung –y de Roo Moo-hyun después, de 1998 a 2008– terminó con el sueño de la reunificación. En cierto modo, era imaginaria, en tanto las fronteras fueran estancas y los contactos muy limitados. Ahora bien, las ilusiones cesaron a medida que lo hacía el aislamiento. Efectivamente se constató el final, en el Sur, en concreto en el cine, las representaciones caricaturescas de los norcoreanos como espías amenazantes –los personajes pasaban a ser cómicos y a veces incluso simpáticos–. Las fronteras se hacían más porosas, el turismo y los negocios seguían cierto curso.

Pero entonces Pyongyang y Seul sintieron miedo. El Norte no quería ser absorbido; el Sur temblaba sólo de pensar las consecuencias de un posible hundimiento del régimen de Pyongyang y del coste que implicaría la reunificación. Como demostró nuestro proyecto, llevado en el Centro Corea del EHESS sobre este periodo [cf. De-bordering...], no es la ineficacia de esta política –todo lo contrario–, ha sido su enorme eficacia, lo que ha llevado al cambio radical de los dos países.

Así que en 2008, los conservadores partidarios de emplear tácticas enérgicas frente a la dictadura comunista –la actitud frente al Norte es el asunto político divisor por excelencia en el Sur– accedieron al poder en Seúl. Terminan con los esfuerzos de acercamiento que se inscriben en una temporalidad larga, que justifican en la carencia de resultados a corto plazo: el régimen de Pyongyang no se ha fragilizado; su desnuclearización no se ha producido, al contrario.

P: ¿Existe una corriente política, en el Sur, que espera sacar las castañas nucleares del fuego: aprovechar una eventual reunificación para dotar a toda la península del arma atómica legada por el Norte?R: sacar las castañas

Un discurso así, aunque sin duda procede de algunos medios nacionalistas reducidos, no podría mantenerse oficialmente en Corea del Sur. De todas formas es poco real, Seúl ha firmado el tratado de no proliferación.

Si existe una agenda, la lleva la dictadura norcoreana, que parece mover sus peones sin dejar que nadie le diga lo que tiene que hacer. Al otro lado, el Gobierno de Seúl aparece dubitativo. El presidente Moon Jae-in, elegido en mayo con el compromiso de reanudar el diálogo intercoreano, se ha visto sorprendido, hasta el punto de reclamar mayores sanciones, mientras que su Gobierno ha llegado a hablar del eventual regreso a las armas nucleares tácticas en Corea del Sur.

En cuanto a la comunidad internacional, da muestras de tener una memoria de pez, impone sanciones como el que inserta perlas y tiene, con el presidente Trump, su agitación y sus tuits, una caja de resonancia desoladora.

P: Pese a todo ¡¿este verano ha pasado cosas!?R:

La crisis es importante y es diferente a otras, pero se enmarca en un pasado reciente totalmente ocultado, así como en una temporalidad lejana también olvidada: en enero de 2016, Corea del Norte llevaba a cabo su cuarto ensayo. La escalada a la que asistimos hoy supone la degradación creciente de las relaciones desde 2008; no olvidemos el naufragio, el 26 de marzo de 2010, de la corbeta Cheonan de la marina surcoreana, atribuida a la República Popular Democrática de Corea, cuya artillería, ocho meses después, el 23 de noviembre de 2010, bombardeaba la isla de Yeongpyeong perteneciente a Corea del Sur.

La comunidad internacional se escandaliza, vota sanciones, después olvida y pasa a otra cosa para no quedar en evidencia ante su incoherencia ante el resto, difícil de resolver –cómo abordar una dictadura que se dota de armas nucleares, cómo no privarse de cualquier medio de influir o de actuar–; ahora bien, al contrario de la opinión mayoritaria que se puede leer en los medios de comunicación, es falso (una vez más, hay numerosas investigaciones en el ámbito de las ciencias sociales y políticas que lo demuestran) que no se puede negociar con Corea del Sur. Claro que eso también se ha olvidado o, peor aún, ¡se ha negado!

P: Quizás ahí falta una pieza fundamental: el embajador norteamericano en Seúl, a la vez proconsul yanqui y amortiguador de crisis...R:

El nombramiento de un embajador en Seúl, en medio de la desorganización de la diplomacia de Washington ha durado demasiado; efectivamente el vacío se nota desde hace ahora siete meses. La semana pasada, el presidente Trump se dirigió a Victor Cha, profesor norteamericano de origen coreano, exasesor del presidente Bush y partidario de una línea dura con Pyongyang. Pero este investigador del centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, adscrito a la Universidad de Georgetown, en las afueras de Washington, no parece haber respondido aún a una propuesta así de la Casa Blanca...

El vacío más trágico, en mi opinión, concierne al propio papel de Seúl, que aparece cortocircuitado. Es la consecuencia de la política de retirada en marcha desde 2008. En nombre de un objetivo a corto plazo (desnuclearizar inmediatamente el Norte), Seúl ha acabado, en la última década, con todos los canales abiertos con el Norte y que habrían podido llevar, con paciencia, a introducir cambios por capilaridad: los vínculos económicos se rompieron en mayo de 2010 (tras el naufragio de la corbeta Cheonan) y el complejo económico de Kaesong se cerró en enero de 2016 (tras las pruebas nucleares con éxito que dotaban oficialmente a Pyongyang de la bomba H).

Aunque quizás la aparente calma y la supuesta madurez de la sociedad surcoreana, en el punto álgido de la crisis actual, no son más que signos de una impotencia y de una marginalización desfavorables...

Traducción: Mariola Moreno

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