Reza Khandan, prisionero político iraní: “Ningún régimen ha llevado tan lejos los límites de la represión”

Reza Khandan (Mediapart)

En una carta escrita desde su celda, y que se reproduce a continuación, Reza Khandan, activista de derechos humanos y marido de la famosa abogada y activista Nasrin Sotoudeh, ofrece un relato escalofriante sobre el trato inhumano que él y sus compañeros de prisión han recibido mientras Irán era bombardeado por Israel. Un testimonio excepcional sobre la situación de los presos y presas políticos.

Describe la brutalidad de su traslado, en plena guerra de Israel contra Irán, desde la siniestra prisión de Evin, en Teherán, a la de Borzog (conocida como Fashafouyeh), la prisión central del Gran Teherán, la más grande del país, a unos treinta kilómetros al sur de la capital.

La prisión de Evin, objetivo de un bombardeo israelí que causó más de setenta muertos y decenas de heridos el 29 de junio, es uno de los símbolos de la represión de la dictadura islámica de Irán, que concentra allí a opositores, presos extranjeros o con doble nacionalidad.

En la sección 209 de la prisión de Evin, un centro penitenciario de alta seguridad situado al pie de la montaña, al norte de Teherán, se encontraban detenidos en el momento de los ataques israelíes los franceses Cécile Kohler y Jacques Paris, acusados de espionaje para los servicios de inteligencia israelíes el 2 de julio. Se enfrentan a la pena de muerte.

Desde entonces, sus familiares desconocen su paradero.

Un diplomático francés se reunió con la pareja el martes 1 de julio, durante una visita consular a la prisión de Borzog, última prueba de que estaban vivos. Posteriormente, Cécile Kohler habría sido trasladada a la prisión de Qarchak, al sureste de Teherán, otro infierno carcelario. Allí habría permanecido veinticuatro horas antes de ser trasladada, con los ojos vendados, a una prisión secreta. Fue separada de Jacques Paris, quien, por su parte, habría sido trasladado a otra prisión secreta.

Reza Khandan, diseñador gráfico de profesión, casado con Nasrin Sotoudeh, figura de la lucha por los derechos humanos y de las mujeres, galardonada con numerosos premios en todo el mundo, militó contra el uso obligatorio del velo y la pena de muerte en Irán. Apoyó sin fisuras a su esposa, encarcelada en múltiples ocasiones, como entre 2018 y 2021.

Nasrin Sotoudeh conoce muy bien las rejas de la prisión de Evin, tras las que fue encarcelada por defender a mujeres jóvenes que se negaban a llevar el velo (fue condenada a cinco años de prisión por espionaje, a los que en 2019 se sumaron otros diez años y 148 latigazos, en particular por “incitación a la indecencia”, pena que posteriormente se agravó).

En 2019, Reza Khandan fue condenado en rebeldía a seis años de prisión por atentar contra la seguridad nacional y difundir propaganda contra el Estado, entre otras cosas por diseñar y distribuir insignias con la siguiente frase: “Me opongo al uso obligatorio del hiyab”.

Fue detenido en su domicilio y encarcelado en diciembre de 2024 para cumplir esa pena. Esta es su carta.

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Crónica de un crimen en curso

“Tras el inicio de la guerra [los ataques israelíes del 12 de junio de 2025, ndr], mi esposa Nasrin Sotoudeh me hizo llegar un documento que contenía una resolución adoptada en 1986 por el Consejo Superior de la Magistratura con el fin de garantizar la seguridad de los presos.

Según esa resolución, todos los presos de las zonas de guerra debían ser liberados inmediatamente. Al día siguiente, envié una carta al jefe del poder judicial para solicitar la liberación de los presos. Otros compañeros de prisión también solicitaron la liberación de los presos haciendo referencia a esa resolución e insistiendo en la aplicación de la ley.

Dos días más tarde, junto con mis compañeros de prisión, tras insistir enérgicamente, conseguimos organizar una reunión con el director de la prisión, así como con el representante del fiscal y otros responsables de la prisión de Evin.

Recordamos todos los problemas y peligros potenciales que se avecinaban y mencionamos la resolución antes citada. Habíamos previsto todas las posibilidades de un ataque aéreo contra la prisión de Evin, o incluso sus alrededores, y explicamos detalladamente las consecuencias.

Sin embargo, no se tomó ninguna medida, ni siquiera mínima, para la liberación de los detenidos. El lunes 23 de junio, la prisión de Evin fue atacada.

La responsabilidad de la muerte de tantos detenidos, miembros del personal penitenciario y familiares de los detenidos que estaban de visita recae directamente en las autoridades penitenciarias, la organización de las prisiones y el propio jefe del poder judicial, que violaron conscientemente la ley y provocaron esta gran tragedia. Los presos asesinados eran personas que estaban trabajando en el patio de la prisión o en los servicios administrativos.

Pero ahora quiero desvelar otra tragedia que tuvo lugar después del ataque aéreo.

A última hora de la noche del 23 al 24 de junio, se anunció repentinamente que los presos de Evin debían ser trasladados lo antes posible a la prisión de Fashafouyeh, la Gran Prisión de Teherán. Para muchos reclusos, ni siquiera se especificó el destino.

A lo largo de los años, gracias a enormes sacrificios económicos de las familias, los presos habían podido reunir poco a poco algunos bienes que les permitían sobrevivir. En tales circunstancias, era imposible llevárselos. El valor de estos bienes personales y colectivos no es algo insignificante.

Esa noche, los señores Farzadi y Hayat al-Gheyb (director de la prisión de Evin y jefe de la administración penitenciaria de la provincia de Teherán) se presentaron en nuestro sector, rodeados por fuerzas armadas que nos apuntaban con sus armas. Ordenaron que nos ataran de dos en dos, con las manos esposadas y los pies encadenados.

Debo precisar que, tras el bombardeo israelí, ninguno de los heridos de nuestro sector de la prisión fue trasladado al hospital, independientemente de la gravedad de sus heridas. Y allí, en lugar de protegernos o atendernos, nos encadenaron de dos en dos de tal manera que solo teníamos una mano libre.

Tuvimos pues que transportar nuestras pertenencias con una sola mano hasta los vehículos, que estaban aparcados muy lejos. Y eso era solo una pequeña parte de nuestras pertenencias. Los objetos pesados, como frigoríficos, utensilios de cocina, alimentos, etc., fueron abandonados y, en cierto modo, enterrados allí.

Eran las tres de la madrugada cuando por fin llegamos a los vehículos. La administración de la prisión, que hasta entonces había sido incapaz de satisfacer las necesidades básicas de los presos, había conseguido, en el espacio de una o dos horas, proporcionar varios miles de esposas, cadenas y otros equipos de represión.

Los responsables penitenciarios, al decidir nuestro traslado, y tal y como se llevó a cabo, cometieron un crimen de guerra al exponernos a un ataque aéreo

Estábamos de pie, junto a los autobuses, en lo alto de la colina que domina Teherán, cuando comenzó otro ataque aéreo, seguido de disparos incesantes de la defensa antiaérea. El pánico se apoderó de todos. Los presos, atados unos a otros, no podían moverse ni ponerse a cubierto.

Me obligaron a llevar, además de mis propias pertenencias, las de mi compañero de celda que estaba de permiso, así como una bolsa con parte de los bienes colectivos de nuestra celda. Las bolsas pesaban mucho y tuve que dejar varias en el camino. Como íbamos atados de dos en dos, cada movimiento de uno desequilibraba al otro y las heridas en los tobillos causadas por las cadenas nos mortificaban.

Debido a la destrucción de la carretera principal, el autobús que nos transportaba tuvo que tomar un camino que atravesaba el vertedero de la prisión. Se averió en medio del vertedero. Allí, en medio de la basura, nos dijeron que teníamos que cambiar de vehículo. Permanecimos allí cerca de una hora, en medio de una gran confusión y el olor insoportable de los desechos.

Cuando salimos del vertedero en dirección a la Gran Prisión de Teherán eran ya las cuatro de la madrugada. Al pasar por delante de la puerta principal de Evin, totalmente destruida, le dije a mi compañero de celda, Reza Valizadeh [periodista iraní-estadounidense condenado a diez años de prisión por trabajar para una radio financiada por Estados Unidos, ndr], ahora encadenado a mí: “Creo que Evin ya es historia, y que los buitres han comenzado a dar vueltas para apoderarse de esas tierras situadas en el norte verde de Teherán, codiciadas por su valor inmobiliario”.

La historia de esta prisión, que no es más que torturas, ejecuciones y atrocidades, verdadero símbolo de violencia y represión, está llegando a su fin. Pero esos abusos están lejos de haber terminado en Irán. Solo cambiará el lugar donde se practican.

Los responsables penitenciarios, al decidir nuestro traslado, y tal y como se llevó a cabo, cometieron un crimen de guerra al exponernos a un ataque aéreo. Nuestro convoy de autobuses, que circulaba de noche escoltado por vehículos militares, podría haber sido fácilmente atacado.

Aún era de noche. Teherán estaba sumida en la oscuridad. A lo lejos, hacia donde nos dirigíamos, el cielo estaba iluminado por los disparos de la defensa antiaérea. Por la oscuridad se extendía una larga fila de prisioneros aterrorizados, con las manos y los pies encadenados, arrastrando sus pertenencias personales. Cada movimiento de uno arrancaba un gemido a los demás. Junto a nosotros pasaban soldados armados, nos insultaban, nos humillaban, nos amenazaban y volvían a empezar, incansablemente.

Seguramente habría sido igual en la Alemania nazi y en sus campos de trabajos forzados. Nuestra dignidad humana había sido pisoteada.

Avanzábamos hacia un futuro sombrío. El ruido de nuestras cadenas sonaba como una campana fúnebre, anunciando días aún más terribles. Éramos prisioneros inocentes en un sistema sin justicia. Y en un abrir y cerrar de ojos, nos convertimos en prisioneros de guerra.

Y durante todo ese tiempo fuimos víctimas, víctimas de los caprichos de un régimen que destruyó todas las esperanzas de una nación. Un régimen que afirmaba: “Luchamos en Siria para no tener que luchar en nuestro propio suelo.”

Puedo decir sin dudarlo que ningún régimen en la historia ha traicionado tanto a su propio pueblo. Nadie ha llevado tan lejos los límites de la barbarie, la represión y la violencia bruta.

El nivel de desorganización, suciedad, promiscuidad y falta de higiene nos dejó a todos atónitos

Eran las ocho de la mañana cuando llegamos a la prisión del Gran Teherán. El trayecto, que normalmente dura poco más de una hora, nos llevó seis. Llevábamos más de veinticuatro horas sin dormir y nueve sin tener acceso a agua potable.

Llevamos ya varios días en esta nueva prisión. Aún no habíamos superado el impacto de los bombardeos y nuestro brutal traslado, cuando el infierno de esta prisión nos mostró su terrible rostro. La violencia y la intimidación ya estaban en pleno apogeo y solo esperaban nuestra llegada.

El nivel de desorganización, suciedad, promiscuidad y falta de higiene nos dejó a todos atónitos. Las celdas, repletas de presos, están infestadas de chinches, moscas e insectos nocivos. No hay ni un momento de descanso o respiro. El agua de la prisión es salobre y huele a estancada. El agua embotellada que se vende en la tienda de la prisión es muy escasa, lo que hace que los calurosos días de verano sean aún más insoportables.

Las celdas están a punto de estallar. Y en cualquier momento, con la reanudación de los combates, esta prisión del Gran Teherán podría ser el próximo objetivo. Una vez más, los presos se convertirán en escudos humanos e instrumentos de propaganda, mientras las autoridades siguen haciendo oídos sordos.

Otro homenaje

Para terminar, quiero rendir homenaje a una mujer. Una médica, especialista en enfermedades infecciosas, que todos los lunes, a la hora fijada, acudía a los diferentes edificios para examinar a los presos. Me atendió en cuatro ocasiones debido a una infección pulmonar por una gripe contraída en prisión. El tratamiento avanzaba bien, hasta que los humos de la explosión lo agravaron de nuevo.

Se decía que, en memoria de su difunto padre, dedicaba un día a la semana a atender gratuitamente a los presos.

Corrieron rumores de que había muerto, junto con otros miembros del personal sanitario, durante los bombardeos. Pero luego otros la vieron en una camilla, gravemente herida. Si sobrevive, podría quedar gravemente discapacitada.

Después de que nos dejaran en la prisión de Gran Teherán, el conductor del autobús municipal que nos había transportado encontró un trozo de papel que se había caído de una bolsa, en el que uno de nuestros compañeros de prisión había escrito su nombre y un número de teléfono. Llamaron al número y una voz tranquilizó a la familia del prisionero.

La sed de represión del régimen iraní desencadena un vendaval de terror

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Termino con esta nota para recordar que la humanidad y la bondad aún pueden brillar, incluso en medio de toda esta oscuridad, violencia, guerra y odio.”

 

Traducción de Miguel López

En una carta escrita desde su celda, y que se reproduce a continuación, Reza Khandan, activista de derechos humanos y marido de la famosa abogada y activista Nasrin Sotoudeh, ofrece un relato escalofriante sobre el trato inhumano que él y sus compañeros de prisión han recibido mientras Irán era bombardeado por Israel. Un testimonio excepcional sobre la situación de los presos y presas políticos.

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