Ucrania se bunkeriza para garantizar su seguridad ante la prolongada invasión rusa

Interior de un piso dañado en un edificio residencial de gran altura alcanzado por un dron durante un ataque masivo durante la noche en Kiev, el 06 de junio de 2025.

Pierre Alonso (Mediapart)

Jersón y Zaporiyia (Ucrania) —

Al fondo del pasillo, a la derecha, hay una sala de partos equipada con todo el material necesario para atender a dos pacientes al mismo tiempo. Enfrente, una esclusa da acceso a un quirófano listo para entrar en funcionamiento, con dos camas y una incubadora de reanimación de bebés. El pasillo se extiende a lo largo de varias decenas de metros, con otra sala de partos, una sala de reanimación y habitaciones de diez de camas. En total, 1.000 metros cuadrados y equipamiento totalmente nuevo.

Una maternidad casi como cualquier otra, quizás un poco más moderna, pero a diez metros bajo tierra, en un antiguo búnker soviético completamente renovado. En Jersón, en el sur de Ucrania, los niños nacen en habitaciones sin ventanas, bajo una capa de hormigón, tras unas puertas blindadas.

Porque en la superficie es un infierno: el ejército ruso, expulsado de la capital de la región homónima en noviembre de 2022 tras ocho meses de ocupación, se ha atrincherado al otro lado del río y bombardea la ciudad, que antes contaba con 250.000 habitantes. A los proyectiles de artillería se han sumado bombas planeadoras de varios cientos de kilos que derrumban edificios y, desde julio de 2024, los drones, pequeños aparatos pilotados a distancia de forma inmersiva, apodados FPV (por First Person View), que lanzan granadas o minas antipersonales, o explotan al impactar, sobre la población civil.

“Los proyectiles de artillería te caen encima, pero los drones merodean por el cielo. Es diferente. Cazan a los habitantes, a las ambulancias, al transporte público, a los abuelos... No hay ningún lugar seguro en Jersón”, confiesa Petro Marenkovsky, jefe del servicio de ginecología y obstetricia de la maternidad, situada cerca del río.

En un informe publicado a finales de mayo, la comisión internacional independiente de investigación sobre Ucrania creada por la ONU considera que esta práctica constituye un crimen contra la humanidad, debido al carácter “generalizado y sistemático” de esos ataques con drones, “planificados y organizados”. Una política del Estado ruso destinada a “sembrar el terror entre la población civil”, añaden los juristas.

Refugios subterráneos 

Desde este punto de vista, el modus operandi funciona. Jersón se está despoblando: de 50.000 a 60.000 habitantes a principios de 2024, ha pasado a menos de 45.000, según el vicegobernador regional, Dmytro Boutrii. El más mínimo desplazamiento es peligroso. Las calles se vacían a partir de las 15:00 y solo quedan unos pocos peatones andando deprisa, los coches circulan a toda velocidad sin detenerse en los semáforos, que ya no funcionan a propósito, y hay jaurías de perros deambulando entre los edificios, dañados la mayor parte.

Las autoridades locales buscan cómo defenderse. Un “muro” de inhibidores intenta interceptar parte de los drones, pero su eficacia es discutible. La administración militar regional querría cubrir 100 kilómetros de calles con redes antidrones. Aún está en estudio la operación, técnicamente compleja y costosa (4,2 millones de euros). Mientras tanto, Jersón se entierra, literalmente, como muchas ciudades de Ucrania.

Tras casi 1.200 días de agresión armada de Rusia contra todo su territorio, el país se ha puesto a excavar para proteger las infraestructuras civiles esenciales. Se trata de proyectos faraónicos que se desarrollan a la sombra de laboriosas negociaciones de paz, sin resultados concluyentes hasta la fecha. Kiev ofrece un alto el fuego, rechazado por Moscú, mientras se prepara para una guerra prolongada.

Ucrania se beneficia de la experiencia de Finlandia, cuyo modelo de defensa se basa en una miríada de refugios de doble uso: más de 50.000 lugares de todo tipo (piscinas, campos deportivos, parques infantiles, etc.) que se transforman en búnkeres subterráneos en caso de crisis, con capacidad para acoger al 85 % de la población total. Volodímir Zelensky anunció en marzo, durante una visita a Helsinki, la creación de una coalición para “refugios de protección civil”, que oficialmente se inició el 28 de mayo.

Esta coalición tiene como objetivo coordinar los esfuerzos de los socios de Ucrania, compartir buenas prácticas y crear mecanismos financieros para la construcción de esas infraestructuras. “El trabajo de la coalición ha comenzado, pero se encuentra en una fase preliminar de planificación”, precisa una fuente diplomática finlandesa.

La ambición de Ucrania es considerable: construir 2.300 nuevas instalaciones seguras de aquí a 2027 y 3.000 más de aquí a 2030, según el primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal. Según Kiev, esas colosales obras requerirán 14.000 millones de euros.

El gobierno no ha esperado a la creación de la coalición para ponerse manos a la obra. Ya hay más de 62.000 refugios operativos. El ministerio de Cultura ha iniciado la construcción de depósitos protegidos para obras de arte, con capacidad para acoger a personas en caso de ataque. En Járkov, la segunda ciudad del país, situada a solo 30 kilómetros de la frontera con Rusia, el ballet ensaya en un sótano acondicionado de la ópera.

En Jersón ya hay ocho hospitales que cuentan con refugios operativos y se están construyendo otros quince en la región, según el vicegobernador regional Dmytro Boutii. La maternidad subterránea, que abrió sus puertas en enero tras siete meses de obras, ha costado alrededor de 2,2 millones de euros, a los que hay que añadir 500.000 euros en donaciones de equipamiento.

El hospital infantil, situado en un barrio muy expuesto, ha renovado su sótano para poder acoger a un centenar de pacientes. “Nuestro refugio no tiene el máximo nivel de protección porque no fue diseñado como un búnker, pero protege de los drones FPV y de la artillería”, explica el pediatra Anton Deviatko, subdirector del centro.

Los pacientes solo bajan por la noche o en caso de bombardeos intensos, ya que el sótano no es muy adecuado y hay mayor riesgo de contagio debido a la promiscuidad. Las plantas superiores han sido clausuradas tras haber sufrido varios impactos.

En el hospital regional, a finales de 2024 se inauguró un primer servicio subterráneo con capacidad para 100 pacientes. Cuenta con un bloque alargado, cuidados intensivos y dos dormitorios. “Estamos trabajando para abrir dos servicios más de este tipo”, indica el anestesista Yevghen Haran, director adjunto, apoyado en su bastón. Herido en enero de 2024 por un proyectil, todavía tiene el pie vendado, pero sigue atendiendo a los pacientes.

“Búnkeres escolares”

En Zaporiyia, otra capital regional cercana al frente, están más enfocados en los centros escolares. La situación no es tan crítica como en Jersón, pero los combates, a unos treinta kilómetros, están lo suficientemente cerca como para que el estruendo de la artillería llegue a las afueras, al igual que las bombas planeadoras rusas.

A diferencia de Járkov, Zaporiyia no dispone de metro para abrir escuelas. Por ello, la administración militar regional ha construido “búnkeres escolares”: centros de 1.300 metros cuadrados, entre 7 y 10 metros bajo tierra, todos del mismo modelo. Actualmente se está construyendo la escuela 84, en un barrio del sureste de la ciudad. Desde lo alto del foso se pueden ver las futuras aulas y los pasillos gracias a un sorprendente efecto de transparencia. No se ha echado aún la capa de hormigón que cubrirá el conjunto.

En el centro, la escuela Sitch abrió sus puertas el 11 de febrero de 2025. En Orejov, una pequeña ciudad situada en el epicentro de los combates desde 2022, está uno de los cuatro centros de la región que comparten instalaciones totalmente nuevas, con techos azules y mobiliario amarillo.

Es difícil adivinar su ubicación desde el cielo: en superficie es un campo deportivo (baloncesto y voleibol). Para entrar, hay que bajar dos pisos. El bullicio da una idea del entusiasmo de los alumnos por volver a las aulas y reencontrarse con sus compañeros tras un periodo de escolarización a través de una pantalla. Estaba previsto el regreso a las aulas, tras la pandemia de covid, para el inicio del curso 2022, pero la invasión iniciada el 24 de febrero lo hizo imposible.

Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) ha expresado su preocupación por el descenso general del nivel de los alumnos que han cursado varios años de educación a distancia y el Gobierno ha buscado una alternativa. En las ciudades del interior, la vuelta a las aulas se lleva a cabo cuando los edificios cuentan con refugios para los escolares en caso de alerta. En las ciudades cercanas al frente, la educación a distancia sigue siendo la norma y la vuelta a las aulas, la excepción.

Las aulas de la escuela Sitch están equipadas con cámaras y pantallas para que algunos alumnos puedan seguir las clases a distancia. La mayoría acude al centro, encantados de salir un poco de casa y de interactuar con sus profesores, que también se sienten aliviados. “El contacto visual con los niños y la comunicación en directo no tienen precio”, confiesa Oleksander Stovbilsky, profesor de historia.

“Los alumnos están más concentrados. Pueden hacer trabajos en grupo, interactuar entre ellos”, añade su compañera de educación cívica, Lioumilia Bostan. “Aquí nos sentimos seguros. A veces hay explosiones y ni nos enteramos”, dice Alina, de 17 años, que cursa el último año de bachillerato.

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“Zaporiyia es pionera en este ámbito”, subraya Oleksander Kovalenko, portavoz de la administración militar regional. Aún quedan por construir una decena de centros subterráneos, con un coste unitario de unos 2,2 millones de euros. “Tarde o temprano, la guerra terminará, pero Rusia seguirá siendo nuestra vecina, somos muy conscientes de ello”, susurra este responsable.

Esta expresión —”Rusia seguirá siendo nuestra vecina”— está a punto de convertirse en un auténtico refrán en Ucrania. Una frase que se repite en todos los estratos de la sociedad para justificar los sacrificios y las inversiones realizadas para garantizar la defensa del país.

Traducción de Miguel López

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