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Librepensadores

Relatos, discursos, excursos o excusas

Alfonso Puncel Chornet

Definitivamente, el relato ha ganado la batalla del verano. Todos están en el intento de relatar sus bondades y destapar las maldades ajenas, que es una versión cool de “ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio”. Me refiero a que ha ganado la líquida palabra “relato” frente a la más solida de “discurso”. Cuando una palabra se pone de moda, llega a perder su significado. Este es el caso de la palabra “relato”, que se puso de moda hace unos años y ahora todo el mundo busca su relato. ¿Quién no ha jugado a repetir una misma palabra hasta percibir subjetivamente que no sabe lo que quiere decir? Esta pérdida de significado tiene su base neurológica, se denomina reminiscencia, inhibición reactiva, transformación verbal o saciedad semántica. El cerebro se satura de repetirla y hace que pierda su significado original.

Por desgracia, en la política española, la búsqueda del propio relato con el objetivo de convertirlo en el argumento de la opinión pública por la vía de la opinión publicada consigue el fenómeno contrario al pretendido, esto es, de saturación de la ciudadanía además de que se dejan de utilizar conceptos mucho más adecuados como, por ejemplo, la palabra “discurso”. Un relato es, en sus dos únicas acepciones del diccionario, además de un cuento o una narración, una mera descripción de hechos, cuando lo que queremos las personas son las explicaciones, las relaciones, determinar las causas y los efectos y esto es, en definitiva, un discurso cuya primera acepción del diccionario es, de las doce que recoge, “facultad racional con que se infiere unas cosas de otras”. Pero este es el signo de nuestro tiempo: cosas fáciles, frases cortas, mensajes breves, relatos, política espectáculo. Cuentos, en definitiva. Lo importante parece ser dar la sensación de movimiento agitando el vagón de un lado a otro en lugar de que el tren avance.

Reuniones con potenciales socios, con entidades sociales próximas o dependientes, con personalidades de aquí y de allí pueden servir para intentar construir el relato —esto es el cuento—, pero no disponer de un discurso cuando lo sencillo y efectivo (disponiendo del gobierno) sería una ley, su reglamento y las órdenes de desarrollo, las instrucciones y poner los medios para, por ejemplo, tomar medidas urgentes para paliar la emergencia climática y, de paso, aprovechar las entrevistas en televisión no para dulcificar la situación, sino para tratar a las personas como seres adultos, interesados en la política y explicar qué hacen los responsables políticos frente esa realidad. Es decir, explicar un programa, aunque sospecho que sí lo tienen, pero no es explicable tras algunos años de desconcierto.

Al relatar, con el objetivo no declarado de discutir y no de explicar, se acaba por introducir tantas variables que uno acaba por tapar la realidad que se pretende contar, con tantos excursos que uno pierde el hilo argumental. Tantos detalles, que no explicaciones, tantas variaciones argumentales incoherentes, lanzadas como acusaciones, más que relato, discurso o excurso, es excusa buscada.

Si quieren un acuerdo con la izquierda, ¿a qué viene apelar al sentido de estado de la derecha? Y por el contrario, si se quiere un acuerdo con la derecha —propósito legítimo, no diré yo lo contrario; erróneo pero legítimo—,  ¿para qué sentarse con la izquierda para cerrar un programa? ¿O es que pretendían que la izquierda apoyara a un gobierno pactado con la derecha o que la derecha se abstuviera con un programa de izquierdas? Todo no puede ser, pero no porque sea físicamente posible, sino porque los derechos defendidos, los intereses objetivos, bien materiales, no sólo ideológicos, de una y otra (me refiero a la derecha y ala izquierda) son opuestos. No se puede lograr el apoyo, a la vez y sin solución de continuidad, de quien quiere desregular las entidades financieras para que campen a sus anchas y de quien quiere controlarlas para evitar la especulación. O querer tener el apoyo de quien otorga a los fondos de inversión viviendas para especular con ellas, con dinero de no se sabe quién desde no se sabe dónde, y a la vez pedir el apoyo de quien es expulsado de su casa porque los nuevos propietarios le doblan el precio del alquiler.

El relato basado en conceptos tales como “sentido de Estado”, “bien común” o “interés general” que tan bien se han instalado en nuestro lenguaje, oculta las verdaderas intenciones, que no son otras que seguir manteniendo el status quo atrapando a todos en un proyecto común imposible. ¿Qué interés común puede tener alguien que constata el deterioro medioambiental consecuencia de industrias contaminantes de aquel que pretende mantener esas industrias para maximizar los beneficios? O uno u otro se han de plegar a los objetivos de la otra parte y el gobierno ha de estar con uno o con otro. No caben las dos políticas a la vez. ¿Qué “sentido de Estado” puede ser compartido en relación con las privatizaciones de la sanidad, las políticas sociales, la educación, la emergencia climática o la política fiscal cuando unos pretenden que cada cual se lo pague con aquello que gane o mediante fondos de inversión o cuentas controladas por bancos, mientras otros pensamos que existe un sistema de solidaridad más eficaz a partir de estados fuertes y sistemas fiscales progresivos y sin topes, en el que no sólo importe la renta, sino el origen de la renta? ¿O creen que obtuvieron los votos para ser “califa en lugar del califa” y que todo siga igual?

En fin, no me cuenten más cuentos, no pongan más excusas, no construyan más relatos, digan cuál es su programa en relación con todos estos temas y qué van hacer con los votos obtenidos. O mejor aún, hagan ese programa en colaboración con aquellos, con pocos o muchos votos, a los que quieren convencer que les apoyen. __________________

Alfonso Puncel Chornet es miembro de la ejecutiva de Iniciativa del Poble Valencià - Compromís y socio de infoLibre

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