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Librepensadores

Decadencia moral

Pablo Quirós Cendrero

Corren tiempos en los que, casi todo lo que rodea a la vida pública, se ha convertido en un espectáculo y, además, parece como si de una necesidad se tratase el que así fuese, en un afán futbolístico de premiar al nuestro, al cercano o a lo que creemos pertenecer de alguna forma, como si del fútbol mismo estuviésemos hablando; donde, aunque tu equipo haya perdido, siempre puede ser porque no se ha pitado un penalty o un fuera de juego, que hubiera cambiado el partido desde ese momento.

Lo político, lo diplomático, lo judicial e incluso lo periodístico ha llegado a formar bandos muchas veces sin sentido, pues no tratan de enfrentarse al peligro, al mal o a lo desconocido, sino de quedar por encima del otro en una especie de mayoría democrática que se puede alcanzar de la forma que sea: irregularmente, alegalmente, con trampas… ya que el fin justifica los medios.

La decadencia moral adquirida por nuestros representantes en la vida pública, viene derivada por la de la propia sociedad en la que vivimos, donde llevamos mucho tiempo acostumbrados a que se pueda infringir la ley sin que pase nada. Trabajos precarios que además explotan al personal y donde el hecho de que no te den de alta en la seguridad social, es lo más común en una conversación de jóvenes sobradamente preparados, pero que forman parte de un ejército de zombies, incapaces de protestar por sus derechos más allá de las redes sociales, o si lo hacen debe ser en multitud.

Acostumbrados a ver la muerte por televisión todos los días como si fuera una película, donde muchos acaban pensando que los que mueren en cayucos son imbéciles, ya que, si saben que mueren, para qué vienen; no es de extrañar que los muertos en pandemia si no te tocan muy de cerca, se vean de la misma forma, casi despectivamente cuando va pasando el tiempo y no se soluciona, porque no es que seas negacionista, es que no quieres admitir culpa alguna y se la echas a no se sabe bien qué, para poder seguir viviendo sin cargo alguno de conciencia. Además, si te sabes defendido en los medios, que observan que la sociedad está cansada y te cuentan que van a existir traumas por los confinamientos, aunque muestren las fiestas y desmanes, de alguna forma, te amparan y te asisten de algún tipo de razón.

La caída del imperio del 78 viene dada por las diferentes crisis, identitaria, de valores y de esperanza, que se han producido en el estado español. La Transición se hizo lo mejor que se pudo, porque no se podía hacer mejor, aunque algunos jóvenes con liderazgos carismáticos, pretendan sentenciar lo contrario sin querer admitir lo que se vivía en aquel momento. El sistema que pretendía un bipartidismo imperfecto y al que, para ello, se restringía el número de diputados en el Congreso cuando aumentando el mismo, se podría dar una mayor proporcionalidad; no estaba preparado para someterse a una intromisión de principios anglosajones desde las filas de derechas, no sólo queriendo condicionar económicamente el sistema, sino haciendo una regresión al pasado, también en los valores y la forma de vivir de las gentes.

Todo atado y bien atado, es como le gusta a la derecha española mantener el cotarro y obviar el progreso, en cuanto que eso es un asunto del destino o no: siempre va a haber ricos y pobres, la gente se muere todos los días y no hay que mirar el pasado, aunque nunca se reconozca ninguna culpa o ni siquiera se rechace el franquismo.

La sanidad universal, el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo o la eutanasia, a pesar de que han salido adelante al igual que otras leyes, siempre ha sido con el lastre del Partido Popular, que ha intentado hasta el último segundo dejar su impronta del pecado, de que no somos todos iguales y de que ellos merecen más que los diferentes.

En un país donde se recauda más impuestos por trabajar que por beneficiarse del sistema a modo de sociedades, siguen pretendiendo bajar los impuestos a los ricos, en una suerte de convencer de que son los que crean empleo y que, si la plebe tiene trabajo, podrán tener comida y techo. Y quién sabe, si a acceder a las migajas que puedan desprenderse de las oligarquías del sistema en su momento, no importe que, para ello, nos vendan el sol como suyo y ya se acepte casi sin rechistar, por la mala costumbre.

La ruptura que ha provocado la evolución del 15-M traía rabia y quizá algo de esperanza, pero está claro que no contenía ilusión. La llegada de la crisis pandémica sin llegar a haberse terminado del todo la anterior, ha sumido a las nuevas generaciones en una contemplación de la vida con tonos muy conformistas e individualizados, espoleado este sentido individual en la conversión del ser, en prácticamente una isla dentro de un archipiélago de seres que le rodean, pero que cada vez forman menos parte de nada en conjunto, ya que, casi todo lo necesario según las tendencias actuales, se puede conseguir a distancia; e incluso si llega a existir la necesidad, de compartirse desde lejos mientras se disfruta de los placeres que sean, por supuesto individuales, en el particular trono en su casa desde donde cada uno a su manera, está en disposición de dirigir la parte del mundo que cree oportuna o se merece. Somos capaces de publicar el famoso “compra en el barrio” y hacer todo lo contrario.

También se hayan de moda entre los políticos, los dichos populares, esos que forman parte de una idiosincrasia que en el fondo no deja de ser sólo la punta del iceberg, de creencias impregnadas en el hábito de vivir unos con otros, pero vamos a diferenciar. “Hasta mañana si Dios quiere”, no deja de ser algo que se dice sin que en ningún momento estemos pensando en la divinidad, sino que es algo somatizado que quedó en nosotros como si de una antigua civilización se tratase y, sin embargo, no es más que nacionalcatolicismo. Al igual que la anterior, podríamos observar otras con componentes despectivos como “no seas gitano” o “moro bueno, moro muerto”.

Con la llegada del nuevo siglo y la entrada ya en su tercera década, pensábamos que los logros de nuestra democracia se verían con una nueva capa de protección, que darían la consolidación y la madurez de estos a través del tiempo y todo lo conquistado; pero alguien se dio cuenta tras perder unas elecciones, que su siguiente misión era condicionar la opinión de este país, como el partido republicano de EEUU con el padre permisivo y el padre castigador de Lakoff. Desde el 2004, se han generado corrientes de información en contra del inmigrante, del pobre o del diferente, aquel que se sale mucho del tiesto y que no es gente de bien o como Dios manda. Para ello, se condiciona la procedencia para el trabajo, para el alquiler de la vivienda o incluso para tener algún derecho que equipare a los demás españoles muy españoles, que llevamos toda la vida en España y luchando y cotizando para que nos lo arrebaten ahora, unos cualquiera. Porque las leyes (justicia) se pueden interpretar y el derecho a… (libertad) puede ser el de robar, engañar o en estos tiempos, contagiar; y sí, además puede significar de un modo cool, vivir a la madrileña por poner un ejemplo.

La falta de mecanismos de control deja demasiado espacio a no hacer el bien, y esto sumado a la creencia de cada uno de nosotros, de que vivimos en un Estado en el que la Policía, los bomberos y los sanitarios están ahí, a la vuelta de la esquina para satisfacer nuestras necesidades, nos hace ser demasiado confiados en tiempos en los que como se suele decir, el crimen organizado sea cual sea su ámbito, va siempre por delante de la policía. Y, además, ejercer el mal con beneficio personal o del colectivo al que se pertenece, suele ser desde hace mucho tiempo muy fácil y se dota de una impunidad casi novelesca, en este país.

Observamos nuestro propio cuarto mundo casi con desdén, y pensamos que incluso cualquier llamada de socorro será atendida por los demás, sin pensar que esos demás pueden hacer igual que nosotros. La falta de empatía es más una sensación de que cada vez hay menos sociedad dispuesta a hacer algo por mí, y de alguna forma yo voy a ser igual, que no la de que no nos demos cuenta de que hacemos falta y podemos ayudar. Esta situación ha llegado también a la hora de las elecciones, una mezcla entre conformismo y falta de Justicia con uno mismo por parte de los demás, que lleva a mucha gente a situarse al margen de la política para poder echar la culpa al resto.

No sólo como personas para con la sociedad o los demás individuos, sino como personas hacia nosotros mismos, nos hemos dotado de una carga de hastío que ha derivado, en una decadencia moral sin precedentes en nuestra pretendida madura democracia.

Pablo Quirós Cendrero es socio de infoLibre

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