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Teatro

Teatro para uno

La actriz María Hervás, en el Teatro María Guerrero para las fotos de promoción del proyecto TeatroSOLO, dirigido por Matías Umpierrez.

Las instrucciones para asistir a la representación son claras (e inusuales). Hay que esperar junto a la entrada de artistas del teatro María Guerrero, hay que llegar puntual (ni antes ni después de la hora indicada en la entrada), y, sobre todo, hay que hacerlo solo. El confuso espectador aguarda, como se le ha indicado con la adquisición de su entrada, con la hoja de instrucciones en la mano para ser reconocido entre los trabajadores de la sala y los oficinistas que hacen su parada para comer en algún bar de la zona. ¿Qué es lo que tiene que pasar? ¿Cómo empieza la historia? Una chica visiblemente apresurada tropieza y cae ante la mirada de algún curioso, cientos de hojas se esparcen por  la acera y el espectador se acerca a recogerlas. Algo hace clic. El show ha comenzadoshow

A partir de ahí se desarrolla TeatroSOLO, un proyecto de artes escénicas y performance, que recala en Madrid de viernes a domingo hasta el 24 de enero auspiciado por el Centro Dramático Nacional y el Reina Sofía. Que nadie espere, sin embargo, acceder a las cómodas butacas del María Guerrero o a un auditorio del museo. Las cinco obras (con unos seis o siete espectadores por día, de uno en uno, claro) tienen lugar en cinco espacios poco convencionales: las tripas de un teatro, una sala del museo, un andén de metro, un apartamento y las calles de Lavapiés. Allí se encuentran un actor (dos, como máximo) y un espectador, reunidos por el papelito con las instrucciones como señal secreta de una cita a ciegas.

"Nadie que no sean ellos se dará cuenta de que allí está teniendo lugar una representación", explica Matías Umpierrez, director del proyecto. No parecen saberlo los hombres con pinta de contables que miran de reojo a la chica tirada en el suelo frente al maría Guerrero, después de un tropezón. Ni los paseantes que escuchan su conversación agitada al teléfono. Ni siquiera algunos trabajadores del teatro. El espectador puede sentirse parte de un rito que nadie más percibe. El espectador actúa como si no lo fuera. El espectador actúa. 

La actriz Sauce Ena en una pieza del proyecto. / Cristobal Prado (TeatroSOLO)

Así ha sido en las otras cinco ciudades donde ha tenido lugar la iniciativa. Todo comenzó en 2013 en Graus, un pueblo de los Pirineos. Inmediatamente después fueron programados en Buenos Aires, y luego llegaron a Nueva York, São Paulo y San Sebastián. De una a otra cambian los actores, el idioma y, en ocasiones, los temas. En Madrid, Lavapiés sirve de decorado para hablar de los desplazamientos causados por la guerra y la miseria. En São Paulo, una de las piezas tenía lugar en una fábrica y abordaba la esclavitud en la industria textil. "Pero nos interesaba también la universalidad del proyecto. Que cualquier espectador de cualquier parte del mundo pueda ser interpelado por este encuentro", explica Umpierrez. 

Por eso, Amnesia, que se desarrolla en los camerinos, escaleras y bambalinas de cualquier teatro, es una de las obras que siempre se mantienen. Era una forma de subrayar que el teatro no ocurre solo en el teatro. Que el encuentro trasciende el espacio creado entre el proscenio y las butacas. "El espacio del ritual que se crea entre dos personas que deciden crear o sumarse a una ficción es un espacio sagrado, que se mueve con uno", aclara el director argentino afincado en España. En Éxodo, el público accede al "espacio privado" de una casa familiar. En Testigo, se pasa de ver el metro como un lugar para el anonimato a plantearse "la vida de esas personas que viajan".

¿Y si el espectador es tímido? ¿Y si es de esos que se esconden en su butaca cuando se pide un voluntario? ¿Y si es parlanchín y quiere saber vida, obra y milagros del personaje en cuestión? No pasa nada, está todo previsto: "Quien esté en un rol más silencioso o quien necesite hablar más, siempre dejan de todas formas una carga en el intérprete. Es bastante mágico, en realidad se genera una dramaturgia también con lo que el otro aporta". El creador asegura que nada se corta y nada se improvisa. Las funciones duran 30 minutos invariablemente. E insiste en que "por mucho que el público tenga un rol activo, nunca juega un papel". 

La actriz Olalla Hernández en una pieza en el Reina Sofía. / Cristobal Prado (TeatroSOLO)

Eso quizás es discutible. Cuando la excéntrica actriz se levanta del suelo, pide ayuda al espectador, que, claro, no puede negársela. La intérprete le requerirá en varias ocasiones, e incluso se apoyará en su brazo para no tropezar por las escaleras enmoquetadas del María Guerrero. Deberá asentir o no, reproduciendo (actuando) una función fática innecesaria. Fingirá interés o entusiasmo, o esconderá su fascinación por vergüenza. ¿Es esto teatro?

Umpierrez reconoce que su propuesta se aleja de los cultos dionisíacos que dieron lugar a las comedias, y se acerca más a la narración oral tradicional. "Me interesa reconocer como primer espacio de la teatralidad los relatos que se mantienen vivos entre generación y generación". Eso significa que gran parte de la dramaturgia se estructura sobre un personaje que habla de otro, que está ausente. Cada actor es a la vez personaje y narrador.

El juego de espejos —en el de un camerino del María Guerrero, por ejemplo, decorado con decenas de fotografías de actrices, de Marisa Paredes a Marlene Dietrich— se va haciendo cada vez más complejo hasta que el espectador se olvida de la hojita de instrucciones, ese santo y seña que sirve también como recordatorio de la mentira. Abandona el escenario, el patio de butacas (la actriz le muestra la salida). En la calle todo parece un gran teatro. 

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