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'La trinchera infinita': retrato de un país con miedo

Fotograma de 'La trinchera infinita'.

Cuando Rosa vuelve a casa, en algún momento de la primavera de 1939, su marido, Higinio, la espera mirando tras los visillos. Lleva tres años sin salir a la calle, agazapado en un hueco abierto bajo las tinajas de aceite. A través de la ventana, el hombre ha creído percibir el rostro de alguno de los compañeros que marcharon al frente, y sabe lo que eso significa: en cuanto su mujer vuelve a casa, él le recrimina que le haya ocultado el final de la guerra. "Porque no se ha acabado", contesta ella, grave. "Los que están volviendo del frente están culpando a los que no habéis vuelto. Con que no se ha acabado". Para el ficticio Higinio, y para sus homónimos reales, la guerra no se acabaría hasta décadas después. Son los topos y el retrato que de ellos hace La trinchera infinita, dirigida por Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, desde el pasado viernes en los cines. Aunque algunos la señalaron como una de las mejores películas del año con su estreno en el Festival de San Sebastián, su entrada en la taquilla ha sido algo peor de lo esperado.

Aquí, Rosa es Belén Cuesta (Kiki, el amor se hace, La llamada) e Higinio es Antonio de la Torre (El reino, La noche de 12 años), pero en el mundo real estos muertos en vida tuvieron nombre propio. El más conocido sea quizás Manuel Cortés, el último alcalde republicano de Mijas (Málaga), pero los periodistas Jesús Torbado y Manuel Leguineche reunieron decenas de historias en su libro Los topos, un trabajo de siete años publicado por primera vez en 1977. En el documental 30 años de oscuridad, Manuel H. Martín regresaba al subsuelo para rescatar estas historias, cuyos protagonistas no pueden ya contarlas. Ahí llegaron Arregi, Garaño y Goenaga, conocidos como los Moriarti por la productora que comparten, artífices de películas como Handia (10 premios Goya)o Loreak, para seguir recuperando la historia.

Pese a sus circunstancias particulares, los topos tenían similitudes entre sí, que comparte Higinio. La principal: habían tenido responsabilidades políticas, ya fuera en el Gobierno, en los sindicatos o en los partidos. "Esto nos pareció importante", dice Goenaga, que junto con el otro guionista, Luiso Berdejo, ha dibujado a Higinio como a un alcalde de izquierdas en un pequeño pueblo andaluz. "También a la hora de que él se sintiese perseguido. Todos conocemos historias de alcaldes y concejales que murieron precisamente por eso. Y al fin y al cabo, si ostentas un cargo tienes una cara conocida, la gente en los alrededores sabe quién eres…". Tienes más difícil escapar. El mar está lejos de esta aldea —tan lejos del País Vasco narrado hasta ahora por los Moriarti—. Francia, más. La vía a Portugal, atravesando territorio sublevado, se vuelve impracticable a medida que avanza el golpe. Solo queda el monte o el agujero. Algunos pasaron por ambos. 

La amenaza está cerca: Gonzalo, el vecino de al lado, que acusa a Higinio de haber participado en el asesinato de su hermano, partidario del golpe, poco después del alzamiento. "El Higinio tendrá sus ideas", le defiende Rosa, "pero violento no es". No da resultado. Gonzalo no parece pertenecer a Falange, ni viste de militar, ni es terrateniente, ni tiene dinero, pero es la encarnación de la represión franquista. "Necesitábamos un vecino que diese miedo", cuenta Goenaga, "pero no queríamos que fuese maniqueo, que fuese un malvado de manual, queríamos cargarlo de razones, porque subjetivamente todo el mundo tiene sus razones, que puedes compartir o no. Este vecino puedes pensar que guarda rencor, que necesita un culpable… Y era importante también el miedo. Que no solamente estuviese en el personaje protagonista, sino que de alguna manera esté en todos". Higinio dice del que querría ser su verdugo: "Ese lo que tiene es el cuerpo lleno de miedo. Miedo a que volvamos". 

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"Al final, esta historia no deja de ser una alegoría", lanza el director y guionista, aunque casi no necesitaría aclararlo: la película es transparente en sus propósitos. "Hablamos de un personaje en unas circunstancias muy concretas, pero también es una metáfora de cómo vivieron muchos españoles que, pese a no estar encerrados en sus casas, sí que estaban viviendo en otro encierro psicológico". Higinio apenas ve la luz del sol, tiene que hablar en susurros o con breves notas, la amenaza de la detención y la muerte se esconde tras cada muelle que cruje o cada visita inesperada. Pero también su familia vive con la losa del miedo. ¿Y cuántos de sus vecinos la sienten? Dice el cineasta: "Queríamos lanzar una reflexión sobre cómo ciertas situaciones te pueden enajenar como persona". E, inevitablemente, como sociedad. Porque los topos no eran los únicos topostopos. ¿No estaban ocultas las familiares de "rojos", tratando de hacer olvidar sus orígenes y tratando de olvidar las humillaciones y la violencia? ¿Y los homosexuales, no vivirían figuradamente bajo tierra durante algunas décadas más? La película no se olvida de unas ni de otros. 

Antonio de la Torre —que está al teléfono desde el Reino Unido, inmerso en un rodaje— aporta otro elemento: el conformismo. "El miedo te lleva inevitablemente al conformismo. Y ese proceso de interiorización del miedo fue colectivo", dice el actor. "Nosotros lo podemos ver ahora, cómo nos hacen vivir por debajo de nuestras necesidades, y eso nos va minando". Higinio espera primero el final de la Guerra Civil, y luego el final de la II Guerra Mundial, que traería la invasión aliada. Aguarda el castigo de las potencias occidentales, pero en su lugar llega por radio la entrada de España en la ONU en 1955. Deja de esperar e incluso mira con recelo a la juventud antifranquista de los sesenta. Antonio de la Torre, que se empapó de los libros mencionados antes de empezar a rodar, recuerda que cuando los topos abandonaron su escondite —algunos aguantaron hasta 1969, cuando se decreta la amnistía para los delitos anteriores al 1 de abril de 1939—, estuvieron muy lejos de volver a la militancia. "La mayoría de los topos llevaron una vida muy conformista, y se entiende". No les esperaba una nueva vida, sino el final. ¿Y en la metáfora, qué dice eso de nosotros? De la Torre lo tiene claro: "Que a una España se le fue todo. Que ese tiempo se perdió para siempre". 

Pero los efectos del encierro en Higinio no son solo ideológicos. Goenaga describe su situación: "La falta de referencias, el recibir las noticias de manera sesgada, porque las revistas y la radio que escuchaba no podían contar todo…". A ese ambiente propicio a la paranoia hay que añadir el machismo, otra cárcel. "Aunque suene sexista, hay que considerarlo en el contexto: ellos se sentían heridos en su hombría, porque al final era gente que tenía que renunciar a ser 'el hombre de la casa", explica el director y guionista. "Y la mujer estaba haciendo su vida fuera, podían surgir celos… Y si tú estás viendo dañada tu autoestima, lo mismo te vas sintiendo poca cosa. Y te preguntas qué ejemplo vas a ser para tus hijos…". El fantasma de la cobardía, de ser peores que los que murieron. "Higinio no es un héroe, desde luego", admite Antonio de la Torre. Pero Goenaga parafrasea a Jesús Torbado con una idea que figura tal cual en la película: "El miedo les quitaba la categoría de héroes, pero el hecho de que no fuesen héroes no significaba que no fuesen víctimas". 

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