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Cultura

Daniel Ruiz: "Las fábricas son algo totémico que nadie puede criticar porque pone en juego su propia subsistencia"

El escritor Daniel Ruiz.

Pico Paloma, la capital de provincias que protagoniza El calentamiento global, la última novela de Daniel Ruiz, no existe. Tampoco el cercano parque natural del Roqueo, ni Oilgas, la refinería que lo amenaza y que también da de comer a buena parte de la ciudad. Pero podrían existir y, de cierto modo, existen. "Podría ser perfectamente el polo químico de Huelva, o la refinería de Cepsa", apunta el autor por teléfono, "pero también podría ser San Roque", en Cádiz, con su polígono en el que paran Repsol, Cepsa, Gas Natural Fenosa o Endesa. No le faltan ejemplos en el litoral español. Pero estas ciudades pueden respirar aliviadas de que Ruiz no les esté haciendo promoción directa y haya optado por topónimos imaginarios: el libro no deja títere con cabeza en su denuncia de la ponzoña social y política que producen en torno a sí las grandes empresas.

El calentamiento global del que habla el título no tiene solo connotaciones medioambientales. La contaminación atmosférica es aquí "testimonial", aunque esté irremediablemente unida a las grandes compañías de las que habla. "Me interesaba un acercamiento a la contaminación no sé si política, pero sí social", explica Ruiz. "La manera en que industrias de este tipo contaminan las relaciones, los juegos de poder, los contrapesos, deformando la sociedad y convirtiéndola en bastante farisea y ombliguista". No es la primera vez que se fija en los tejemanejes del poder. Lo hizo en Todo está bien (2015), donde se centraba más en los chanchullos del paisaje político. Y lo hizo en La gran ola, Premio Tusquets 2016, donde se adentraba en el día a día de la empresa familiar de jabones y detergentes Monsalves, revolucionada por el coach directivo Estabile. Aquí no mira a las tripas de las fábricas, sino a sus tentáculos. 

 

Porque aquí está Oilgas y su dirección de Responsabilidad Social Corporativa. Pero están también los periódicos locales y regionales, que negocian en suntuosas comidas el aumento en inversión publicitaria de la compañía o el patrocinio de tal o cual foro de debate. Y los empresarios de la zona, contentos de que les caiga un pedazo de la tarta. Incluso el Banco de Alimentos, que sobrevive en parte por sus acuerdos con la refinería. Y la asociación de vecinos, que recibe ayudas para la romería. E incluso la organización ecologista de la zona, que pese a su discurso tampoco se atreve a meterse con la compañía. "Hay muchísimo tejido asociativo que supuestamente sigue unos postulados reivindicativos pero que muchas veces está alineado con las consignas del poder, y que está ahí para chupar de la teta de las subvenciones", critica el escritor. "Al final, la novela es una enmienda a la totalidad sobre el comportamiento cínico que mantenemos con aspectos que tienen que ver con el compromiso". 

Dice Daniel Ruiz que el origen de su interés por el mundo de los polos químicos fue, primero, estético: "Esos bichos enormes, sofisticados, sobre todo de noche, con una apariencia monstruosa o robótica, y el contraste de su aspecto tan rutilante y lo desagradable que es". Los onubenses miran las luces de las fábricas, que flotan de noche sobre la ría, y lo comparan socarronamente con el skyline de Nueva York. En San Roque, los fotógrafos aficionados captan los resplandores futuristas del polo al atardecer. Etcétera. Para el escritor, las grandes fábricas como como "las catedrales del siglo XIV o XV", símbolos arquitectónicos del poder, "del poder capitalista en este caso". "Las fábricas tienen un componente religioso, son algo totémico, sagrado, que nadie puede interpelar porque pone en juego su propia subsistencia", señala.

Porque El calentamiento global se desarrolla a la luz del sol, lejos del hechizo nocturno de los polos. La novela reproduce la temperatura social de este tipo de localidades. Los vecinos de Puente Mayorga, una pedanía de San Roque que queda a 20 metros del polo químico, miran con desconfianza el humo que expulsan las chimeneas, sospechando que la contaminación atmosférica pueda causar una mayor prevalencia de enfermedades respiratorias. Pero también saben que es una de las fuentes de empleo en una de las provincias con más paro de España (23% en el tercer trimestre de 2019 frente a la media nacional por debajo del 14%) . Lo mismo sucede en Huelva, donde la balsa de fosfoyesos de Fertiberia, residuos radiactivos, a 500 metros de la localidad. El polo químico fue, sin embargo, motor del crecimiento de la ciudad en los ochenta, y la tasa de desempleo de la provincia ronda también el 23%. "He tenido la oportunidad de bregar con esos ambientes", dice el escritor, "y de darme cuenta de las dialécticas que se establecen entre esas industrias pesadas y contaminantes y su entorno, y cómo mucha gente vive gracias a esas fábricas, que les da la vida y a la vez se la quita".

Daniel Ruiz: "En lo periférico es donde se produce la verdadera fricción con la vida"

Y no solo figuradamente, y no solo poco a poco. La novela de Daniel Ruiz está atravesada por la catástrofe: la de un trabajador de Oilgas, que se debate entre la vida y la muerte debido a un accidente laboral. La empresa no renueva los equipos de seguridad desde hace años ni se han establecido los protocolos necesarios. El empleado, Manuel Ángel, realiza trabajos en altura sin arnés. El caso es inventado, pero, de nuevo, podría ser real. "Ni siquiera la muerte se salva de la consideración de que todo lo puede el dinero", se lamenta el autor. Porque el accidente está ahí, como un telón de fondo, una preocupación que para la empresa es solo cosmética pero que también es ignorada por el resto de agentes sociales: "Incluso la decisión de la viuda es no interponer demanda, porque considera que su propio marido no lo hubiera querido". Por muy "modernas" que pretendan ser las empresas, apunta el novelista, los riesgos laborales siguen siendo "una desgracia". En 2018, 652 personas murieron en un accidente de trabajo.

Cuando Ruiz habla de la llamada Responsabilidad Social Corporativa y de las estrategias de las grandes empresas para lavar su imagen, sabe de lo que habla: él mismo, más allá de su faceta de escritor, es empleado de una consultoría de comunicación. Le basta con mirar a su alrededor: "Cualquier empresa energética hace ahora una publicidad muy limpia, con muchos azules y verdes, todas llevan a cabo estudios, foros con preocupación de calado medioambiental". Como Oilgas. No son más, en su opinión, que movimientos "cosméticos"."Cuando se ataca la preocupación medioambiental que sí podrían combatir, que es la que les atañe a su cuenta de resultados, te das cuenta de que realmente no hay una implicación efectiva". En la portada de su libro, un empresario con maletín y corbata oculta su rostro con una máscara de gas. Una máscara. 

 

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