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La 'misión' más feliz de la cabo primero Mata: "Toda la vida preparándome para la guerra y como más he ayudado es haciendo mascarillas"

Eva Baroja

Llevaba casi veinte años preparándose para enfrentarse a lo peor. Patrulló durante horas por las vías de un tren en busca de explosivos tras el 11M y, enfundada en un mono, limpió las playas de Sanxenxo, completamente teñidas de chapapote. Su carrera profesional había estado marcada por maniobras e instrucciones, algunas en condiciones durísimas. Sin embargo, durante la crisis del covid-19, la cabo primero Mata, o Meme como todos la llaman, ha liderado una de las misiones que más satisfacciones le ha dado: “Toda la vida preparándome para ir a la guerra y al final como más he ayudado ha sido haciendo mascarillas. Nunca me había sentido tan útil”.

Cuando se decretó el estado de alarma, esta militar de la Brigada Paracaidista, una unidad de acción rápida del Ejército de Tierra, decidió confinarse en la casa de su madre Remedios en Esquivias, un pueblo de Toledo. Allí han pasado los dos últimos meses, mano a mano, haciendo mascarillas sin descanso: “Nos poníamos a coser a las ocho de la mañana y terminábamos por la noche, solo parábamos para comer y cenar. No teníamos tiempo para aburrirnos, hacíamos 200 mascarillas al día”. La madre de Meme es modista y regenta una pequeña tienda de arreglos, así que contaban con las telas, las máquinas de coser, las ganas y los conocimientos necesario para fabricarlas. En total, han repartido unas 5.000 mascarillas entre sus compañeros de la brigada, efectivos de la Guardia Civil, tiendas y farmacias del pueblo y todo aquel que se pusiese en contacto con ellas.

Meme y su madre Remedios. IL

Cuando era una niña, a Meme le encantaban los aviones y su gran sueño era ser piloto de combate, incluso cuando todavía las mujeres no tenían permitido entrar al Ejército: “La gente de mi clase tenía pósteres en la habitación de los Backstreet Boys y yo tenía de soldados. Era muy rara”Backstreet Boys, dice riéndose. Pocos años después, llegaba al Batallón de Instrucción Paracaidista de Murcia, donde el primer día conoció a Rafael, también militar. Confiesa que fue amor a primera vista por parte de los dos. Después de dieciocho años y dos hijos en común, se iban a casar el sábado pasado, pero la pandemia ha obligado a aplazarlo todo. Esta castellanomanchega reconoce, risueña, que después de tanto tiempo juntos y como no iban a hacer “una boda como la de la Pantoja, no pasa nada por esperar un poco más”.

Sus ojos verdes claros irradian fortaleza, la fortaleza de quien tantas veces se ha tirado en paracaídas, literal y metafóricamente. Como cuando se jugó la vida tomando la decisión de tener hijos después de haber sufrido un cáncer de mama muy agresivo: “Quedarme embarazada suponía mucho riesgo porque un cambio hormonal tan grande podía provocar que el cáncer se volviese a desarrollar. A Rafael le daba mucho miedo que me pasase algo. Me decía que conmigo era feliz, que no necesitaba nada más”.

Fue un accidente con el paracaídas el que facilitó que le detectasen el tumor cuando solo tenía veinticinco años: “Se me enganchó la mochila y me pegué un golpe monumental contra una carretera. Si hubiese caído con las piernas, me las hubiese partido. Tenía dolores muy fuertes en el pecho y me vieron el cáncer”. Al diagnóstico le siguieron diez operaciones y una extracción del útero, en las que su chico, no se movió de su lado ni un solo día: “Me quedé sin poder mover los dos brazos durante meses, con todo lo que eso supone. Él se portó como un campeón”, recuerda.

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Meme en uniforme militar. IL

A principios de marzo, cuando la pandemia empezó a llevarse tantas vidas por delante, Meme conocía muy de cerca la sensación de no poder respirar y quedarse sin aire. Tenía claro que las mascarillas, al tratarse de una enfermedad que atacaba de forma tan feroz al sistema respiratorio, iban a ser imprescindibles. Todavía hoy, padece un dolor crónico provocado por el cáncer que la ha alejado del paracaídas. Ahora trabaja en el grupo logístico de la brigada, fabricando y reparando material para el ejército, donde sigue disfrutando como el primer día.

Esta cabo primero ha regalado horas y horas de incesante trabajo a los demás, entre agujas, charlas con su madre y el martilleo constante de la máquina de coser. Es grupo de riesgo, pero eso no le impidió armarse de valor y ponerse manos a la obra. Aunque tuviese que separarse de sus hijos pequeños a los que durante dos meses solo vio una vez a la semana: “A los niños siempre les hemos dicho que papá se va a salvar la patria y mamá a salvar las libertades, pero durante el coronavirus, lo que yo hacía para ellos era salvar a los abuelitos” y, por ende, seguir protegiéndonos y cuidándonos a todos los demás.

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