Doble atentado en Barcelona

Así funcionan los servicios secretos de Estado Islámico

Aspecto del mosaico del suelo de Joan Miró, en Las Ramblas de Barcelona, donde finalizó su recorrido la furgoneta que causó la muerte a 13 personas.

Matthieu Suc (Mediapart)

18:08 horas del 23 de junio de 2015. El vuelo 1591 de Air France procedente de Estambul aterriza en la pista del aeropuerto Charles de Gaulle de París. Desde hace veinte minutos, tres agentes de la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI) esperan pacientemente en la terminal 2F. Tienen una cita con Abou Sayf, El coreano. A priori, sólo un yihadista másEl coreano. Doscientos franceses ya habían vuelto por entonces de Siria.

Recogen a su cliente, Nicolas Moreau, su verdadero nombre, a la salida del avión. Su equipaje reúne las contradicciones de este enésimo niño perdido de la República francesa: una bolsa Adidas, una chaqueta Marlboro Classics y un cartón de cigarrillo L&M conviven con una kufiyya y un kamis, el traje tradicional afgano.

La rendición pública tres meses antes de su detención, el informe de la comisión de investigación del Senado sobre la organización y los medios de lucha contra las redes yihadistas podrían haber sido escritas para él: “Algunos yihadistas franceses, a menudo por el trayecto caótico y porque se consideran como desheredados, son particularmente sensibles a la retórica [del Estado Islámico], basada en la humillación en la cual podrían encontrar eco en sus circunstancias personales. [...] Para aquellos que están motivados por la voluntad de ver su utilidad reconocida y apreciada –entre los cuales se incluyen particularmente individuos sin ataduras– Daesh promete la pertenencia a una comunidad de combatientes unidos por la complementariedad de sus respectivas funciones”.

Adoptado por una pareja de Nantes en un orfanato de Corea y formado como pescador de altura, Nicolas Moreau frecuentó diversos calabozos por delitos menores –se convierte durante una de sus estancias carcelarias– antes de pasar año y medio en las filas del Estado Islámico. Ya convertido en Abou Sayf el coreano combatió en el frente iraquí.

En su juicio en diciembre de 2016, el yihadista reivindicó a Jean-Jacques Rousseau y su estatuto de “insumiso”, peto también usó en una misma frase una promesa (“Todavía puedo cambiar de vida”) y una amenaza (“Retomaré las armas”). En su acusación, el magistrado de la sección antiterrorista de París subrayó su “verborrea impregnada de delirio narcisista” y pintó el retrato de un individuo “egocéntrico”.

Pero no estamos todavía allí. Cuándo fue esposado, el sargento Grégory D. ignora que está a punto de hacerse con el secreto mejor guardado del Estado Islámico. El suboficial de la DGSI tiene mucho callo. En 2010, participó en el desmantelamiento de un envío de muyahidines de la zona de Pakistán y Afganistán. Y durante las semanas anteriores, investigó a los yihadistas de Lunel y escuchó las conversaciones telefonistas de Hayat Boumeddiene, la viuda de Amédy Coulibaly, el asesino del supermercado Hypercacher de productos judíos, refugiada en Siria.

Pero nada lo preparaba para el caso Moreau.

Primero, el islamista se negó a salir de su celda de detención provisional con el argumento de que la comida que le servían no le convenía y que no se le permitía fumar. Tampoco quiso responder entonces a las cuestiones de aquellos que calificará en una carta al juez de “estúpidos de la DGSI”. Siete horas más tarde, cuando se digne a sentarse frente al cabo Grégory D., Nicolas Moreau suelta una bomba. Habla espontáneamente de Amniyat, “la seguridad interior del Estado Islámico”.

Esta estructura en la cual trabajarían, según él, 1.500 hombres “de confianza” tendrían como misión “detectar a espías en Siria e Iraq” pero también la de “enviar a gente a cualquier parte del mundo para llevar a cabo acciones violentas, matar o también reclutar a jóvenes, traer cámaras o productos químicos”. Después de ofrecer información precisa sobre un miembro de la Amniyat, que resultará ser Abdelhamid Abaaoud, futuro coordinador de la matanza del 13 de noviembre en París, Nicolas Moreau concluye su segunda declaración asegurando que “tengo información para impedir atentados en Bélgica y Francia”.

El contenido mismo de sus revelaciones ponen en duda el origen de su fuente. “¿Cómo conoce tan bien el funcionamiento de la Amniyat?”, le preguntará la jueza de instrucción del caso. En detención provisional, el francés de origen coreano explicó entonces que había mantenido durante tres meses, con una cuota de dos euros para el Estado Islámico (por el consumo de electricidad), un restaurante de especialidades marroquíes Chez Abou Sayf, al lado del tribunal de Raqqa, que fue frecuentado por numerosos yihadistas, entre los que estaban miembros de la Amniyat.

Aunque la existencia del restaurante parece probada, tanto policía como jueces son escépticos: el último empleo conocido de Moreau en el seno de la organización terrorista era de miembro de la policía de Raqqa: "Fue una buena experiencia. En Francia siempre he sido perseguido por la policía, y allí se revirtió la situación”. También se preguntan si este joven no será más que un miembro de este servicio secreto enviado a Europa para cometer un atentado.

A efectos prácticos, el DGSI, según las notas de uno de sus miembros, condensa “las informaciones sobre AMNI”, el otro nombre de Amniyat. Un mes después de las declaraciones de Nicolas Moreau, los contraespías franceses trabajaron, evidentemente, sobre sus homólogos rivales. “Desde la creación del califato, y, por otra parte, desde el comienzo de los ataques de la coalición internacional, el Estado Islámico se dotó de órganos encargados de garantizar su seguridad y controlar sus territorios. Entre estas estructuras se encuentra AMNI. [...] Su existencia y fortalecimiento parece ser una prioridad estratégica para el Estado Islámico”. Según el DGSI, este servicio tendría como prerrogativa “la detención y ejecución de los rehenes, la ejecución de las sentencias por aplicación de la ley islámica y la detección de cualquier intento de infiltración”.

Cinco meses más tardes, The Daily Beast va más allá en los detalles de su estructura publicando la lista de miembros de la Amniyat que habían desertado y enumerando las cuatro ramas que componen el servicio secreto terrorista. Según este testimonio, estaría el Amn Al-Dakhili –haciendo, a veces, de ministerio de Interior para mantener el orden público de cada ciudad–, el Amn Al-Askari –de información militar–, el Amn Al-Dawla –el servicio de contraespionaje–, y el Amn Al-Kharji –el departamento encargado de las operaciones clandestinas fuera del califato—. En el reparto de tareas, estos dos últimos se corresponden a la separación interior/exterior clásica de los servicios secretos de Estados Unidos (FBI/CIA), el inglés (MI5/MI6), el francés (DGSI/DGSE) o el israelí (Shin Bet o Shabak/Mossad).

La farmacia del contraespionaje yihadista

Los terroristas que reivindican el islam son presentados a menudo con un toque de condescendencia, como unos bárbaros incultos. Una banda en la que van descalzos y teledirigidos desde una cueva sería la responsable de la matanza del 11 de septiembre. Y un comando de bestias, los responsables del ataque del 13 de noviembre. Se olvidan que, desde sus orígenes, estas organizaciones terroristas adoptaron métodos de contraespionaje con el objetivo de evitar las trampas de los que pretenden golpear. Buscan ocultar la inteligencia operativa que están mostrando a nuestra costa.

Los atentados son sólo la punta, la más sangrienta y macabra, de una lucha feroz que se juega en la sombra, entre los servicios de inteligencia occidentales y de Oriente Medio, por un lado, y, por otro, del Estado Islámico. Una batalla secreta que no tiene nada que envidiar a las manipulaciones llevadas a cabo durante la Guerra Fría.

No se trata de mitificar a los yihadistas como James Bond del terror. Algunas de sus prácticas son rudimentarias. Algunos de sus operativos sufren problemas de lenguaje, de una sintaxis aproximada y de facultades de reflexión sumarias. Esto no impide que Europa sea el destino desde hace tres años de una ola de atentados, si Francia llora cerca de 250 muertos en suelo galo no es sólo porque sus servicios estuvieran desorganizados y sobrepasados coyunturalmente frente a la magnitud del fenómeno yihadista.

Mediapart, socio editorial de infoLibre, estudió una veintena de expedientes judiciales que representan casi 59.000 actas (muchos de ellas aún no han sido leídas), revisó centenares de transcripciones de escuchas telefónicas, comparecencias, informes de investigaciones policiales y notas –desclasificadas o no– del servicio de espionaje. A  toda esta documentación hay que sumarle una quincena de interlocutores (oficiales de inteligencia, jueces, abogados, investigadores, ex rehenes y ex yihadistas). También se completó este trabajo con el seguimiento de las comparecencias de los primeros procesos de yihadistas que regresaban de Siria.

El producto de esta investigación de ocho meses esboza el funcionamiento del más estructurado servicio de inteligencia terrorista, el del Estado Islámico. Revela cómo los soldados del califato desbaratan las infiltraciones de topos en sus filas en Siria, cómo sus polizones se la juegan con las fuerzas del orden en Europa, y cómo alarga, de paso, un espejo que hiela a los servicios de inteligencia occidentales. Las recetas de contraespionaje usadas por los yihadistas se inspiran en las desplegadas por la CIA, el FBI, el DGSI o el ya desaparecido KGB.

Tras la publicación de las declaraciones de Nicolas Moreau, el secreto ha terminado. Los numerosos yihadistas que han vuelto a Francia evocan los contratiempos que ha tenido Amniyat, pero sus declaraciones siempre son vagas, impidiendo aclarar los límites de su organización. Uno se refiere a “las informaciones generales que se llama allí AMNI”; otro que el “Emnins es una policía secreta encapuchada”, sin ir mucho más lejos.

Y después algunos la confunden con la muy presente al-Hisbaal-Hisba, la policía religiosa encargada de la aplicación de la estricta sharia en las calles del califato. Una mujer casada por turnos con tres yihadistas confirma que no entiende nada: “En Manbij había una política islámica, otra militar y la Hisba. No podía notar la diferencia”. Sólo al-Hisba logra diferenciarse. Sus miembros eran reconocibles ya que “patrullaban en un coche blanco con un micrófonos y palos”. Al-Hisba podría estar, según algunos testimonios, relacionada con Amniyat.

Por los meandros de su administración, la complejidad de sus organigramas y sus contingencias jerárquicas, hay algo kafkiano en el Estado Islámico. “No es sólo la guerra. Hay también una estructura y una organización”, insiste el yihadista sueco Oussana Krayem. Karim Mohamed-Aggad, hermano de uno de los suicidas del Bataclán, cuenta “una veintena de emires y sub emires” donde combatió. “Como la inmensa mayoría de las administraciones del Estado Islámico, el AMNI es una organización descentralizada”, analiza el DGSI. Descentralizada e independiente. El alemán Nils Donath insiste: “Existe la seguridad nacional en paralelo a la organización militar y administrativa del Estado”.

En una investigación vertiginosa, Der Spiegel señala a Haji Bakr, un ex coronel iraquí que sirvió en el régimen de Saddam Hussein que se ha convertido en “el cerebro del Estado Islámico”, como el responsable de esbozar la arquitectura de la “Stasi del califato”, estableciendo listas para infiltrarse en los pueblos, y decidiendo a quién se debía vigilar, proporcionando un “emir para controlar a otros emires”.

En este profesionalismo del contraespionaje yihadista, Spiegel ve influencia de los militares del exdictador iraquí en un Estado Islámico que sería, entonces, contrario a lo que su nombre indica: más político que religioso. Estudios serios y recientes (uno de ellos se puede leer en este enlace) discuten esta teoría. Los hombres destacados para probar la supuesta influencia de la antigua dictadura iraquí en el aparato de seguridad de la organización terrorista serían, sobre todo, islamistas de largo recorrido.

Mediapart carece de fundamentos fácticos para resolver este debate sobre los orígenes de la Amniyat. Sin embargo, una cosa es cierta: los terroristas que reivindican el islam no esperaron la ayuda de los antiguos oficiales del partido Baath de Saddam Husseim. Durante casi 40 años, fueron formados en los fundamentos del contraespionaje. Incluso fueron a una buena escuela: a las entrañas de los servicios secretos occidentales.

La pedagogía del terror

El curso de la historia de la yihad, tal y como la conocemos, se jugó, en parte, en una inofensiva tienda de reprografía cerca de Fort Bragg, en Carolina del Norte, donde Ali Mohamed, padre del contraespionaje yihadista, miniaturizada y fotocopiaba manuales “prestados” del John F. Kennedy Special Warfare Center and School [centro de formación del Ejército de Estados Unidos en el cual se entrena personal para el comando de operaciones especiales].

Nacido en 1952, Ali Mohamed era un mayor del ejército egipcio que contaba en su currículum con la protección de diplomáticos y con la realización de operaciones encubiertas. Es también, secretamente, partidario de Aymán al-Zawahirí, el aún líder de Al-Qaeda. Después de que Ali Mohamed fuese contratado como experto en contraterrorismo por la compañía aérea EgyptAir, Zawahirí le encargó infiltrarse en la inteligencia estadounidense. Ali Mohamed ofreció sus servicios a la CIA, pero la experiencia fue interrumpida cuando el agente doble alertó al imán de la mezquita de Hamburgo que la agencia americana le había pedido que lo espiara.

Supuestamente expulsado de territorio americano, Ali Mohamed logró volar a Estados Unidos y seducir a una soltera californiana sentada a su lado durante el vuelo. Seis semanas más tarde, se casaron y, al cabo de un año, el infiltrado fue capaz de entrar en el ejército de Estados Unidos que, dado a su sobresaliente rendimiento deportivo, lo destina a las fuerzas especiales de Fort Bragg. Con su rutina de jogging diario escuchando grabaciones del Corán, es reclutado para realizar unas presentaciones para los equipos enviados a Oriente Medio. En esta ocasión, tiene acceso a toda la documentación necesaria.

En 1988, Ali informa a sus superiores que tiene la intención de coger un permiso para ir a “matar a un ruso” en Afganistán. En realidad, forma allí a los primeros voluntarios que se unieron a Osama bin Laden en las técnicas de guerra no convencionales adquiridas de los servicios especiales estadounidenses. En los años 90, presentó su candidatura –esta vez en vano– para un puesto de traductor en el FBI. Poco importaba. Durante diez años, hasta su detención en 1998, Ali Mohamed conduce a miembros a Al Qaeda, y les enseña técnicas de espionaje y de secuestro de aviones.

Este doble agente se apoya en los manuales robados en Fort Bragg para ilustrar sus cursos, a los que asiste Osama bin Laden así como todos los jerarcas de la organización terrorista. Un ex muyahidín recuerda unos años más tarde los entrenamientos en el campo de Al-Farouk: “La formación básica duró dos meses. Un segundo período de prácticas, más sofisticado, se dedicó a la guerrilla urbana. Los que participaron fueron instruidos en cómo burlar a un espía, cómo crear un activo, etc. Y, en nuestra vida diaria en el campo, todo el mundo debía desconfiar de todo el mundo. En las conversaciones, no dábamos nuestra verdadera identidad, sólo la kunya [consiste en nombrar a alguien no por su nombre o por su apellido, sino a través de las palabras Abu (padre) o Umm (madre) seguido del nombre del hijo o hija mayor]. Debíamos mentir sobre nuestra nacionalidad. Por ejemplo, si eras francés, decías que eras belga”.

Un segundo islamista que pasó por Afganistán recuerda este “curso en materia de seguridad para los reclutas del campo Al-Farouk con evaluaciones al final de cada formación: básica, media, experto,... Los mejores fueron orientados hacia una formación más exitosa y que se ajustaba a los deseos y necesidades del grupo después de una entrevista personal”.

Gracias a estas lecciones de Ali Mohamed, Al-Qaeda se dota en 1998 de un servicio de contraespionaje. “En lo sucesivo debíamos disponer de informes diarios sobre las actividades en cada campo. También teníamos que recoger la máxima cantidad de información sobre todos los miembros. […] Cincuenta hermanos seleccionados por su aptitud seguían un período de prácticas […] y después eran colocados en diferentes áreas y nos informaban desde allí”, contará en un libro un guardaespaldas de Bin Laden.

Y aquellos que eran apresados no corrían buena suerte. “Las medidas de seguridad eran drásticas y los castigos para los que no las seguían eran rigurosos", cuenta un islamista que pasó por Afganistán. “Antes de nuestra llegada al campo, un hombre que se nos presentó como espía había sido ejecutado", recuerda un muyahidín interrogado por Mediapart que también cuenta que “lo liberaron colina abajo y le dispararon con el lanzacohetes RPG”. En otoño de 1998, los comunicados se pegaron en cada edificio de Al-Qaeda. Les recordaban “no hablar de nuestras actividades y a los yihadistas tener cuidado con su entorno más próximo”.

Al-Qaeda aprendió por las malas que sus miembros debían desconfiar de todo el mundo, incluso de su propia familia. A mediados de los años 90, la inteligencia egipcia engatusa a dos chicos de 13 años, uno hijo del tesorero y otro de un dignatario de la organización terrorista. Los agentes drogaron y sodomizaron ambos niños. Y sacaron fotografías del momento. Bajo la amenaza de divulgarlas en sus familias, ambos menores fueron forzados a colocar micros en sus propios hogares. Dos bombas destinadas a Al-Zawahirí les son confiadas pero el atentado es desbaratado y los niños-espías descubiertos. En esta ocasión, Al-Zawahirí instaura un tribunal de la sharia para juzgarlos.

Varios terroristas se opusieron a esto, ya que consideraban que juzgar a niños sería contrario al islam. A Al-Zawahirí no le importa. Condenados por sodomía y traición, los condena a morir y graba sus confesiones y la ejecución, distribuyendo la grabación en calidad de advertencia entre los que podrían pretender traicionarlo. Pero el episodio deja huella. Desde entonces, a través de referencias a la vida del profeta, Al Qaeda se asegurará en justificar, en sus propios manuales el espionaje, el contraespionaje y la eliminación de “los espías de los viciosos cruzados", incluido cuando los topos fuesen de confesión musulmana.

Una vez más, Ali Mohamed dejó una herencia. No contento con llenas las bibliotecas de los campos afganos con literatura robada y miniaturizada en Fuerte Brag –”todavía me acuerdo de los manuales del FBI, no nos preguntábamos cómo los habían obtenido”, reconoce el muyahidín ya citado–, el doble agente se sirve de esta base documental para redactar el manual de instrucciones terrorista de Al-Qaeda. Un compendio de 180 páginas titulado Estudios militares en la yihad contra los tiranosEstudios militares en la yihad contra los tiranos, que incluye capítulos sobre la falsificación, la seguridad o el espionaje. En los estantes de las bibliotecas de los campos de entrenamiento de Afganistán, esta nueva biblia del terrorismo yihadista comparte espacio con obras como La rebelión de Israel del primer ministro Menájem Beguín, o las obras de Clausewitz y de Sun-Tzu.

Paranoia en Raqqa

Desde entonces, varios altos suboficiales de Al-Qaeda han escritos trabajos sobre el tema específico de la seguridad. Y estas diversas lecciones dan sus frutos, sólo hay que pensar en la larga persecución de diez años de los estadounidense para localizar a Osama bin Laden, el terrorista más buscado del planeta.

“Con el paso de los años, las organizaciones yihadistas han perfeccionado sus conocimientos. Comentan sus experiencias en Internet”, dice Kevin Jackson, director de investigación en el Centro de Análisis del Terrorismo (CAT) y autor en su blog de una serie de artículos sobre las medidas de seguridad de los grupos terroristas. “Hay un conocimiento que se transmite de un grupo a otro, de generación en generación. En sí misma, la seguridad interior del Estado Islámico no aporta nada nuevo. Los somalíes de Al-Shabbaab ya tenían un servicio que se llamaba Amniyat, de amni que significa “seguridad” en árabe. Lo que es nuevo, sin embargo, es el sitio cada vez más importante dentro de la estructura de la organización terrorista”.

La guerra contra los espías es ahora “la madre de todas las batallas: la más feroz, la más peligrosa, la más difícil”, escribió Aymán al-Zawahirí en la introducción de una obra reedita en Internet en julio de 2009, después de que una parte de los líderes de Al-Qaeda fuera diezmada por ataques de drones en zonas tribales de Paquistán.

El mismo mal que sufrirá, seis años después en Siria, el Estado Islámico, que buscará aplicar los mismos remedios.

  ***

Foued Mohamed-Aggad espera con un amigo en una panadería de Raqqa cuando un misil cae, el 8 de septiembre de 2014, sobre la tienda. El yihadista alsaciano se desvanece pero se despierta ileso, mientras que el edificio de la panadería ha sido destruido y 53 personas mueren en el ataque. Encuentra bajo los escombros a su compañero, también sano y salvo. Ambos se dirigen hacia su camioneta que también es blanco de un misil. La explosión los lanza al suelo pero sólo le causa heridas ligeras en los codos de Foued Mohamed-Aggad. Los servicios de inteligencia francesa acababan de enterarse de su nombramiento al frente de una brigada de 300 combatientes. El alsaciano consideró oportuno desaparecer del mapa. El rumor de su muerte en el frente iraquí duró hasta que se volvió a localizar su rastro en la primera planta del Bataclán el 13 de noviembre.

Durante cuatro meses del año 2015, varios altos cargos del Estado Islámico –del emir del petróleo hasta el número dos de la organización– no escaparon de los bombardeos aéreos. Y los dirigentes del Daesh, como los de Al-Qaeda, temen, más que nada, ser víctimas de un dron. Un golpe quirúrgico los priva de la posibilidad de morir con las armas en la mano, poniendo en peligro la obtención del estatuto de mártir, privilegiado en el más allá. La lluvia de bombas dirigidas genera una auténtica paranoia y provoca una verdadera caza contra los tipos. En relación de un detenido especialmente torturado, el ex rehén danés Daniel Rye Ottosen explicó a los servicios de su país que “lo interrogaron durante mucho tiempo porque querían que confesara que era un espía que había ido únicamente para colocar “ojeadores” para que la ciudad fuese bombardeada”.

Nadie está a salvo de la sospecha. “[Mi marido] me explicó que algunas mujeres ponían chips en lugares donde se encontraban con hermanos combatientes para que fueran bombardeados”, justifica la mujer del yihadista Salim Benghalem. En casa de una de sus amigas francesas, los investigadores descubrirán un recordatorio de las precauciones que hay que tomar para evitar que los traidores coloquen “pequeños dispositivos electrónicos de espionaje” en los aparcamientos para ataque aéreos, un texto que pidió difundir “lo más ampliamente posible”. Una recomendación tomada al pie de la letra, ya que se encuentra en la memoria del ordenador de un simpatizante del Estado Islámico que vive en Val-de-Marne.

A su llegada a Raqqa, Réda Hame, reclutado para cometer un atentado en Francia, recibe órdenes de cerrar las persianas de su lugar de alojamiento: “Nos explicaron que había unos traidores que colocan piezas electrónicos en los edificios para dirigir los misiles, y que no había que mirar a fuera. Nos contaron que en un edificio de recién llegados había sido bombardeado causando 70 muertos”.

Así, durante la primera mitad de 2015, el Estado Islámico reforzó “considerablemente sus medidas de seguridad internas”, comprueba el DGSE. El general Christopher Gomart, director de información militar (DRM), describe en una comisión de investigación parlamentarias las calles de Raqqa cubiertas de “tiras de telas que impiden que nuestros satélites y aviones de reconocimiento sepan que pasa deja”, lo que prueba, según él, una maestría en “técnicas de ocultación de los sensores de imagen”. “Sus lonas negras nos complican la tarea, pero esto no resiste a una cámara térmica”, afirma bajo la condición del anonimato un importante personaje de la lucha antiterrorista.

Los primeros afectados, los miembros del servicio de contraespionaje yihadista que ven cómo se imponen “medidas de estricta confidencialidad”, y la primera es la expulsión de cualquier teléfono móvil. Cuando el belga Mohamed Abrini visita en Siria a Abdelhamid Abaaoud para preparar los atentados del 13 de noviembre desde Raqqa, el segundo pasa sólo un día con su amigo de la infancia. “Desconfiaba de todo”, dirá Abrini ya que “había venido con mi teléfono y tenía miedo de que lo encontraran los drones”. Otros soldados del califato quitaban la antena GPS de sus móviles. “Los paquetes de satélite también están prohibidos en locales que protegen a miembros del Estado Islámico”, comenta un ingeniero de telecomunicaciones que trabajaba para la organización terrorista. Ahora, “en Raqqa, los yihadistas deben utilizar los cibercafés, donde todo está controlado”, comprueba el DGSI.

El yihadista danés Oussama Krayem también refleja un endurecimiento de las medidas de seguridad. Según él, ahora es imposible “acercarse a la zona donde se encuentran los altos cargos” ya que “la mitad de las personas que están en Raqqa son unos soplones”.

En las entrañas del estadio de fútbol

Todo el aparato de seguridad debe subsanar la supuesta inflación de espías en sus calles. Un francés que admitió ser parte de la policía islámica detalla en PV, el período de las patrullas callejeras, que “llegaba al trabajo a las nueve. Hacia las 9:30 salíamos de gira. Estábamos cinco dentro [de un coche]. Teníamos cada uno una glock [una pistola automática] y un kalashnikov (los fusiles se quedaban después de nuestro servicio en el vehículo, pero guardamos con nosotros las pistolas). Controlábamos a la gente sospechosa, sobre todo cuando llevaban maletas grandes”.

El Estado Islámico centró todo su esfuerzo, según una nota del DGSE, en “sus actividades de inteligencia con el fin de controlar mejor a sus miembros y protegerse frente a los intentos de infiltración exterior”. Y Amniyat está en la maniobra. “Su primer objetivo es preservar el mando del Califato, las infraestructuras sensibles, los ataques de la coalición internacionales y las infiltraciones enemigas”, completa el DGSI.

“Los agentes secretos vestidos de civil”, con la barba rapada y el cigarrillo en la boca “para no llamar la atención”, se extienden por los lugares más concurridos. A la más mínima sospecha, son detenidos: un muyahidín que va en moto al mercado sin autorización o el que manifiesta en una conversación conocimientos militares demasiado precisos. A veces, la población ayuda al AMNI. Una cirujana iraquí denunció a su propio marido: “se lo contó a Daesh diciendo que estaba contra ellos y le cortaron la cabeza”, cuenta la francesa, decepcionada tras tres matrimonios sucesivos con yihadistas. O el suizo que se hace llamar Abou Mahdi al Swissry, que tuvo la idea de mostrarle a un hermano de armas los dos walkie-talkies que había traído con él de Europa y que nunca había mencionado que estaba en su equipaje. Un desconocido lo tiró al suelo. “Llegaron gente del servicio secreto”, le quitaron sus zapatos y los calcetines en busca de micros. Esto es lo que resume a su manera Karin, el hermano de Foued Mohamed-Aggad: “Este no es el Club Dorothée [un programa juvenil francés de la década de los 90]. Hay traidores, y todo el mundo sospecha de todo el mundo”.

Lofti, el ingeniero en telecomunicaciones que trabajaba para la organización terrorista, se encontró colgando del techo con la ayuda de una cadena atada a sus muñecas, también encadenadas en su espalda. Una decena de encapuchados se releva para golpearlo, le prometen una ejecución próxima y le asestan descargas eléctricas a este empleado fiel desde hace más de un año en Dawla. Lofti, pensando que hacía un bien, cometió el error de restablecer la red GSM durante el enfrentamiento en Raqqa entre el Estado Islámico y el ejército sirio. “Los dirigentes del EI no habían sido notificados de que la red hubiese sido arreglada y que los soldados de Bashar la habían podido utilizar para llamar refuerzos. Por ello, se me acusó de ser un espía francés”.

Sobre todo porque, según el ingeniero, el califa Abou Bakr al-Baghdadi participaba en el combate y fue herido en esta ocasión. Después de ocho meses en manos de Amniyat, Lofti recuperó su libertad: “Una trampa, un medio para ellos para descubrir quiénes eran mis cómplices”.

  ***

Equipados con tarjetas de plástico blanco con su foto identidad y un sello de la Dawla islámica tachado con las palabras “Khola Chasa” [fuerzas especiales], el AMNI trabaja, cuando no se pasean anónimos entre la multitud, encapuchados. Así es cómo llevan a sus sospechosos al estadio municipal.

En Alepo, la prisión de Amniyat se encuentra en el sótano de un hospital oftalmológico. En Tabqa, en el subsuelo de una gran torre en la entrada de la ciudad y también en una fábrica de caramelos. En Raqqa, está ubicada en el subsuelo del estadio de fútbol. El recinto es suficiente para acoger las sedes de la policía militar “islámica y secreta” y a los detenidos. La población reclusa es variada. “Había de todo. Un médico fue acusado de tener demasiado dinero, [...] gente acusada de drogarse. Y había un montón de gente de que no sabía por qué estaban allí”, enumera un consultor informático rápidamente desilusionado.

El antiguo gimnasio hace las veces de cuarto común para todos los presos recién llegados, los vestuarios sirven de celdas individuales para los clientes más peligrosos o sensibles. En este caso, los yihadistas están haciendo uso de un poco de ingenio. Así, cuando hay que desplazar a los rehenes a Cheikh Najar, una zona industrial del norte de Alepo, los yihadistas franceses del servicio de seguridad envían a obreros locales a construir a una fábrica de muebles tabiques y puertas blindadas para acondicionar un sótano seguro.

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El más mínimo desplazamiento dentro del estadio de Raqqa se hace con los ojos vendados. Los interrogatorios los llevan a cabo hombres encapuchados. Las preguntas a los detenidos extranjeros se refieren a la razón de su presencia en el territorio del Estado Islámico. No se trata de extralimitarse con la verdad. El AMNI recurre a procesos diabólicos para eliminar a los topos.

  Traducción: Alba Precedo

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