Los libros

Souto en el jardín literario

Aventuras e invenciones del profesor Souto, de José María Merino.

Aventuras e invenciones del profesor SoutoJosé María MerinoEdición de Ángeles Encinar.Páginas de EspumaMadrid2017Aventuras e invenciones del profesor Souto

 

Si como escribió Merino en otra ocasión, los mejores cuentos son los que dejan sombras en la memoria, podría afirmarse también que aquellos personajes que no olvidamos suelen hallarse entre los más logrados. Y eso es lo que ha ocurrido con Eduardo Souto, el atrabiliario profesor entregado al delirio que tanto juego literario viene dando en las narraciones de su creador. Dedicarle todo un libro a un mismo personaje, pudiendo observar su evolución a lo largo de varias décadas, resulta casi insólito dentro de la narrativa actual. Al juntarlos aquí, estos textos adquieren otra dimensión que no tenían en sus publicaciones individuales. En suma, Souto es ahora un personaje con una trayectoria más que singular, con historia.

Como el título anuncia, el volumen se divide en dos partes: “Aventuras” e “Invenciones”. La primera se compone de catorce cuentos y una novela corta; mientras que en la segunda se recogen ensayos y microrrelatos atribuidos a Souto. Además, resulta significativo que la carta inicial que Souto le dirige al autor y a la editora de estos textos, incluya un microrrelato, titulado “La aventura verdadera”.

En una entrevista que Alberto García-Teresa le hizo en el 2002 a Merino, este tachaba a su personaje de “sombra”, y como “ése que no quiero ser; pero que va conmigo. Es un poco mi (...) Mr. Hyde particular”. Podríamos añadir que Souto es un lingüista y poeta cuya existencia no siempre ha estado regida por la cordura, a pesar de las atenciones y desvelos de la benéfica Celina Vallejo, antigua alumna, luego ayudante, colega y amante del inquieto y heterodoxo profesor. Otro tema que nos llama la atención, en la segunda parte del libro, es la crítica a los independentistas catalanes, responsables de un golpe de estado, producto de un nacionalismo que define así: “una nueva enfermedad infantil de esta sociedad posmoderna, como la fe yihadista”, cuyo delirio –valga la paradoja—  tanto tiene que ver con la más añeja cultura española (pp. 269, 280 y 281). Pero, además, en la sección “La Glorieta Miniatura” aparece una defensa del microrrelato, del arte de la poda literaria, pudiendo sintetizarse en la siguiente frase: “Hay muchos que al llegar aquí [a la Glorieta Miniatura] quedan desorientados, porque los relatos canónicos no les permiten ver el inmenso bosque de la ficción pequeñísima” (p. 290).

El quijotesco personaje aparece por primera vez en el cuento “Las palabras del mundo”, publicado en El País Semanal (9 de agosto de 1987), en el que el narrador se vale de documentos conservados por Celina para contarnos cómo Souto acabó esfumándose, y reaparece en “Del libro de naufragios” donde un investigador se encuentra cuatro veces con Souto, contándonos cómo está, su lucha con los objetos, su intento de huir al sur, a la selva, para sentirse inmerso en lo orgánico. Ambos textos están incluidos en El viajero perdido (1990). Con todo, el primer nombre del personaje no fue Souto, sino Carlos Granda, pero al coincidir con el de un lingüista español, el autor creyó conveniente cambiárselo.

Volvemos a encontrárnoslo convertido en un vagabundo en el relato “Signo y mensaje”, un homenaje a Jesús Moya, el editor bondadoso de Endimión y Ayuso, ante quien de nuevo se esfuma, que aparece recogido en los Cuentos del barrio del Refugio (1994); en la novela corta “La dama de Urz”, uno de sus Cuatro nocturnos (1999); mientras que en “Celina y N.E.L.I.M.A” (con cambios ahora en el título) nos topamos con un balance de la trayectoria de Souto y con una síntesis de las relaciones que entabló con Celina, celosa de la absorbente dependencia que el profesor tiene del ordenador. Y en “El fumador que acecha”, nueva versión de “La lámpara maravillosa”, lo encontramos viviendo en el Barrio del Refugio, tras haber regresado al mundo académico, intentando librarse de su doble, un fumador empedernido que aparece en los Cuentos de los días raros (2004). Por su parte, en “El viaje inexplicable” Souto se traslada a vivir a varias ficciones conocidas, tales como La Ilíada y Crimen y castigo, entre otras, incluido en Las puertas de lo posible. Cuentos de pasado mañana (2008), cuyo prólogo corre a cargo de Souto; en “El duplicado”, el doble acaba desmoronándose, y en “Postcuento”, una variación del titulado “Minicuento brevísimo”, cuestiona –con perspicacia— algunas nuevas tesis sobre el cuento actual, pertenecientes a La trama oculta (2014). El resto de los textos incluidos en este volumen son inéditos, excepto dos de ellos (“La tormenta en el vaso” y “La pecera”) que fueron publicados en este mismo suplemento el pasado mes de abril.

Merino se vale de la parodia, el humor (por ejemplo, la llegada de la muerte en “Las horas falsas”) y la metaliteratura; no en vano Souto reclama la autoría de algunos relatos, e incluso el narrador de “El otro camino”, alter ego de nuestro autor, se declara alumno de Souto, o el mismo personaje inventa a uno nuevo, el descuidero Juan Macael, en “La vieja pálida”, que no es otra que la muerte, o le dedica un microrrelato al autor del libro. Pero también reutiliza temas y motivos de tanta prosapia como la penetración de lo imaginario en la vida real, la transformación (“Un recuerdo del mar”), el doble (tal y como ocurre en el caso de Souto y Soutín y el diálogo que mantienen), la sombra, la invisibilidad (así en “El hotel de los errantes” el narrador teme ser “invisible e intangible para todos”), el escapismo, el umbral (en “El otro camino”), el dormido despierto, con el seminal Chuang-Tzu de fondo, la inversión (en “Ajenos” el narrador descubre que los supuestos humanos son extraterrestres y que él es uno de ellos) y los juegos con el tiempo o el valor de los signos y su significado. Entre los cuentos metaliterarios destaca “Liquidando al Meta” (recogido en una antología neoyorkina del 2014), una burla de un escritor barcelonés de éxito, basada en las peripecias ocurridas durante un viaje que hicieron al Caribe un grupo de escritores, entre ellos el autor, las dos escritoras a las que les dedica el cuento y el parodiado Meta, por metaliterario. El cuento parece remedar “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”, de Max Aub, y Souto es aquí una mera excusa, sin protagonismo alguno.

Se trata, por tanto, de un personaje con treinta años de existencia, cuyo eco se extiende también a su novela El heredero (2003), pues recuérdese que la abuela Soledad, la Buli, estuvo casada con un frustrado escritor llamado Alberto Villacé Souto, cuyos apellidos remiten a dos personajes de Merino. Más en concreto, su evolución se aprecia en cuentos como “La biblioteca fantasmal”, en que no sólo Celina ya ha muerto, sino que se hace referencia a la boda con Souto (p. 188), de la que no teníamos noticia, y donde el profesor lleva marcapasos y lo han operado de cataratas y de un cáncer de próstata. E incluso se alude a uno de los Cuentos del barrio del Refugio, el titulado “La costumbre de casa”; o en su aparición como profesor de la Miskatonic University, inventada por Lovecraft, cuyo emblema es el ouroboros. Al lector atento le llamará la atención que Souto no aparezca en alguna de las narraciones, como ocurre por ejemplo en “Las horas falsas”, “La mano que escribe”, “Género negro”, “Emprendedor” o en los “Cinco miniminis”, pero aunque no se le nombre de manera explícita, el conjunto, el contexto, la voluntad expresa del autor debería llevarnos a pensar que el protagonista no es otro que nuestro personaje.

Si como afirma Merino, la literatura ha de ser un instrumento de diversión y conocimiento, en pocas ocasiones se manifiesta de manera tan cristalina como en estas aventuras e invenciones del profesor Souto, del exigente narrador que sigue siendo José María Merino.

*Fernando Valls es profesor de literatura y crítico literario.Fernando Valls

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