Los libros

La vigilancia de los inversores

Portada de La era del capitalismo de la democracia.

Albino Prada

La era del capitalismo de la vigilancia

Shoshana Zuboff

Traducción de Albino Santos Mosquera

Paidós

Barcelona

2020

Me parece muy pertinente el argumento de este ensayo, según el cual el capitalismo de la vigilancia no es una tecnología (digital, IA, big data, la nube,…) sino cómo se usa, “la lógica que impregna la tecnología y que la pone en acción” (p. 30). Lo que nos remite a los fines económicos que acompañan al “desarrollo y el despliegue de la tecnología en cuestión” (p. 31). Desde la hiperescala organizativa, sus efectos sobre el empleo o los salarios, el mercado de patentes, su relación con los consumidores o con los usuarios como fuente de la materia prima (los datos)… todo estará determinado por esa lógica.

Sin embargo, cuando uno busca progresar en ese trasfondo a lo largo de este extenso ensayo, acaba de vacío. Y eso que ya en la página 40 se dice de estas tecnologías, en relación a cómo se usan, a su lógica y fines económicos (para el caso de Apple o Amazon, que curiosamente apenas ocupan espacio en el análisis), que “están sometidas a una menor presión financiera para captar ingresos de la vigilancia de lo que lo están las compañías de datos puras” (Google, Facebook, Microsoft, que sí centran por extenso el argumento). Lo sorprendente es que nunca se detalla esa presión financiera, ni para unas ni para otras.

De manera que en su prolijo índice analítico y de nombres (páginas 863 a 910), uno puede encontrar de todo (hasta “Partido Comunista”), pero no términos como Vanguard Group, BlackRock, financiero o inversoresBlackRock.

Y ello a pesar de que, por ejemplo, refiriéndose a MarkZuckerberg, CEO de Facebook (p. 537), se nos cuenta cómo “el director ejecutivo dijo a los inversores que Facebook…”, pero nos quedamos sin conocer los detalles de fondo de esos inversores que moldean la lógica del desarrollo y despliegue del capitalismo de la vigilancia. Solo conocemos numerosos pasajes del guiñol de actores pretendidamente estelares (los Zuckerberg, Gates, Page, Nadella, Varian, Schmidt, Brin… aunque no aparezcan tanto los no menos estelares Bezos o Jobs) que, en realidad, son secundarios de lujo de los actores principales que no aparecen en su índice analítico y de nombres (los John Bogle Bogleo Laurence Fink de grandes fondos de inversión globales).

Esto así, el ensayo se extiende hasta el infinito en la IA derivada de una minería masiva de datos y sus incertidumbres sociales asociadas, debido a estar comandadas por esos negociantes, pero no se llega a proponer una inteligencia social global alternativa a la de los actuales fondos y bancos de inversión (o gobiernos posdemocráticos chimericanos). No hay aquí una alternativa social a los capitalistas de la vigilancia: los que explotan y controlan la naturaleza humana (p. 623) y no necesitan instituciones económicas o políticas inclusivas (p. 679).

En ausencia de esto, el ensayo deriva hacia una defensa de “la individualidad” en la colmena (p.581), o de “la privacidad” en el rebaño (p. 585). Y en vez de denunciar la propensión hacia el monopolio de la mano de sus patrones financieros, se considera tanto que existe una “lucha competitiva entre capitalistas de la vigilancia” (p. 659), como que Google y Facebook son “el duopolio del mercado publicitario digital” (p. 675). Un eclecticismo demasiado superficial para un ensayo de más de 900 páginas en el que, no por casualidad, ni se cita a Wikipedia como ejemplo de lo que, de momento, no es ni capitalismo-publicidad ni vigilancia.

Quizás el mejor exponente de cómo el capitalismo de la vigilancia (un colosal monstruo antidemocrático y anti igualitario, p. 679) puede crecer a sus anchas sin instituciones económicas o políticas inclusivas, campe a sus anchas en el lado asiático de Chimérica. Sin obviar que según Shoshana Zuboff en Estados Unidos la democracia tampoco goza de muy buena salud, ya que, en palabras de uno de los asesores de Obama, “sabemos a quién va a votar la gente antes incluso de que lo hayan decidido” (p. 171). Porque las breves páginas que la autora dedica a lo que llama “el síndrome de China” (p. 518-526) ejemplifican muy bien el acierto y, al mismo tiempo, las limitaciones de este ensayo.

El acierto porque en esas páginas visualiza cómo el uso de las modernas TIC no va en la senda de una información y deliberación creativa sino más bien de todo lo contrario. Por ejemplo, el sistema de perfil de Sesame Credit (se trataría de un registro dang’an computerizado y gestionado por IA) de la empresa china Ant Financial que, más allá de la puntuación de conductas, puede utilizar la IA y el big data para primar/moldear las conductas deseables, en una aplicación ejemplar de las líneas de ingeniería social de Silicon Valley para el control social a lo largo y ancho de Chimérica. Todo sucedería, según se recrea magníficamente en el episodio titulado “Nosedive” (caída en picado o caída en desgracia) de la tercera temporada de la serie de televisión Black Mirror, en favor de las ingentes potencialidades de manipulación y control social de la gestión del big data con algoritmos de IA.

Pero también las limitaciones, porque en las finanzas online y los modernos sistema de pagos (en paralelo a lo que en occidente supone eBay, propietaria de Pay-Pal, también controlada por Vanguard Group y BlackRock), hoy en China Ant Group, propietario del gigante de pagos, préstamos y seguros médicos online Alipay, tiene como clientes nada menos que a mil millones de personas. Será en 2015 que el Banco Central de China impulse un proyecto piloto de integración de comercio electrónico y software sobre reputación personal. En esa línea, Ant Financial de Alibaba llegará a desarrollar el citado sistema Sesame Credit de IA para cuatrocientos millones de usuarios. Sin embargo, en 2017 el mismo Banco Central retirará su apoyo a dichos programas desde el sector privado y suspenderá la salida a bolsa en noviembre de 2020 de Ant Group.

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Emergen así fines económicos y políticos que, tras las bambalinas de los populares y mediáticos CEO, moldean los sumergidos dueños del capitalismo de la vigilancia. Los dueños de una nube de vigilancia que, en realidad, transita por el fondo de los océanos. Toda una metáfora.

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Albino Prada es investigador de ECOBAS.Albino PradaECOBAS

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