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Periodismo

Blanca Fernández Ochoa, el enésimo circo mediático

El Comisario Jefe de la UDYCO, José Antonio Rodríguez San Román, y el comandante José Manuel Sierra, responsable del dispositivo de búsqueda, ante los medios.

Las alarmas saltaron el pasado sábado 31 de agosto. La Policía Nacional alertaba a través de sus redes sociales que la medallista olímpica Blanca Frenández Ochoa había desaparecido. La última vez que se había visto a la exesquiadora fue una semana antes, el viernes 23. Desde ese momento, un amplio operativo de búsqueda rastreaba todos los días los rincones de la sierra madrileña donde se pensaba que podría encontrarse. Y tras once días desaparecida, se halló su cadáver. Entre ese 31 de agosto y ese 4 de septiembre, casi todos los medios de comunicación llenaron sus espacios con el caso. Los magacines matinales de las cadenas generalistas se volcaban en las últimas noticias del rescate y la prensa escrita publicaba artículos diarios. Pero en ese exceso de información había un problema: el tratamiento periodístico. Portadas con fotografías del hijo de la deportista llorando, especulaciones sobre su situación familiar y psicológica y comentarios sobre si Fernández Ochoa tomaba o no algún tipo de medicación han sido algunos de los comportamientos que han hecho que el periodismo, esta última semana, haya sido cuestionado. Sobre todo en redes sociales. 

Casi al mismo tiempo de la desaparición de la medallista saltaba la noticia del fallecimiento de la hija del ex seleccionador nacional de fútbol Luis Enrique. "Damos las gracias por todas las muestras de cariño recibidas durante estos meses y agradecemos la discreción y la comprensión", dijo el también exentrenador del Barcelona. Esa fue la clave, la discreción. Los medios de comunicación conocían la enfermedad que sufría la pequeña, pero no se publicó nada. Cuando el exentrenador de la selección española de fútbol anunció en junio que abandonaba por "motivos" que le "impidieron desarrollar con normalidad" su trabajo, no trascendió nada más. En ese momento también quiso agradecer la "discreción" y el "respeto". Pero a ese tratamiento siguió el de Fernández Ochoa. Una cobertura periodística "sacada de quicio", "lamentable, decepcionante y alarmante", según las organizaciones profesionales consultadas. 

Han sido cinco días en los que algunos medios de comunicación se han apropiado de la búsqueda de la exesquiadora: programas televisivos matinales dedicados casi enteros al caso y páginas de periódicos completas. Daba igual que hubiera o no información, critica Emelina Fernández, doctora en Comunicación Audiovisual y expresidenta del Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA). "Se repetían las declaraciones, se ponían los vídeos en bucle, se enviaba a reporteros a lugares donde no había ninguna noticia", denuncia. "Es decepcionante y lamentable, y casi diría que alarmante", añade. Pero ya no sólo eso. Al empacho constante de información —cuando la había— sobre el asunto ha seguido el tratamiento de la misma. "Ha habido tertulianos de prensa del corazón especulando sobre las causas de la muerte", lamenta Fernández. 

Las hipótesis han sido varias. Y todas han derivado de la publicación de datos personales de la propia Fernández Ochoa y de su familia. Se afirmó que la medallista olímpica tenía problemas psicológicos o que la desaparición podría haber sido voluntaria. Y cuando hallaron el cadáver se habló abiertamente del estado en el que se encontraba. Además, llegó a publicarse que, junto a él, se había encontrado medicación y una botella de vino. Aun así, lo que más voces en contra levantó en las redes sociales fue el comportamiento de dos reporteros del programa Cazamariposas, de Mediaset. Durante un descanso de la cobertura del operativo de búsqueda, uno de ellos publicó un vídeo en las redes sociales en el que ambos aseguraban que el caso les daba "un poco igual". "¿Somos malas personas?", preguntaron. Y levantó las críticas. Tantas, que el propio programa se desvinculó de los trabajadores y pidió perdón por "los comentarios desafortunados". 

Qué se dice y dónde se dice

"Es un acontecimiento triste en el que se han hecho comentarios acertados y discretos, pero donde también se ha sacado todo absolutamente de quicio", valora Rafael de Mendizábal, presidente de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontologías de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). Y es que considera que se ha buscado "la espectacularidad" y el llanto del espectador y el lector. Y eso, dice, es de "mal gusto". "Por decirlo suave", critica. Porque el problema ha sido indagar en su intimidad. "En un momento como este hay que respetar su intimidad y la de su familia. Eso es algo que estamos tirando por los suelos. Es un bien del que no nos damos cuenta porque, con tal de salir en la televisión, en la radio o en la prensa somos capaces no sólo de contar intimidades, sino de inventarlas", denuncia. Eso, añade, no es "ni ético ni buen periodismo".

No obstante, De Mendizábal no quiere decir con esto que haya que guardar silencio. Según matiza, el periodismo tiene que buscar la verdad, pero "con discreción". "El buen periodismo se hace como la buena música, con ruidos y con silencios. Y hay momentos en los que hay que guardar un respetuoso silencio ante el drama de los demás", dice. 

Pero además de lo que se dice, hay que tener en cuenta dónde se dice. El programa Sálvame, de Telecinco, ha sido muy criticado por tratar este asunto. Al igual que sus compañeros de cadena matinales, rellenó minutos y minutos con la cobertura del operativo de búsqueda. Y también con especulaciones en torno a la desaparición. "Ha sido una jugada oportunista para llenar un programa de emociones falsas", denuncia De Mendizábal. "Un programa que, ya de por sí, es falso", añade. Por eso, confiesa que no aprecia el programa, aunque tampoco defiende su eliminación de la parrilla televisiva. "Defiendo la libertad de expresión, pero esta tiene límites", aclara. 

Antecedentes: el caso de Diana Quer y de Julen

En muchas ocasiones, la reflexión pausada después de un suceso trágico lleva al periodismo a cuestionarse a sí mismo. Pasó después del caso de Diana Quer y del de Julen. De hecho, el Consejo Audiovisual de Andalucía, cuando estaba Fernández al frente, publicó un informe sobre el tratamiento mediático que se dio al caso del pequeño de Málaga. Y las conclusiones fueron demoledoras para la profesión. Las principales televisiones dedicaron 228 horas a su rescate, lo que supuso el 14% del total de todas sus emisiones en dos semanas. Además, aquellos canales que más tiempo dedicaron fueron los que incurrieron en mayores faltas de rigor y sensacionalismo. "Respecto del informe cualitativo, el CAA ha constatado que en general, se han preservado los derechos fundamentales del menor, si bien, se han encontrado imágenes de los padres captadas con teleobjetivos cuando aún no habían comparecido ante los medios. Dichas imágenes se repitieron de forma insistente en programas de Telecinco y Antena 3 con el uso de marcas gráficas para acentuarlas. También se han detectado contenidos en los que los magacines matinales ponían en duda las conclusiones de la investigación oficial", critica el documento, publicado el pasado mes de marzo. 

Pero este no ha sido el único trabajo del organismo respecto a este tipo de casos. Tras la desaparición de Diana Quer, elaboró la Guía sobre Personas Desaparecidas que, entre sus recomendaciones, incluyó la no difusión de "la vida privada, el correo y las conversaciones procedentes de teléfonos móviles u otros dispositivos", así como evitar la "difusión de rumores o elucubraciones" y las entrevistas "a personas del entorno que pudieran divulgar información sensible o, en otros casos, banalizar la situación a base de meras especulaciones". 

"En el caso Julen se usaron mucho los sentimientos. Un despropósito periodístico que se repite ahora porque cualquier información o suceso que tiene esa gran trascendencia crea un efecto de solidaridad", dice Fernández. "Se usa esa sensibilización para rellenar horas y horas cuando en realidad no hay contenido para ello", añade. 

¿Cómo proceder?

De Mendizábal tiene claro lo que hace falta para tratar estos casos: la empatía. "Lo que debe hacer el periodista es pensar qué querría que hicieran si a un familiar suyo le hubiera ocurrido lo mismo que a Fernández Ochoa. ¿Vamos a sacar los trapos sucios o las cosas desagradables? No es necesario para la veracidad", explica. Sólo se esta manera se respetará al periodismo. "Si quiero que se respete el periodismo, este debe hacerse respetar. Hay que tener en cuenta que, cuando un periodista escribe, lo hace en un intrumento poderosísimo que puede hacer mucho bien, pero también mucho daño", concluye. 

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Fernández, por su parte, va un poco más allá. Tiene claro que lo más importante que un periodista debe tener en cuenta al realizar estas coberturas es el "respeto por las personas involucradas", pero además reclama la creación de un consejo audiovisual estatal. Que no exista, dice, es una "anomalía democrática en los países de Europa". "Las normas nos civilizan, nos hacen más iguales. No consisten en limitar la libertad, sino en racionalizarla e igualarla para que seamos igual", explica. Los medios, actualmente, pueden dotarse de medios éticos y deontológicos, pero no ocurre nada si estos no se cumplen. Sin embargo, continúa, si se firmaran una serie de normas, estas podrían ser de obligado cumplimiento. 

Nemesio Rodríguez, presidente de la FAPE y vicepresidente primero para Asuntos Profesionales de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), reivindica el Código Deontológico de la organización de periodistas. "En relación a la cobertura de la muerte de Blanca Fernández Ochoa, nuestra posición es muy clara: hay que seguir al pie de la letra nuestro código. Su artículo cuatro señala que, 'sin perjuicio de proteger el derecho de los ciudadanos a estar informados, el periodista respetará el derecho de las personas a su propia intimidad e imagen'". Y lo harán teniendo presente que "sólo la defensa del interés público justifica las intromisiones o indagaciones sobre la vida privada de una persona sin su previo consentimiento". Además, continúa el código, "deben evitarse las expresiones, imágenes o testimonios vejatorios o lesivos para la condición personal de los individuos y su integridad física o moral". Por último, dice el texto, "en el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas, el periodista evitará la intromisión gratuita y las especulaciones innecesarias sobre sus sentimientos y circunstancias". 

Y aunque su incumplimiento no conlleve demasiadas consecuencias, Rodríguez recuerda que "los periodistas no pueden alegar ignorancia en esta materia. Está el código deontológico y están los numerosos llamamientos que hemos hecho cada vez que hemos intervenido en casos como el de Blanca Fernández Ochoa. No hay ninguna excusa para vulnerar el derecho de las personas a su propia intimidad e imagen". "La lucha por la primicia informativa nunca debe sobrepasar esos limites. Nuestro derecho a la libertad de información tiene que mantener un equilibrio ponderado con los derechos de los demás. En periodismo, no todo vale", sentencia. 

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