A la carga

Tres buitres y un avestruz

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Entre quienes han estudiado la crisis con algo de profundidad, hay un cierto consenso en que su origen radica en la hipertrofia del sector financiero (fruto de su desregulación), la expansión del crédito barato, un endeudamiento excesivo de empresas, bancos y familias, así como la formación de burbujas especulativas. Sin embargo, leyendo artículos, comentarios y análisis en España, uno se lleva la impresión de que las causas de la crisis no tienen nada que ver con las que acabo de mencionar. Mediante explicaciones sesgadas de la crisis, muchos pretenden sacar tajada de la misma, transformándola en una oportunidad para cambiar el país conforme a sus intereses e ideología. Su comportamiento no es distinto al de las aves de rapiña. En concreto, pueden distinguirse tres buitres volando en círculos sobre la miseria de la crisis española. Y en tierra se ve además a un avestruz con la cabeza enterrada en el suelo.

El primer buitre es el neoliberal. Es el más gordo, fuerte y amenazador de todos ellos. Ha entendido perfectamente que esta es la ocasión más propicia para reducir el tamaño del Estado, recortar la provisión de servicios sociales y doblegar para siempre los focos de resistencia a la hegemonía del capital. Su diagnóstico es bien conocido: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, los Estados del bienestar de la vieja y decadente Europa no son sostenibles, si queremos crecer tenemos que competir con los chinos, no se puede gastar más de lo que se tiene, las deudas hay que pagarlas. Para no parecer tan terrorífico, el buitre neoliberal envuelve sus mensajes con la jerigonza de las “reformas estructurales”. Sólo volveremos a crecer si se aprueban las “reformas estructurales” a las que se oponen los malvados sindicalistas. Esto quiere decir recortar aún más las pensiones, desregular aún más el mercado de trabajo, acabar con cualquier vestigio de negociación colectiva, etcétera. Cómo conseguirán las reformas estructurales resolver el problema del endeudamiento privado o la insuficiente demanda interna no se sabe, porque en realidad el buitre lo que busca no es sacarnos de la crisis, sino hacer de España un alumno aplicado en la clase de capitalismo liberal.

El segundo buitre es más torpón en su aleteo y puede aparecer tanto con un llamativo cuello rojigualda como con uno estelado. En la subespecie rojigualda, el buitre nacionalista considera que ha llegado el momento de re-centralizar el Estado acabando con el invento nefasto de las autonomías. Si el país se degrada, es porque hemos sucumbido al localismo y a los reinos de taifas. Nada nos une, nada de lo común nos concierne. Y con lo que se gastan las Comunidades Autónomas en asesores, séquitos, aeropuertos y palacios de congresos, podríamos pagar toda la deuda acumulada y aún nos sobraría para prestar a griegos y portugueses. Sin una reforma en profundidad de la estructura territorial del Estado no saldremos de la crisis. Esta tesis no la defienden solo algunos de nuestros más conspicuos frívolopensadores (véase aquí), sino también políticos profesionales como Rosa Díez, quien se expresaba así en una entrevista en El País: “La única manera de afrontar con éxito la crisis económica se deriva de afrontar la crisis política que está en las instituciones y que parte de la necesidad de reformar nuestro modelo territorial, hacia un modelo de Estado que sea sostenible y viable.” Algo muy parecido dijo Aznar en su entrevista en Antena 3.

La subespecie del buitre estelado ha olido a muerte en el debilitado Estado español. Es ahora o nunca. Para que Cataluña salga de la crisis resulta imprescindible que tenga Estado propio. Es la maldita España la que obliga al Gobierno catalán a ejecutar recortes en los hospitales nombrando como Consejero de Sanidad al antiguo presidente de la patronal del sector y como Director de CatSalut al apoderado de seis empresas que facturan a la propia CatSalut. De todas las propuestas sobre la crisis, la secesión territorial, debe reconocerse, es la más imaginativa.

El tercer buitre es menos ominoso. Su vuelo no produce tanta intranquilidad. Este buitre está convencido de que el origen de nuestras dificultades se sitúa en nuestras instituciones y en nuestra clase política. Cambiemos las reglas, echemos a la casta y el paro será solo un mal recuerdo. Hay que apostar por una nueva ley electoral con listas abiertas, la eliminación de las diputaciones, una nueva ley de partidos, una reforma de la justicia, el fin de la corrupción, la pena capital para las élites extractivas, un cambio constitucional que imponga el federalismo y una renovación total de las administraciones públicas. De la misma manera que España expulsó a moriscos y judíos hace ya algún tiempo, expulsemos ahora a las élites extractivas y acabaremos de una vez con los males de nuestro país.

¿Qué le pasa al avestruz que esconde su cabeza bajo tierra? El avestruz es un ave grandota pero inofensiva. A diferencia de los buitres, acierta en el diagnóstico: buena parte de nuestras dificultades derivan de la naturaleza defectuosa de la Unión Europea y el euro. No obstante, su fervor europeísta es tan poderoso que en lugar de buscar una solución entierra la cabeza, esperando que sus deseos de más Europa, unión política, eurobonos y unión bancaria se materialicen. El avestruz piensa que de la crisis sólo saldremos con más Europa y no sacará la cabeza hasta que así ocurra. Si sus deseos de más Europa no se hacen realidad, no hay plan B: sólo queda seguir esperando mientras España entra en fase de desguace final.

Los tres buitres y el avestruz, con intereses y motivaciones distintas, son unos desaprensivos. A mí me parece estupendo que neoliberales, nacionalistas de todo signo y europeístas quieran promover sus ideas y llevarlas a la práctica. Pero no deberían mezclarlas con la crisis, sus causas y sus remedios. La crisis económica de España no la ha producido ni el exceso de Estado, ni el Estado de las autonomías, ni la opresión española sobre Cataluña. Sí ha tenido que ver la pesadilla del euro, pero no superaremos la depresión actual apelando retóricamente a una Europa quimérica que no está por venir.

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