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La reflexión de Sánchez abre el primer debate en serio sobre su sucesión en el PSOE

@cibermonfi

Rivera, hijo de Aznar

No me extraña en absoluto que José María Aznar elogie cálidamente a Albert Rivera, tal y como contó infoLibre el domingo. Rivera es el auténtico sucesor de Aznar en la tarea de hacer que la derecha rojigualda siga siendo la fuerza hegemónica en España, aquella que resulta casi imposible de desbancar dado su poderío institucional, ideológico, mediático y económico. Tampoco me asombra que parlamentarios autonómicos de Ciudadanos hayan abandonado el partido ante su evidente derechización. Rivera empezó diciendo que era algo socialdemócrata, luego se proclamó tan solo liberal y, en realidad, siempre ha sido esencialmente un españolista de manual.

Aznar enseñó a la derecha surgida del franquismo a ir por la vida sin complejos, con la cabeza bien alta. Utilizó con habilidad el terrorismo de ETA para maniatar política e intelectualmente a la izquierda y hasta atraer a su órbita a periodistas y escritores que habían sido progresistas. Se disfrazó de cruzado matamoros, proclamó que España iba bien y colocó una descomunal enseña rojigualda en la madrileña plaza de Colón. Le funcionó, vaya que le funcionó. Aznar le quito los sentimientos de culpa y vergüenza al franquismo sociológico y conquistó para la causa a buena parte de las nuevas generaciones.

Rivera, Inés Arrimadas y compañía son cachorros suyos. Dejémonos de milongas: los catalanes que han votado a Ciudadanos el 21 de diciembre lo han hecho porque era la opción más rotundamente españolista. La que podía jactarse de no haber trapicheado nunca con Pujol y la que pidió desde el primer minuto que el Estado español de toda la vida se hiciera con el control directo de los asuntos catalanes.

Ciudadanos nació en Cataluña para combatir el fuego con el fuego, para oponer al nacionalismo catalán ese nacionalismo español desacomplejado que siempre ha predicado Aznar. El que exhibe con desplante en el balcón, la pulserita y el collar del bulldog la bandera de la monarquía borbónica y el golpe de Estado del 18 de Julio, el que niega que en la piel de toro exista otra nación que no sea la española, el de “Yo soy español, español, español” y “¡A por ellos!”.

Aznar bautizó como constitucionalismo su renovado nacionalismo rojigualdoconstitucionalismo. Ya sabemos que al nacionalismo que dispone de su Estado no les gusta que se le llame así. El nacionalismo alemán, francés, estadounidense o español pretende limitar el estigma de lo identitario y excluyente a las comunidades más pequeñas y sin Estado propio como Quebec, Escocia, Flandes, Córcega, Euskadi o Cataluña. ¿Pero que es Trump sino un nacionalista cuando cacarea lo de America First?

Nacionalista es todo aquel que se envuelve en una bandera para hablar de la patria y no de la gente. Grande o pequeño, central o periférico, el nacionalismo sirve de cortina de humo en tiempos de crisis para que la gente olvide la dureza de sus vidas, no se rebele contra el capitalismo y crea sentirse más segura por pertenecer a una tribu asentada desde hace tiempo en un determinado territorio.

El populismo de derechas del siglo XXI no emplea la parafernalia y la retórica de los años 1930. Ahora lleva camisa blanca, no reniega de la democracia y no tiene el menor problema en ser liderado por mujeres (ahí está Marine Le Pen). Pero, al igual que entonces, prospera entre las angustiadas clases populares y medias porque predica que la nación (grande o pequeña, central o periférica) es el mejor escudo contra reales o imaginarias amenazas exteriores o interiores.

La principal “modernidad” de Aznar consistió en convertir a un PP que había sido fundado por ministros de Franco en una versión castiza del neoliberalismo de Reagan y Thatcher. Privatizó y desreguló a destajo, pero a la española, consolidando un capitalismo de amiguetes que reniega de lo público pero vive a su costa. También en eso Ciudadanos, promovido impúdicamente desde el poder financiero y mediático, es su heredero. ¿Han escuchado ustedes a Rivera o Arrimadas efectuar el menor reproche a un banquero?

Ha sido divertido ver al PP denunciando hace unos días al diario Abc por haber colocado en su portada una foto propagandística de Arrimadas en la jornada de reflexión previa a las elecciones catalanas. ¿Quién nos hubiera dicho que íbamos a ver a las derechas españolistas peleándose por el cariño del periódico de Alfonso XIII?

Pero Abc tiene razón. Ciudadanos encarna ahora el espíritu de la Restauración de modo más eficaz que el PP de Rajoy. Su imagen es más juvenil y desenfadada, no arrastra las cacerolas de una corrupción tan obscena y sistemática, la fogosidad y el vitalismo de Rivera y Arrimadas recuerdan mucho más a Aznar que la tristeza y la grisura burocráticas de Rajoy, Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro.

Rajoy y Rivera analizan en Moncloa la situación tras las elecciones catalanas

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Ciudadanos consigue incluso la benevolencia de cierto centroizquierda. El diario El País lo adora, Susana Díaz le debe el gobierno de Andalucía y resultó tan triste como significativo que Pedro Sánchez le propusiera en 2015 a fuerzas netamente de izquierdas como Podemos, Izquierda Unida y Compromís que pusieran la cama para que él pudiera consumar su matrimonio con Rivera.

Insulta, por cierto, a la inteligencia que el PSOE siga reprochándole a esas fuerzas que se negaran a un ménage à trois tan perverso. ¿No dice hoy Sánchez que Ciudadanos es “el Vox de la política española, “la media naranja del PP”? ¿No ha comparado su vicesecretaria, Adriana Lastra, a Albert Rivera con el mismísimo José Antonio Primo de Rivera?

Ciudadanos triunfa en Cataluña como el adalid de la rojigualda y bien puede seguir ascendiendo de esta guisa en el resto de España. El separatismo podría serle tan útil como lo fueron los etarras a Aznar para conquistar votos y seguir arrastrando al PSOE hacia la defensa numantina del statu quo monárquico, españolista y neoliberal. Sí, Ciudadanos se perfila como el nuevo aznarismo.

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