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Desde la tramoya

El perro ladra que ladra, la mujer ladrona es

Parece que nos estamos volviendo un poco locos todos y todas en la defensa radical de la igualdad de hombres y mujeres. Las actrices de Hollywood que se visten de negro para denunciar a los hombres del sector que las acosan. Las otras actrices y pensadoras, lideradas por Catherine Deneuve, que contraatacan la protesta denunciando el “puritanismo” de sus colegas.

El último pequeño acontecimiento es la denuncia que el Partido Comunista de Andalucía ha presentado en la Fiscalía contra la Legión, por supuesto delito de odio y discriminación por corear la vieja canción legionaria que afirma que es preferible tener un cabo, un tanque, o un perro, a tener una mujer, porque esta última es “la hostia”, “la guerra” o “ladrona”.

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Pues bien, bendita sea esta locura colectiva, si sirve para apretar las tuercas. Esa misma canción militar la cantaba yo en las excursiones del colegio hace cuarenta años, como coreaba también a los payasos de la tele con la niña que no podía ir a jugar antes de almorzar porque tenía que planchar, que barrer o que cocinar. Más jóvenes e ingenuamente rebeldes, bailábamos las barbaridades de Siniestro Total (“hoy voy a asesinarte, nena”, “bailaré sobre tu tumba”…). O, sin entender la letra, seguíamos a Sting con su “Every breathe you take”, que dice literalmente: “Cada aliento que tomes, cada movimiento que hagas, cada atadura que rompas, cada paso que des, te estaré vigilando. Todos y cada uno de los días, y cada palabra que digas, cada juego que juegues, cada noche que te quedes, te estaré vigilando. ¿No puedes ver que tú me perteneces?". Seguimos bailando hoy el reguetón más machista y vulgar, el que tararean nuestros hijos con sólo siete años.

Confieso que me siento identificado con Catherine Deneuve. Con la primera al firmar el manifiesto de las cien artistas e intelectuales que decían que “la seducción insistente y torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. Pero también, más aún, con la segunda Catherine Deneuve, que a los pocos días pide perdón por haber ofendido, con su firma, a las víctimas de acoso sexual. Veo en las propuestas de las feministas, y en las respuestas de otras mujeres a sus denuncias, una tensión entre la exigencia radical de respeto y de igualdad genuina, por un lado, y por el otro un intento de relajar las reivindicaciones para no dejar a las mujeres en una posición como de indefensión intrínseca, como si fueran incapaces de pararle las manos a un jefe machote.

Con todas las dudas que las denuncias concretas puedan suscitar, ya sean contra los productores, directores y actores de Hollywood, o contra los legionarios que desfilan en Andalucía, todas ellas tienen un enorme poder social. Activan el debate colectivo sobre una lacra cierta y muy real, acaso la más antigua de la historia. El papel subsidiario de la mujer frente al del hombre. Está en todas y cada una de las religiones y en todas y cada una de las culturas, hasta de las más progresistas. Se refleja en el comportamiento diario, en las canciones populares, en las empresas, en las casas y en las cafeterías. Solo podemos evitar que se perpetúe a través de conversaciones sociales sencillas como éstas, que tratan de dirimir en discusiones tabernarias si debería prohibirse o no a los militares insultar a las mujeres con canciones tradicionales. Lo importante no es si la canción se prohíbe o no. Esa canción ya no la cantan más que cuatro en cuatro ocasiones. Lo importante es que hablemos de ello. Que observemos los dejes descaradamente machistas, humillantes y denigrantes que ensucian por miles nuestra convivencia. Lo importante no es si el Juzgado admite la denuncia contra la Legión, o si sentencia en su contra, sino que nuestros hijos —como el mío, con siete años— se sorprendan de que haya una canción que diga tales tonterías.

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