Buzón de Voz

Tonterías las justas

Robo al profesor Ignacio Sánchez-Cuenca un término

de la biología que él utilizó en un ensayo reciente para definir esa característica que parece perseguir a las fuerzas progresistas desde siempre. Frente a la reproducción de los seres ovíparos (que ponen huevos) o vivíparos (cuyo embrión se desarrolla en el vientre materno), la izquierda se comporta como un organismo fisíparo, es decir, que se multiplica por división, escisión o partición. “Su historia [la de la izquierda] es la historia de sus particiones: entre anarquistas y marxistas, entre socialdemócratas y comunistas, entre estalinistas y maoístas… Hay incluso chistes célebres: ¿Qué es un trotskista? Un partido. ¿Qué son dos trotskistas? Un partido y una corriente. ¿Qué son tres trotskistas? Un partido, una corriente y una escisión”.

En la historia del conservadurismo también se observan divisiones, aunque no suelen obedecer a diferencias ideológicas sino a simples peleas por el poder o a ambiciones personales. La reproducción en la derecha es más bien ovípara o vivípara. Incluso las especies pueden evolucionar de una forma insospechada. Fíjense en Ciudadanos, cuyo huevo lo puso en Cataluña un grupo de intelectuales procedentes de la socialdemocracia o el liberalismo, unidos todos por el nexo del antinacionalismo catalán. En su salto a la competición política estatal, Rivera fue adoptado por padres del poder económico y financiero (“en España necesitamos una especie de Podemos de derechas”, clamó el banquero Josep Oliú). La criatura perdió los genes socialdemócratas en una cirugía agresiva de la que salió con el flujo sanguíneo más azul que naranja y dispuesta a competir a guantazo limpio por la hegemonía de la derecha vestida con el uniforme de otro nacionalismo, el español. Vox, por su parte, tiene un origen claramente vivíparo: nació como embrión en el vientre del PP, basta con revisar la biografía de Santiago Abascal. Al fin y al cabo, en el útero del PP, desde que aún se llamaba Alianza Popular, permaneció adormilada buena parte de la ultraderecha española desde la Transición hasta hoy.

  La derechización de la derecha

Los tiempos políticos no están para bromas. Viejas y nuevas derechas nunca desde 1977 se habían alejado tanto del centro. Nunca el PP se había derechizado de forma tan contundente como lo está haciendo con Pablo Casado, descendiente y heredero de un aznarismo cuya genuina radicalidad multiplica su eficacia en esta era de posverdades, fake news, descrédito de la prensa y populismo audiovisual y digital. Nunca en las últimas tres décadas estuvo tan fragmentado el campo conservador (“yo dejé en 2004 un espacio electoral unido, y hoy está dividido en tres”, clama Aznar a la menor oportunidad). Pero nadie duda, pese a esa división y a los temores a un sorpasso en la carrera que ahora empieza en Andalucía y continuará el próximo mayo en todo el Estado, que esas derechas llegarán a acuerdos inmediatos para repartirse el poder si las sumas que salgan de las urnas se lo permiten.

Por todo ello le convendría mucho a la izquierda tradicionalmente fisípara demostrar que ha aprendido las lecciones básicas que dejó el ciclo electoral de 2015 y 2016: un deseo de cambio anticipado en las grandes capitales y en la mayoría de las comunidades autónomas, confirmado en las generales y frustrado por la gestión de los resultados ejercida por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por el Comité Federal del PSOE y por las profundas diferencias en Podemos que más tarde estallaron en Vistalegre II. Los errores cometidos por las partes ya han sido sobradamente analizados (ver, con perdón, el libro Al fondo a la izquierda, por ejemplo), y quedaron superados por una moción de censura que expulsó del poder a un PP podrido por la corrupción demostrada judicialmente. El acuerdo de Presupuestos firmado por el Gobierno y Unidos Podemos significó además la visibilización de un entendimiento que no se limitaba al objetivo higiénico de enviar al PP a la oposición, sino que abría paso entre PSOE y Unidos Podemos a lo que Íñigo Errejón definió en la presentación del citado libro como la necesaria “competición virtuosa”, única forma de que las fuerzas progresistas tengan posibilidades de disputar el poder al bloque conservador. Con el factor clave del peso de los nacionalismos periféricos, cuya capacidad de inclinar la balanza exige aún más responsabilidad política y visión de Estado a quienes de verdad tengan interés en encontrar vías de solución a la crisis constitucional provocada por los independentistas.

Estos tiempos complejos, en los que hacer política se ha convertido en actividad de alto riesgo, admiten pocas bromas y menos aún disputas internas. Digan lo que digan públicamente, culpen a quien culpen por lo ocurrido, no conozco a un solo dirigente sensato de Podemos, ya sea pablista, errejonista o anticapitalista, que niegue que lo ocurrido en los últimos días en Madrid es un absoluto disparate que debería haberse evitado. "Tonterías las justas", es la exclamación casi unánimemente utilizada. Si Manuela Carmena aceptó encabezar de nuevo la candidatura a la alcaldía es porque se le garantizó que podría presentarse con su propio equipo, y si Pablo Iglesias le aseguró que no habría problema con esa condición fue porque sabe que Podemos necesita a Carmena para mantener el gobierno de la capital de España y para conformar un ticket sólido junto a Errejón para la Comunidad, donde esa “competición virtuosa” con Ángel Gabilondo por el PSOE está garantizada entre ambas fuerzas gane quien gane. De modo que más vale que se corrija cuanto antes esa amenaza fisípara en una candidatura que debería volcarse en defender la gestión de estos cuatro años, en presentar un proyecto sólido de futuro y en dar credibilidad a un entendimiento con el PSOE que resulte esperanzador para el electorado progresista. Sin victorias electorales en mayo en las grandes ciudades que dieron la espalda al PP en 2015, las posibilidades de asentar en España el gobierno de izquierdas se reducen de forma considerable.

  España es mayoritariamente de centro-izquierda

Esteban Hernández: "Hoy quien tiene la idea de transformación radical de la sociedad es el capitalismo"

Esteban Hernández: "Hoy quien tiene la idea de transformación radical de la sociedad es el capitalismo"

Porque en estos tiempos de ruido y de furia, de puesta en cuestión de casi todo lo institucional y de casi todos los intermediarios (desde el Parlamento a la Prensa pasando por la Justicia) tiende a olvidarse dónde se sitúa ideológicamente la sociedad. Como recuerda José Andrés Torres Mora en su nuevo ensayo sobre la izquierda, el CIS viene preguntando a los españoles desde 1985 (y sin cambiar de método en este caso) dónde se sitúan personalmente en una escala de 1 a 10 en la que la casilla 1 se considera la extrema izquierda y la 10 la extrema derecha. Revisados 379 estudios del CIS, la posición media de la población española es el 4,6 en 2018, exactamente la misma que en 1985 o en el año 2015. “Las oscilaciones –concluye Torres Mora– han sido muy pequeñas y, en todo caso, siempre por debajo del 5, de modo que podemos decir que España, hoy como hace treinta años, es [mayoritariamente] de centro-izquierda, signifique eso lo que signifique”. Los rasgos y valores que hoy definen lo que se entiende por derecha e izquierda, conservadurismo y progresismo, seguro que han variado, lo cual no resta interés a un dato que desmiente ese mantra de que la sociedad se ha vuelto más conservadora (aquí y en el resto de Occidente, desde la era de Reagan-Thatcher y la caída del muro).

No es esa tendencia fisípara el único riesgo para las izquierdas. Necesitan mostrar unidad y superar sectarismos, pero también dotar de credibilidad a un proyecto de país. En su día comentamos aquí que el acuerdo de Presupuestos no lo era, pero sí dibujaba un boceto que marcaba ambiciosos y esperanzadores caminos frente al empeño conservador en seguir desmantelando el Estado del bienestar. Las últimas señales que transmite Sánchez, al parecer más dispuesto a gobernar todo el tiempo posible vía decreto-ley que a afrontar el “desgaste” de negociar hasta el último minuto los nuevos Presupuestos con su principal socio y con los nacionalistas, no son tranquilizadoras. Como el propio Sánchez denunciaba desde la oposición a Rajoy, el uso del real decreto-ley debería limitarse a circunstancias y asuntos “excepcionales y urgentes”. Así lo prevé la Constitución y así lo establece la lógica democrática, pero además es muy discutible que desde el punto de vista político no sea mucho más conveniente para las fuerzas de izquierda defender un proyecto sólido de Presupuestos que por un lado obligaría a mojarse a los grupos independentistas (que sólo son ‘bloque homogéneo’ por el pegamento de los presos y el juicio pendiente) y por otro serviría al menos para hacer visible la base de esa “competición virtuosa” o “colaboración competitiva” que resultaría útil en las inminentes confrontaciones electorales. “Todo esto es lo que queríamos y estamos dispuestos a hacer y lo que las derechas y los independentistas no nos permiten hacer”. ¿A quién desgastaría más ese posible enunciado después de intentarlo de verdad? ¿No resulta transversalmente indignante que PP y Ciudadanos hayan bloqueado 53 veces en el Congreso una reforma que los fiscales consideran clave para investigar la corrupción?

Si elevamos la mirada por encima de titulares, declaraciones y tuits, lo importante no es si Sánchez está dispuesto (que lo está) a agotar la legislatura o en cualquier caso a no convocar elecciones antes de otoño de 2019. Lo trascendente es si las fuerzas progresistas pueden llegar a esa cita habiendo demostrado que comparten un proyecto de futuro alternativo al neoliberalismo y a sus descendientes (ya sean estos ovíparos, vivíparos o se reproduzcan por esporas). Mientras tanto, tonterías las justas.

Más sobre este tema
stats