Desde la tramoya

Podemos y Vox, primos lejanos

Las diferencias están claras. Si dos manifestaciones convocadas por Vox y por Podemos se saltaran el cordón policial y se encontraran frente a frente en la calle, probablemente terminarían a puñetazos. Los unos con sus banderas españolas apelando al orden, a la autoridad central, a la pervivencia de los valores tradicionales (heterosexuales, machistas, religiosos, ultraliberales). Los otros con sus banderas republicanas, llamando al poder popular frente a la élite económica y los valores de la revolución social y política (feministas, igualitarios, ateos, estatalistas). No es cierto que haya muchos votantes de Vox que procedan de Podemos, ni de Podemos que vengan de la extrema derecha. La inmensa mayoría de los apoyos del pujante partido de Abascal salen del PP, de Ciudadanos y de la abstención.

Si los representantes de Vox se sentarán en la parte extrema derecha de los hemiciclos cuando logren sus escaños, los de Podemos seguirán sentados en los asientos de la izquierda. Cualquier observador sabe (o al menos intuye), aunque no sepa expresarlo como si fuera profesor de ciencia política, cuáles son las enormes diferencias entre lo que defienden unos y otros.

Pero tanto Podemos como Vox comparten algunas cosas interesantes desde el punto de vista sociológico y electoral.

En primer lugar, ambos son resultado de la indignación. Todos los movimientos populistas surgen como reacción social virulenta. Para vehicular la protesta por las injusticias sociales de la crisis económica (Podemos) o para canalizar la preocupación por la deriva permisiva y relativista (Vox). Dicho en pocas palabras, unos por unos motivos y otras por otros, pero los votantes de ambos son ciudadanas y ciudadanos cabreados por algo. No es una similitud menor, porque ese estado de enfado imprime a ambos partidos un estilo frentista, subversivo y radical que se traslada al espacio público.

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Segundo, esa indignación se dirige hacia la élite. Para Podemos es la élite política y también económica, que llamó “la casta”. Para Vox es la burocracia estatal que constriñe la libertad individual, y los políticos que viven de ella: los “chiringuitos” que montan los políticos de pesebre. El ejercicio del poder ya ha amansado a muchos de los líderes de Podemos. Es fácil acostumbrarse a viajar gratis por España y el mundo, pisar moquetas, recibir buenos sueldos y que un conductor te lleve el coche. Vox aún no disfruta de esos privilegios, pero lo cierto es que ambos trasladan el mensaje de que vienen a luchar contra los políticos de siempre, amodorrados en sus poltronas.

La tercera cualidad compartida es la comunicación aventurera, transgresora, guerrillera. Tras el famoso autobús de Hazteoír (aquel de los niños con pene y las niñas con vagina) y el de Podemos (el autobús de “la trama”), Vox hizo una maqueta de autobús “de la España que madruga”. Esas acciones tratan de ahorrar dinero y penetrar en un contexto de medios más dominado, al menos al principio, por los partidos convencionales. Tanto Podemos como Vox se desarrollaron en las pequeñas televisiones de la última década (Tele K o Hispan Tv; Intereconomía), donde fueron generando un discurso fresco, rápido, popular, dirigido a la gente corriente y plagado de generalizaciones. Luego fueron accediendo a los canales de Mediaset y, especialmente, de Atresmedia. La nueva presencia de algunos portavoces de Vox en Antena 3, por ejemplo, recuerda mucho a la que fueron teniendo los de Podemos en La Sexta.

Haciendo de la necesidad virtud, por último, los nuevos actores de la política española han marcado la agenda nacional suscitando temas fuertemente controvertidos y proponiendo medidas directas y con pocos matices. Sin embargo, como una cosa es predicar y otra dar trigo, Podemos se ha moderado mucho cuando ha llegado a los espacios de poder en los que ya no basta con el eslogan. A Vox le ha bastado tener un solo senador, para comprender que tiene que tener cuidado con lo que hace, más allá de las declaraciones grandilocuentes. Ya en su primera votación ha resultado ridículamente aislado, cuando ha tenido que votar contra una declaración institucional contra la violencia en el deporte. Cuando, como Podemos, llegue a los ayuntamientos y los parlamentos, comprobará lo difícil que es mantener la narrativa populista cuando ya no se está en la calle, sino en los cálidos sillones de las instituciones.

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