¡A la escucha!

Cuando el dilema de deporte o estudio solo es para ellas

Si sus hijos tienen entre los 14-15 años o más, ya están en edad universitaria, seguro que llevan ya unos días cargándose de mucha paciencia para poder afrontar la etapa de exámenes finales que tenemos encima. Los puentes no han existido, el buen tiempo lo hemos visto casi casi por la tele y hemos sido muy prudentes a la hora de plantear alguna salida para ir al cine o cenar. Porque los ánimos no andan para mucha broma y los nervios están a flor de piel.

Sí, andan agobiados con los finales, algunos saben que se están jugando un poco su futuro con la prueba de la EBAU. Y aunque intentas quitarle hierro diciéndoles que el trabajo de todo el año está ya hecho y que lo de ahora es sólo un empujón, la verdad es que con ellos vuelves a revivir tus peores momentos de estudiante. La angustia de pensar que no sabes nada, que todo se te ha olvidado, que lo que estudiaste la semana pasada ya no lo recuerdas… (sí, yo también era de esas mariangustias). Pero ahora toca vivirlo desde el otro lado y hay que aprender a andar por la casa con pies de plomo o más bien lo contrario, moverse casi como un ser etéreo que no mete ruido. El objetivo es molestar lo mínimo porque cualquier sonido, tele demasiado alta, una llamada de teléfono en la que, Oh, Dios mío, has hablado unos decibelios más altos de lo permitido, es suficiente para que salga la fiera del cuarto a decirte con su cara y su gesto que ahí dentro hay un cerebro intentando asimilar muchos conceptos y a punto de explotar. ¡Ayyyy!

Cada día me propongo que al menos cinco minutos salga a la calle, a respirar, a despejarse, a tomar aire, a levantar un poco la cabeza para luego volver de nuevo al cuarto y seguir estudiando. La excusa suele ser tener que sacar a nuestro perro, pero me sirve para hacerle reír un rato y que piense en otra cosa. La pobre el otro día me decía: “es que, mamá, cuando llega la semana de exámenes no tengo tiempo ni para esto, ni para dar una vuelta corta contigo y con Owie (nuestro perro)” y recordé el estudio que hace unos días cayó en mis manos a cuenta de los hábitos deportivos de las mujeres cuando llegamos a la adolescencia.

El 76% de las mujeres jóvenes de entre 12 y 25 años deja de hacer deporte. No cumple ni siquiera con las recomendaciones mínimas de la OMS de actividades físicas recomendadas para una vida saludable. Ellos en cambio, siguen haciendo deporte a esa edad, algunos incluso de una forma muy activa. La brecha en esto es tremenda, también existe. Y no se van a creer cuáles son las causas.

Una, efectivamente, los estudios: ellas sienten una mayor responsabilidad con su vida académica. Las mujeres empiezan a abandonar la práctica deportiva cuando empiezan el bachillerato y no la recuperan casi hasta que terminan sus estudios. Están más preocupadas por su futuro laboral que por hacer deporte. ¿Creen que ellas lo tendrán más difícil? No es una pregunta planteada en este estudio aunque parece que es la causa que hay de fondo. Pero hay más.

Ellas tienen un mayor sentido del ridículo, sienten más presión en cuanto a su físico que ellos. Y esto podría parecer contradictorio: si están preocupadas por estar bien, deberían practicar más deporte. Pero al final es la pescadilla que se muerde la cola: como se ven mal no quieren ponerse en ropa deportiva, y como no se ponen las mallas, no quieren salir a correr, andar en bici, y no digamos ya ponerse un bañador y tirarse a la piscina.

El estudio propone a las administraciones generar programas específicos para animar a las chicas jóvenes a practicar deportes, a encontrar espacios en los que se encuentren cómodas, con actividades asequibles y piden a los centros educativos que se impliquen también en promover la actividad física en este grupo. La idea es lograr crear en ellas hábitos saludables desde pequeñas, y que no pierdan esos años maravillosos sentadas o paradas, porque su salud, su cuerpo, su corazón, su cabeza, les agradecerá después el haberse mantenido activas. Voy a ver si saco a mi adolescente del cuarto 15 minutos para ir a trotar un poco por el parque. Deséenme suerte.

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