Telepolítica

Algo hay que hacer

Estos días, en círculos periodísticos y políticos, se ha extendido el recuerdo de la clásica película de Nicholas Ray Rebelde sin causa, de 1955. Está sirviendo para buscar un símil que represente la estrategia puesta en marcha por Pablo Iglesias para pedir su entrada en un gobierno de coalición. En concreto, se hace referencia a la famosa secuencia en la que James Dean y Corey Allen compiten en la mítica carrera de los gallinas. Consistía en que los dos jóvenes se dirigen a toda velocidad con sus coches hacia un acantilado. Gana el que salte el último antes de que los vehículos se despeñen. Antes de que arranque la carrera, Jim, el personaje que interpreta Dean, le pregunta a su rival por qué se juega la vida de esa manera. Buzz, que así se llamaba Allen en la película, le responde: “Algo hay que hacer”. En esto está Pablo Iglesias.

Es evidente que en este tipo de competición las alternativas no son muchas. Lo normal es que los dos coches se destrocen y que los dos conductores acaben heridos. También cabe la posibilidad de que, de tanto apurar a esperar que el otro se tire antes, alguno se acabe despeñando. En Rebelde sin causa es lo que le sucede a Buzz, que, después de haber incitado a la demencial competición, accidentalmente se queda enganchada su cazadora al abrepuertas y se acaba matando al no poder salir.

Ahora que parece haberse abierto la veda contra Iglesias, se están cometiendo algunas injusticias y se plantean diversos desvaríos. Su trayectoria merece respeto y un reconocimiento dentro de la izquierda española. Gracias al shock que supuso la aparición de Podemos hoy es posible entender el renacer de una mayoría progresista en España. El PSOE necesitaba pasar una curativa travesía del desierto si quería recuperar el contacto con una sociedad de la que se había alejado generacional e ideológicamente. Sin el efecto catalizador forzado por Iglesias y sus compañeros de aventura nada sería como es hoy.

Once años después de su última victoria electoral, los socialistas han vuelto a obtener un apoyo suficiente como para tener legítimas aspiraciones de formar un gobierno progresista. Sin embargo, el panorama político español es hoy diferente y las mayorías para poder pilotar una legislatura necesitan el acuerdo de diferentes partidos. Si el Partido Socialista quiere llevar adelante lo prometido durante la campaña, necesita ineludiblemente el apoyo de Unidas Podemos. El PSOE les triplica en representación parlamentaria, pero sin ellos es imposible iniciar la conformación de una mayoría progresista. El problema, conocido de todos, es que 123 más 42 suman 165. Para conseguir tanto la investidura como el control parlamentario es indispensable lograr más apoyos.

Pablo Iglesias corre el peligro de apostar, una vez más en su carrera, por jugar al órdago: o todo, o nada. Su voluntad de exigir una coalición de gobierno, en contra del reiterado rechazo de los socialistas, puede llevar a una situación delirante. Los socialistas argumentan que ni sus votantes lo desean, tal y como lo manifiestan de manera abrumadora todas las encuestas (solo 1 de cada 5 lo defienden), ni sería conveniente de cara a buscar otros socios fuera del mundo independentista. Por supuesto que cualquier posición es defendible. Lo que no parece admisible es, siendo una fuerza minoritaria, imponer bloqueos en una negociación que es imprescindible que llegue a buen puerto.

En 2016 ya se vivió la increíble experiencia de ver a Pablo Iglesias votando junto a Mariano Rajoy contra la investidura de Pedro Sánchez. Ahora la historia amenaza con repetirse. El líder de Podemos insiste en que o forma parte de un gobierno de coalición que garantice la aplicación de sus políticas o votará que no a un gobierno en solitario de Pedro Sánchez, aunque incorporara a independientes próximos al territorio ideológico del propio Iglesias. En este caso, su voto negativo coincidiría de nuevo con los de los líderes del PP y Ciudadanos, como en 2015. La novedad es que, además, votaría esta vez junto a Vox contra la formación de un gobierno de izquierdas.

La carrera de los gallinas era una estupidez en Rebelde sin causa. Sobre todo, por lo innecesario del planteamiento. Y lo sería ahora creer que el único territorio de negociación es el chantaje y la imposición de una minoría frente a un sentir ampliamente más extendido. Se puede discutir, pelear y negociar con firmeza. Pero es importante saber que el acuerdo es ineludible. La carrera de los gallinas no es inevitable. Basta con dar un giro de 180 grados a los coches y conducir justamente en dirección contraria al abismo, tierra adentro, donde están las necesidades de los ciudadanos en el mundo real.

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