@cibermonfi

Atado y bien atado

No me siento personal o generacionalmente ofendido si alguien afirma que en la España actual subsiste bastante franquismo. Muchos de los que éramos jóvenes o adultos en la década de 1970 hicimos todo lo que pudimos para que no fuera así, para que la dictadura fuera sustituida por una democracia intachable, pero no lo conseguimos. La correlación de fuerzas era la que era. A diferencia de sus socios Hitler y Mussolini, Franco no perdió una guerra y, a diferencia del salazarismo portugués, su régimen no fue derribado por una revolución.

Me asombra, pues, que cierta gente que se dice de izquierdas (o mejor dicho, de centroizquierda) se ponga como una hidra cuando opinas que la actual democracia española no es ejemplar e inmejorable, que nació con un lastre franquista del que aún no se ha desprendido por completo. Lo prueba el mismísimo hecho de que haya necesitado ¡44 años! para sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Y lo prueban otras muchas cosas.

Algunas de ellas pertenecen al terreno afectivo y simbólico. Los restos de Queipo del Llano reposan en la basílica sevillana de La Macarena, mientras siguen enterrados en las cunetas más de 100.000 republicanos fusilados por los vencedores de la Guerra Civil. El notorio policía torturador Billy el Niño mantiene sus condecoraciones, mientras no parece encontrarse el modo de declarar oficialmente injustas y nulas las condenas impuestas a decenas de miles de antifascistas a lo largo de cuarenta años. Y el relato oficial del actual sistema –el que se enseña en las escuelas– no proclama alto y claro que aquellos que defendieron la legalidad republicana en 1936 frente al golpe de Estado de los generales reaccionarios tenían la razón de su parte.

Otras herencias pertenecen al terreno ideológico, como el culto mayoritario a la unidad, la autoridad, la estabilidad y el orden público (ese apoyo de oficio a toda acción policial aunque sea abusiva, desproporcionada y violenta). Y unas cuantas más se ubican descaradamente en lo institucional y político. El catedrático Javier Pérez Royo acaba de recordar que cuatro de los pilares del llamado régimen del 78 son preconstitucionales, son anteriores a la Carta Magna. A saber, la monarquía borbónica, la estructura de las Cortes, el sistema electoral y los acuerdos con el Vaticano.

El Estado que empezó a dirigir el socialista Felipe González tras ganar las elecciones de 1982 era, básicamente, el que había ido forjando Franco. Seguían intactos la judicatura, la oligarquía económica, los cuerpos policiales, las Fuerzas Armadas, la burocracia… Tal era el pacto de la Transición: no habría ruptura democrática, sino reforma en profundidad del franquismo para hacerlo homologable con esa Europa occidental en la que la mayoría de los españoles queríamos participar. Si querías libertades, tenías que aceptarlo. Si no lo aceptabas, te arriesgabas a que los militares salieran de sus cuarteles.

Lo viví y lo entiendo perfectamente. Lo que no entiendo, repito, es que hoy haya gente que se ofenda cuando escribes que te parece muy bien que Franco haya sido desalojado del Valle de los Caídos, pero que aún sería mejor si lográramos deshacer todo lo que el dictador dejó “atado y bien atado”. Y lo que me disgusta es que alguna de esa gente se diga progresista.

Bueno, en realidad sí lo entiendo, no soy tan tonto. Esa gente que no acepta la menor crítica a la democracia existente está sangrando por la herida de la crisis catalana. Cuando tú hablas de las imperfecciones de nuestra democracia, piensa que lo estás haciendo para justificar al independentismo catalán. Pero tal no es mi caso, ni el de muchos de los que opinan como yo a este y al otro lado del Ebro. Se puede pensar que el eslogan #SpainIsAFascistState es una gilipollez, y sostener al mismo tiempo que el Estado español es manifiestamente mejorable, que necesita que continúe y se acentúe su desfranquistización. Entre el negro y el blanco hay una grandísima variedad de grises.

Me niego a verlo todo con las gafas de la crisis catalana. Estoy hasta las narices de que tanto los independentistas catalanes como los nacionalistas españoles (de ultraderecha, derecha o centroizquierda) nos impongan totalitariamente que todos los debates patrios deben desarrollarse desde las trincheras abiertas por el ProcésProcés. Tengo mi opinión sobre la crisis catalana, pero tengo otras muchas cosas que me preocupan, exista o no tal crisis. Y la calidad de esta democracia es una de ellas.

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