La historia rima

Lecciones de historia

Julián Casanova

Hay un grupo de periodistas, distribuidos estratégicamente por diferentes medios de comunicación, con programas propios o que acuden a tertulias, que saben mucho de historia. Alejados del partidismo y la parcialidad, ejercen de abogados y jueces neutrales sobre la historia y nos enseñan a los historiadores dónde reside la “verdad histórica objetiva”.

Tampoco es que estén interesados en la historia, ni en los fundamentos del oficio del historiador, que se adquieren a través de una sólida formación y en contacto con las fuentes históricas y los debates historiográficos. Lo que les importa de verdad es difundir que, si Stalin fue tan culpable y criminal como Hitler, o más, entonces el comunismo tuvo en España peores consecuencias que el franquismo/fascismo.

No han investigado nunca, no han salido de casa ni de sus estudios en Madrid, pero desde la aparición del Libro negro del comunismo (1997 en francés; 1998 en castellano), y con la ayuda de la Wikipedia y del fácil acceso a cualquier fuente de opinión, se han apuntado al catálogo y clasificación de los actos criminales del comunismo para situarlos en lo más alto del ranking de la barbarie. Copian lo mucho que varios autores ya han difundido en otros países. Unos lo escriben para encontrar el calor de su amplio público, y otros repiten las ideas de viva voz, chillando e insultando al que está enfrente.

Todas las preguntas importantes que los historiadores nos hacemos, continuamente formuladas y replanteadas a través de una completa y detallada confrontación con el proceso histórico, no sirven para ellos.

Los historiadores examinamos un pasado “real” y no uno imaginado. Primero la historia social y más tarde el postmodernismo han ofrecido importantes correctivos al pensamiento y a la práctica históricas, especialmente en todo lo que se refiere a la relación entre historia, objetividad y verdad, pero esas críticas no han destruido el compromiso del historiador a captar, por medio de enfoques y métodos de indagación apropiados, un pasado parcialmente verdadero. Lo que hacemos los historiadores conlleva una opción estética o literaria, que ayuda a organizar la narración, pero la historia no es una mera reproducción de relatos propagandísticos o políticos.

Nuestras opciones y decisiones son políticas, sociales y epistemológicas. Reflejan diversas creencias en lo que los historiadores hacemos, en lo que puede conocerse y cómo puede conocerse. Los relatos sobre el pasado siempre estarán cambiando, pero los historiadores tenemos que intentar contar las historias de la forma más completa y real que sea posible. Algún tipo de verdad sobre el pasado es factible, aunque nunca sea la verdad absoluta, y por eso merece la pena luchar por descubrirla.

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La historia es una disciplina que debe parte de su fascinación y complejidad al hecho de nadar entre muchas aguas, las de las humanidades y las de las ciencias sociales. La verdad, siempre parcial, acerca de los hechos históricos se descubre y no hay por qué inventarla o fabricarla. Pero, ya lo sabemos, cuando se trata de la guerra civil y de la dictadura de Franco, resulta difícil distinguir entre las investigaciones sólidas, contrastadas, debatidas en congresos y trabajos científicos, y los relatos propagandísticos o políticos. Lo que pasa es que los primeros se quedan en las Universidades y en algunos libros de historia. Y los segundos corren como la pólvora por radios y televisiones.

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Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.

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