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Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

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Carroñeros

Javier Valenzuela

“Hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio”, reflexiona el doctor Rieux al final de La peste, la novela de Albert Camus. La experiencia de estas semanas de lucha colectiva contra el coronavirus confirma esta conclusión moderadamente optimista: la mayoría de los comportamientos están siendo admirables, pero ello no impide la existencia de algunos otros manifiestamente despreciables. Lo dijo este lunes Benjamín Prado aquí mismo: “En un país maravilloso, lleno de gente buena, capaz, responsable, solidaria, trabajadora e inteligente, los miserables son los menos, pero lo son de manera extrema. La mejor forma de salir de un abismo es apoyándose unos en otros; la peor, poniéndose zancadillas”.

Bien está que el Gobierno no quiera polemizar con nadie. Tiene que reservar todas sus fuerzas para afrontar una doble crisis sin precedentes: la sanitaria, con cientos de muertos cada día, y la económica, que ya ha arrojado al paro a cientos de miles de trabajadores. Pero no hay ninguna razón para los que no somos Gobierno nos callemos ante la mayor campaña de intoxicación de nuestra historia; una campaña perversa que redobla el miedo, la confusión y la angustia que ya provoca de natural el coronavirus. Tampoco hay ninguna razón para que no nombremos a los despreciables.

El autor de esta campaña tóxica es el partido neofascista Vox. Uno de sus últimos episodios es la publicación en su cuenta oficial en Twitter de una foto en la que se ve la Gran Vía madrileña repleta de ataúdes cubiertos con la bandera rojigualda. La foto “retrata perfectamente el dolor de esta tragedia que el Gobierno y sus satélites mediáticos pretenden ocultar”, dice el texto del tuit. En realidad, la foto no retrata nada, la foto es un burdo montaje. A partir de un original de la Gran Vía completamente desierta -expoliado al fotógrafo Ignacio Pereira-, Vox ha hecho su demagógica manipulación. Y ni las protestas de Pereira porque ese partido use su imagen sin permiso, ni las de miles de usuarios de las redes sociales por el mal gusto y la mala baba del tuit, habían conseguido en la mañana de ayer que Vox lo retirara.

Vox es un partido carroñero. Está utilizando los cadáveres españoles de la pandemia para intentar derrocar al Gobierno. Oficialmente o a través de sus militantes y simpatizantes, está protagonizando la mayor campaña de fabricación y difusión de bulos de nuestra historia, como informó ayer Alicia Gutiérrez en infoLibre. Las nuevas tecnologías se lo permiten: a través de WhatsApp, Twiter, Facebook y YouTube, los ultras difunden a diario cientos de mentiras, injurias y calumnias. La velocidad y la viralidad de sus embustes igualan y hasta superan las del coronavirus. ¿Quién de nosotros no ha tenido que desmentir a un amigo o familiar crédulo tal o cual supuesta historia que probaría la extrema maldad del Gobierno?

¿Hacen algo la Policía, la Guardia Civil, la fiscalía y los jueces? Da la impresión de que esas instituciones, tan activas cuando se trata de perseguir a tuiteros, raperos y titiriteros críticos con la monarquía, no mueven un dedo ante esta fabricación y difusión de patrañas a escala industrial. Hace unos días, se supo que un subinspector de la Policía llamado Alfredo Perdiguero, candidato de Vox en las últimos elecciones autonómicas, había participado en la difusión de un vídeo que supuestamente mostraba cómo material sanitario español necesario para combatir al coronavirus era transportado a Francia. El comentario del vídeo responsabilizaba de ello al “asesino en potencia” Pedro Sánchez y al “Gobierno hijo de puta” que prefiere “lo chino, lo barato”. Pues bien, ese material no era sanitario, sino palés de folios para impresora. Calumnia que algo queda: el vídeo era otro montaje de los ultras. Diputados de Unidas Podemos lo denunciaron ante la fiscalía, pero a fecha de hoy lo único que sabemos es que la Policía ha descartado sancionar expeditivamente al funcionario felón.

Si en cualquier circunstancia, la implicación de un policía en una campaña de mentiras politiqueras debería de ser suficiente para exigirle, como mínimo, la entrega inmediata de la placa y la pistola, mucho más en estado de alarma. Si el estado de alarma nos priva a todos de derechos tan básicos como la libertad de movimientos, ¿no impone ninguna obligación adicional a funcionarios armados que deberían velar por nuestra tranquilidad, por nuestra seguridad subjetiva y objetiva?

La actitud de este subinspector y, en general, la ultraderecha española bordea o entra de lleno en lo que la mayoría llamamos traición. ¿Cómo calificar si no al hecho de zarandear, zancadillear, agredir, insultar o amenazar al comandante del avión cuando pilota en mitad de una tormenta feroz, una tormenta que pone en riesgo la vida de todos, tripulantes y pasajeros? ¿Sería Abascal tan machote como para meterse con el piloto en un avión estadounidense que atravesara una zona de turbulencias?

Vox es pura doblez. Se arroga el monopolio del patriotismo y la españolidad, pero rompe la necesaria unidad nacional en el momento más trágico en décadas. Vox critica a los políticos, pero explota políticamente la desgracia, sin tan siquiera respetar el luto de miles de familias y la angustia de millones más. Vox quiere sacar rédito ahora mismo, sin la menor tardanza. Como escribió ayer el magistrado Joaquim Bosch: “Hay límites éticos que jamás deberían superarse. Resulta indecente instrumentalizar a los muertos, hablar interesadamente en nombre de ellos o utilizar de manera oportunista el dolor de sus familiares”. Indecente, esta es la palabra.

Los ultras practican con desparpajo aquello inventado por su correligionario Goebbels de que una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad. Pretenden convencernos de que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el feminismo son los culpables de una pandemia que mata a decenas de miles de personas en España, sí, pero también en China, Italia, Francia y Estados Unidos. Acusan con saña a nuestros gobernantes de no haber actuado a tiempo, cuando aún lo hicieron con mucho más retraso esos dirigentes de Estados Unidos, Reino Unido y Brasil a los que tanto admiran. Y, ojo, cuando ellos mismos celebraron el 8 de marzo una multitudinaria reunión en Vistalegre que bien podrían haber desconvocado por su cuenta y riesgo si hubieran estado tan seguros de que el virus ya se propagaba como la peste. Porque, claro, a toro pasado, cualquiera puede ser el Capitán A Posteriori.Los ultras se mofan del Gobierno porque ha recibido material defectuoso de China, justo lo mismo que les ha pasado a tantos países gobernados por conservadores y reaccionarios, incluido, según informa The Times, no Pravda, el Reino Unido del Brexit. Los ultras critican al Gobierno porque improvisa, como si cualquier reacción al coronavirus, acertada o no, no tuviera que ser forzosamente improvisada, puesto que no hay manual para afrontar esta crisis sin precedentes. Y, por supuesto, no dicen ni mú de los recortes en la sanidad pública efectuados durante años por el PP, el partido en que militaban o al que votaban antes; unos recortes que han dejado a España muy debilitada frente a la salvaje arremetida del virus.Aquí y en todas partes, los ultras siempre han sido muy macarras. Ahora los diputados de Vox se saltan el confinamiento y acuden tan campantes al Congreso para demostrar que las normas que nos obligan a todos no sirven para ellos. Y una vez allí, frustran –junto a sus admiradores del PP de Casado– cualquier posible pacto de Estado para luchar contra la pandemia. Para conseguir allí lo que no consiguieron a través de las urnas, los de Vox amenazan al Gobierno con los tribunales, donde, al igual que en la Policía tienen buenos amiguetes. Y, por supuesto, hacen llamamientos más o menos disimulados al golpe de Estado. Blando o duro, militar o político-judicial, lo que sea, pero golpe de Estado: una acción que, sin necesidad de una mayoría parlamentaria, consiga la deposición del Gobierno de Pedro Sánchez.Como todas, las de ayer y las de hoy, las de aquí y las de allende los Pirineos, nuestra ultraderecha busca embrujar a la gente con himnos y banderas mientras sus dirigentes y sus socios se forran los bolsillos. Sabido es que Abascal, el que vocifera contra las autonomías y sus sinecuras, se llevó a la cartera decenas de miles de euros conseguidos con mamandurrias en las autonomías vasca y madrileña. Y ahora el turbio y exaltado juez Serrano, caudillo de Vox en Andalucía, acaba de ser denunciado por aprovechar el estado de alarma para hacer pingües negocios privados. En fin…Guillermo Rodríguez escribió este lunes en El HuffPost: “Que nadie espere de ellos un mero gesto de solidaridad, compasión o decencia. Por supuesto, que nadie confíe en que contribuyan a la unidad nacional: sólo saben quebrar. No les desprecien: van en serio y no repararán en nada”. Estoy muy de acuerdo: no tendrán el menor reparo en destruir nuestra convivencia en paz y libertad. Ya lo hicieron sus ancestros.Capitán A Posteriori

incluido, según informa The Times, no Pravda, el Reino Unido del Brexitno dicen ni mú de los recortes en la sanidad pública

los diputados de Vox se saltan el confinamientolas normas que nos obligan a todos no sirven para elloscualquier posible pacto de Estado

se forran los bolsillosel turbio y exaltado juez Serranohacer pingües negocios privados

Guillermo Rodríguez escribió este lunes en El HuffPostno repararán en nada

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