Pegados a la tele

'La vida después', un aplauso a la televisión pública

Es bueno escribir desde el sentimiento. No, no es bueno escribir desde una emoción a flor de piel; primero sécate las lágrimas. Anoche, al terminar de ver el documental La vida después, de En Portada (TVE) centrado en la pandemia, no pude, no quise, seguramente no debía, contar nada sobre, lo que, al fin y al cabo, no era más que un programa de televisión... pero, ¡qué programa de televisión! La vida después de En Portada se ha emitido en horario de máxima audiencia; una decisión valiente, desacostumbrada, de TVE, que tiene relegado a la minoritaria La 2, y al borde de la medianoche, este tipo de programas. Ayer, no; ayer se invistió de su carácter de televisión pública al supeditar las audiencias al servicio de la sociedad.

Coronavirus. La vida después

El programa se iniciaba con aplauso de la gente desde sus casas y en el umbral de los centros sanitarios, con el actor Javier Cámara definiendo ese acto colectivo: "El aplauso es un beso, un abrazo... un ruido que se hace música, es agradecimiento, es solidaridad, y es respeto... es el gracias más bello que alguien haya podido imaginar nunca". Imágenes de ciudades vacías y la voz de Íñigo Alfonso nos llevan a la vida del título con Micol Masoni, madre de bebé prematuro, con toda la familia afectada por el virus: "Estoy luchando porque ellos están luchando, porque si no habría dejado de luchar". Y la muerte de tantos, sobre todo ancianos, en dolorosa soledad como la de Julia R. Arévalo, hija de fallecido por la pandemia: "Que tu padre esté así y no te puedas acercar, ni besarle, ni calmarle; una persona que necesitaba tanto el calor humano...es horrible, es una inmensa injusticia, ese abrazo nos va a faltar siempre".

Aparece después otra gran protagonista para singularizar a los sanitarios, Blanca Renales, enfermera del hospital Severo Ochoa, en Leganés: "A mí en ese momento lo que me importaba era el paciente... si se ponía a llorar pues estar ahí con él; si me cogía la mano, o me quería dar un beso, no le iba a decir ¡quita!... se desestimaban pacientes de 65 años en adelante, solo por la edad, o gente con patologías previas con 57 y se han desestimado, y se han muerto...". Se viaja a Estella (Navarra) para recoger el testimonio de David Cabrero, director de la residencia de San Jerónimo confinado 35 días: ninguna muerte, ningún contagiado, entre los sesenta mayores y los quince trabajadores, encerrados para no dejar pasar el virus: "Nos ha dado tiempo a reflexionar sobre las personas mayores, que nos han dado todo, de que han nacido en tiempos de guerra, que han crecido en la postguerra, y que no podíamos dejar que se marcharan sin darles el cariño y la atención que se merecían".

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Y vuelta a Madrid, al IFEMA, con Jonan Basterra, ya dado de alta: "Se nos llena la boca de decir: '¡tenemos la mejor sanidad del mundo!' Y no, lo que tenemos es a los mejores sanitarios del mundo". Y con él volvemos a la vida, a esa vida de después, en la que Micol ya tiene en los brazos a su hija; Julia recorre la casa vacía de su padre, y deposita flores sobre la tumba; Blanca acude, un día más, a su trabajo; David abraza, por fin, a sus hijos; o Jonan retoma su coche y las calles de un nuevo día.

Hay muchos más testimonios, imágenes, datos globales de vida y muerte en La vida después. Hay un dilatado trabajo de más de un mes de búsqueda de personas que quisieran aportar sus testimonios,  así como de decenas y decenas de horas de rodaje, de visionado, de montaje... Pero, sobre todo, una enorme sensibilidad para elegir encuadres, frases, momentos, que construyeran un relato, en poco más de cincuenta minutos, de la vida y las emociones bajo el virus. El plano corto de Julia, con ese labio estremecido por la congoja de saber que su padre murió solo; la determinación de Blanca, la enfermera, consciente del peligro que corre; la sonrisa satisfecha de David al abrazar a sus niños, después de salvar a sus mayores...

Tras sesenta días de telediarios con cientos de datos, horas de disputas políticas, casuísticas de manifestaciones, y comportamientos individuales y colectivos, un aluvión de informaciones más o menos contrastadas, La vida después nos devuelve a la realidadLa vida después. La realidad de todas las personas, a través de testimonios individuales: vida, muerte, dolor y esperanza, determinación y resignación. Quizás, tras este programa, no sepamos más del virus; es seguro que sabemos mucho más de nosotros mismos. En esta jornada de San Isidro dedico a la televisión pública mi aplauso. Ya saben: "Un beso, un abrazo... el gracias más bello que alguien haya podido imaginar nunca".

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