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Telepolítica

Tres virus que acompañan al covid para los que no hay vacuna

José Miguel Contreras nueva.

Era evidente que no estábamos ante una Navidad tradicional. Otros años, esta etapa suele estar repleta de proclamación de deseos de esperanza de cara al futuro. Posiblemente fuera sólo pura retórica, pero al menos quedaba la sensación de que subsistían buenas intenciones colectivas. 2020 ha sido muy duro y parece que está dejando secuelas. Junto al covid parece que se han colado en nuestra vida cotidiana al menos tres virus diferentes que afectan directamente a nuestra salud como sociedad y que destruyen nuestro modelo de convivencia.

El virus de la ignorancia

Sorprende la extensión rápida y fulgurante que ha tenido el virus de la ignorancia. Se trata de un patógeno psicológico que provoca la falsa convicción de que sabemos mucho más de lo que creemos. Si algo ha demostrado esta pandemia en todo el mundo es lo mucho que desconocíamos al respecto. Cabría suponer que podía haber despertado un espíritu generalizado de humildad en relación a la complejidad de lo que nos rodea. Por el contrario, nuestro ecosistema se ha llenado de gente que habla con la más absoluta convicción de aquello que desconoce por completo.

En psicología social está analizado un fenómeno bautizado como La ilusión del conocimiento. Steven Sloman y Philip Fernbach lo han definido como el autoconvencimiento de que nuestro nivel de información adquirida de forma individual es mucho mayor del que realmente tenemos. El error de percepción se basa en que tendemos a confundir el conocimiento de los demás como si fuera nuestro. A menudo, oímos a un especialista en alguna materia analizar un asunto. Acto seguido, damos por hecho que su conocimiento nos ha sido traspasado y somos capaces de asumir que ya dominamos el tema.

El virus de la elusión

Estos días hemos podido escuchar a responsables políticos autonómicos justificar su discutible gestión en el proceso de vacunación con el argumento de que la culpa no es suya, sino de la inexistencia de una estrategia. La oposición, evidentemente, secunda este discurso. El asunto ya viene de atrás. La sanidad está transferida en España a las comunidades autónomas desde hace años. Este es el conocido motivo por el que el Ministerio de Sanidad era considerado un departamento menor, sin atribuciones reales y con muy escaso personal a su cargo. El estallido de la pandemia posibilitó que, de repente, los responsables de la gestión sanitaria en España se contagiaran de la noche a la mañana del virus de la elusión. La culpa de todo lo que había pasado antes de la pandemia, al llegar y después de su extensión era exclusivamente del Gobierno central.

Durante la mayor parte del estado de alarma vimos a varias comunidades autónomas reclamar para sí una gestión que en realidad ya compartían. Sin embargo, prefirieron eludir toda responsabilidad y proclamar que el problema era que ellos no estaban al mando. Al virus del conocimiento se le unía el de la elusión. No sólo no sabían dar respuesta a un problema difícilmente resoluble, sino que, además, eludían cualquier responsabilidad respecto al manejo de un sistema sanitario manifiestamente débil para hacer frente a lo que se vino encima. Con la desescalada, las comunidades autónomas asumieron de nuevo la gestión directa de las decisiones políticas en materia sanitaria. Cuando la segunda ola estalla este verano y cuando la tercera parece que empieza a levantarse, lo que escuchamos es que algunas de ellas no tienen responsabilidad al respecto. La culpa es que falta una estrategia.

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El virus del odio ideológico

Sólo una enfermedad puede justificar la creencia de que la mayor o menor capacidad para luchar contra el coronavirus viene determinada por la ideología política de quien toma las decisiones. Cabe entender como razonable que, ante cualquier desgracia que nos toca padecer, busquemos algún culpable sobre el que descargar nuestra rabia. Sin embargo, carece de todo sentido que transformemos esa impotencia en odio hacia quien no comparte nuestra ideología política. El virus del odio ideológico se ha extendido en nuestra sociedad.

Sólo si estás afectado seriamente por un deterioro mental agudo puedes llegar a convencerte de que la lucha contra una crisis sanitaria como ésta saldrá mejor si al frente de la gestión hay alguien que coincide con tus ideas políticas. Parece evidente que su eficacia tendrá más que ver con su capacidad profesional, su voluntad de esfuerzo y su resistencia a la adversidad. Por contra, podemos escuchar a diario convencidas opiniones que se resumen en la absurda idea de que si es de los míos estaríamos todos curados y no habría virus y, si es del otro bando, divisamos la hecatombe.

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