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La libertad es una librería

Raquel Martos nueva.

Esta frase maravillosa no es mía. Tendría que nacer yo siete veces para llegar a encadenar cinco palabras que encerraran el uno por ciento de lo que esta frase encierra, o, mejor dicho, de lo que abre…

Murió esta semana su autor, Joan Margarit, arquitecto y profesor, poeta y vividor. Vividor en el primer significado que reconoce la RAE: “que vive”. Vivir, en el sentido de ejercer la vida y no solo en el de formar parte del ecosistema. Vivir fue su llave para la poesía: “Para ser un buen poeta necesitas una vida”, le dijo a Julia Otero en una entrevista deliciosa e inolvidable.

Margarit vivía y observaba el mundo en el que lo hacía. Tomaba notas en una libreta y convertía los apuntes de su mirada en poesía.

Esto lo hacía desde antes de saberse poeta: “Cuando descubrió que a los que estábamos en su entorno nos fascinaba lo que escribía, jamás dejó de hacerlo”, decía en una carta de despedida en El Periódico su compañero de estudios, el también arquitecto y escritor Jordi Querol.

Margarit escribía de lo propio pero siempre buscando lo universal, aquello que todos podemos entender porque podemos sentirlo, como la pérdida o la añoranza:

“Tu calle, aún durante mucho tiempo,esperará, delante de tu puerta,con paciencia, tus pasos.No se cansará nunca de esperar:nadie sabe esperar como una calle”

 

“Trabajo para gente solitaria, que somos todos. Con eso es con lo que me siento identificado”, dijo al recibir el Cervantes.

Desde el diagnóstico del cáncer hasta su muerte no pasaron ni doce meses, pero nacieron sesenta poemas. Poemas que seguirán ahí aunque él no esté.

Ayer mismo, en esa red social llamada Twitter donde el insulto gritado y la exhibición de mensajes irresponsables de presuntos y presuntas responsables se amplifica y no deja apenas que se oigan mensajes inspiradores, que también los hay, encontré este:

La afirmación de Hilario, el hijo de Aurora, es tan conmovedora como asumible por muchos, prueba de ello son las respuestas que recibió la expresión de lo íntimo llevado a lo universal. Y prueba de que un mensaje luminoso provoca más luz es el tono en el que llegaban las reacciones al tuit. Intuyo que a Margarit le habría gustado tanto como a mí lo mucho que encierra emocionalmente esa frase con tres palabras: “Mi única certeza”. 

Los referentes de nuestra vida son los cercanos, la madre, el padre, los abuelos, los amigos, los maestros… Casi siempre, nuestras únicas certezas.

¿What, what, what?

¿What, what, what?

Pero a estos sumamos aquellos que, a través de la cultura y el pensamiento, nos abren puertas. Y si un espejo te muestra, más o menos, cómo eres y te da pistas de cómo deberías gesticular para parecerte a quien admiras, tus modelos culturales te devuelven también una imagen de quién eres pero, sobre todo, de tu aspiración, a quién querrías parecerte sin perder tu esencia.

Esa es la misión de la cultura: abrir caminos e iluminar, sobre todo en los momentos más oscuros y eso hacía Margarit con sus poemas. Por ello seguirá aquí, aunque no esté, porque su mensaje no es coyuntural sino eterno. Y porque sus poemas encierran sabiduría, reflexión y belleza, pero abren puertas y encienden luces.

Margarit construyó con la arquitectura y construyó con la poesía. Él sí se ganó la categoría de modelo cultural al que aspirar.

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