En Transición

Garoña y los Simpson

Pertenezco a esa generación perseguida por la imagen de los peces de tres ojos. Siempre me llamó la atención que la vida en Springfield girara alrededor de la central nuclear. No parece que Matt Groening, su creador, hiciera pivotar esta sátira de la sociedad norteamericana sobre tal elemento por casualidad.

Pocos iconos son tan reveladores de las contradicciones y el sinsentido del modelo de desarrollo actual como las centrales nucleares. A fuerza de querer conjurar miedos, acabamos generando riesgos mayores cuyo control escapa de nuestras manos. Lo advirtió el sociólogo alemán Ulrich Beck a mitad de los años 80, pero sus conclusiones son difíciles de gestionar.

No creo que haya sido la lectura apasionada de La sociedad del riesgo ni la asunción del mensaje de los Simpson los que hayan hecho que esta semana se anunciara, al fin, la no reapertura de la central de Garoña, paralizada desde diciembre de 2012. Las causas hay que buscarlas en la negativa de Iberdrola –que junto a Endesa forma Nuclenor, la empresa que gestiona Garoña–, a invertir lo necesario para ajustar la planta a los requerimientos que había puesto el Consejo de Seguridad Nuclear, así como en la demanda de las empresas energéticas de modificar el marco fiscal de este tipo de energía. Habrá que atender también, para encontrar los motivos del anuncio, a la presión del PNV –cuyo votos para los Presupuestos Generales del Estado valen su peso en oro–  para cerrar la central consciente de los riesgos que suponía para el País Vasco y para el conjunto del Valle del Ebro, por no hablar del posicionamiento en contra de Gobiernos autonómicos, Parlamentos, ayuntamientos, o entidades sociales y ambientales, que llevan años denunciando los desastres que la energía nuclear puede provocar. Cada uno de estos factores, o una combinación de todos ellos –que será lo más probable–, están entre los motivos de esta decisión.

Para cualquiera que tenga una mínima conciencia ambiental, el cierre definitivo de Garoña es una excelente noticia. Estamos hablando de una central en funcionamiento desde el año 1971, con un reactor con la misma tecnología que la tristemente célebre central de Fukushima, que ha estado a punto de convertirse en la décima central nuclear más vieja del mundo, según un informe de la World Nuclear Association.

Permitir la reapertura de la central hasta los 60 años, como se estaba planteando, suponía poner en peligro a buena parte de la población de, al menos, el valle del Ebro. Un informe del Instituto Meteorológico de Austria del año 2012, hecho público por Greenpeace, daba datos escalofriantes: un accidente en Garoña contaminaría irreversiblemente todo el valle del Ebro, en el que viven 3,2 millones de personas, y especialmente las poblaciones de Vitoria, Bilbao, Logroño, Pamplona, Tudela y Zaragoza. Estimaba, además, dicho informe, que un accidente de las características del de Chernóbil o Fukushima (ambos del nivel 7) afectaría a más de 100.000 hectáreas de regadío y 85.000 kilómetros cuadrados, y no solo obligaría a desalojar a toda la población del entorno, sino que dañaría durante siglos unas tierras de gran valor agrícola y ganadero.

Garoña es sólo un ejemplo, satírico si se quiere, como los Simpson, de una sociedad que ha olvidado que la base de la vida está en la biosfera. La energía nuclear es una irresponsabilidad desde distintos ángulos. En primer lugar, por el riesgo que supone. Cada pocos años se produce un accidente grave, incluso en países de alto nivel tecnológico como Estados Unidos, con el caso de Three Mile Island en 1979, en la antigua URSS con el desastre de Chernóbil en 1986, y en 2011 en Japón con Fukushima. Sus consecuencias son incontables: vidas humanas presentes y futuras perseguidas por una contaminación que se extiende por tierra, mar y aire.

A los riesgos derivados de accidentes con base tecnológica hay que añadir los que se generan por el incremento de la vulnerabilidad: terremotos, fenómenos meteorológicos extremos y un blanco perfecto para atentados terroristas convierten a las zonas donde se instalan estas centrales en bombas de relojería. Por si esto fuera poco, como ha reflejado Ecodes en un reciente comunicado, las centrales nucleares han dejado de ser rentables: no sólo Iberdrola ha visto que no le salían las cuentas de reabrir Garoña. La mayor empresa constructora de centrales nucleares del mundo, Westinghouse Electric, quebró recientemente por el aumento de costes de construcción de nuevas centrales en Estados Unidos. Lo mismo le ocurrió a Tepco, dueña de la central de Fukushima (y de las otras cincuenta que tuvieron que cerrar por el accidente), a pesar de que también tenían un límite económico de 1.000 millones de dólares. Si a esto añadimos el coste del riesgo de accidentes, las cuentas empiezan a enturbiarse. Y no digo nada si empezamos a hablar de internalizar las externalidades, es decir, de asumir en los costes los daños que se producen en el entorno.

El debate de las nucleares excede las pretensiones de este artículo, pero creo que hay ya argumentos más que suficientes para empezar a considerar seriamente el abandono de la energía nuclear, como han hecho países de nuestro entorno. Tras el accidente de Fukushima, la Alemania de Merkel no dudó en poner en marcha un "apagón nuclear" para 2022. En Italia, aprobaron en referéndum cerrar las centrales nucleares ya en 1987, decisión ratificada en 2011 por un 95% de los votos emitidos. Incluso la gran potencia nuclear que es Francia puso en marcha, durante el Gobierno de François Hollande, un plan para cerrar el 30% de sus centrales en 20 años.

Como ya nos vamos conociendo y sé que hay lectores que piden insistentemente que no me quede en la crítica y aporte alguna solución –observación con la que estoy de acuerdo, aunque no sé si siempre seré capaz de hacerlo–, he de decir que en este asunto de la política energética no sólo existen soluciones, sino que ya se están poniendo en marcha en otras partes del planeta.

Ciñéndonos a España, como ya explicó Greenpeace, el gran objetivo es cambiar nuestro modelo energético hacia una producción Renovables 100%, que nos haga ser más limpios y menos dependientes de la importación de tecnología, algo que podemos alcanzar en 2050. A parecida conclusión llega la Fundación Renovables en su estudio La energía como vector de cambio para una nueva sociedad y una nueva economíaLa energía como vector de cambio para una nueva sociedad y una nueva economía, en el que señala, además, la conveniencia de ir cerrando las centrales nucleares, como mucho, al término de la licencia de operación de que disponen en la actualidad. Esos supondría que estuvieran todas cerradas en 2023.

Las energías renovables no sólo son deseables, son también viables económicamente sin subvenciones. Así lo demuestra el resultado de las últimas subastas en España de eólica y fotovoltaica, o el hecho de que los últimos concursos internacionales de grandes instalaciones de fotovoltaica se han cerrado a un precio de la energía menor de 40$/MWh, muy inferior a los costes de la generación con combustibles fósiles o nuclear.

Si a la apuesta por las renovables le restamos el impuesto al sol y le sumamos el autoconsumo, como han hecho ya en Alemania, Italia o California –entre otros–, habremos revolucionado el mercado energético siendo más eficientes, más sostenibles y más democráticos.

No es equidistancia, es evitar trampas para elefantes

El gran hándicap a superar para todo esto es que las empresas energéticas españolas comprendan que el futuro tarde o temprano va por aquí. Por eso es difícil de entender que este sector no haya visto el nicho de negocio que se abre y se haya puesto a la cabeza de las transformaciones tecnológicas y de modelo que están llamando a la puerta. La buena noticia, sin embargo, es que se cuentan ya por decenas las pequeñas comercializadoras y cooperativas de energía que están apostando por este modelo.

Como se ve con este ejemplo, no sólo la política está en transición. Ahora bien, esa transición debe hacerse con justicia, como vienen reclamando insistentemente los sindicatos en las cumbres climáticas, ayudando a la reconversión de zonas y sectores productivos enteros para que empiecen a formar parte de la solución.

Esta vez, sí: hay alternativas, se han mostrado viables, y os las cuento para ir pensando qué pasaría en Springfield si se cerrara la central nuclear y se instalaran placas fotovoltaicas en los tejados. ¡Pobre Monty Burns!

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