Plaza Pública

¡Saquen a Cataluña del pabellón de las máscaras!

José Sanroma Aldea

Estamos ante una situación dramática, pero Puigdemont y Junts pel Sí parecen seguir en su comedia. Lo pronosticó Borrell cuando fue preguntado, hace dos días en la Ser, sobre lo que harían Puigdemont y los independentistas en la sesión del Parlament del día 10.

Y así ha sido. Comedia esperpéntica. ¡Cataluña convertida en República de chiste inseparable de Celtiberia Show! Qué pena que no viva Luis Carandell para hacernos reír en horas que no han dejado de presagiar un eventual desarrollo dramático en diferido.

El artículo 4.4 obligaba a "una sesión ordinaria para efectuar la declaración formal de independencia, concretar sus efectos e iniciar el proceso constituyente". Pero no. Al Parlament han acudido los parlamentarios no a votar, sino a escuchar al president.

Después del desastroso 1-O, este día 10 de octubre iba a ser un día histórico.

El independentismo pretendía estar escribiendo las páginas más hermosas de un heróico civismo. Habían anunciado el final feliz, dentro de los dolores normales del parto, de una larguísima historia romántica: A Cataluña –que comenzó su existencia como nación hace mil años, que sufrió una derrota cruel hace 300– le habría llegado el momento para ganar su libertad y su soberanía, declarando la independencia y dando un ejemplo de democracia y pacifismo al mundo entero.

Pero la realidad ha estropeado ese romance. En el día llamado a ser el más grande, el mascarón de proa del independentismo, la pifió. Y lo sintió en el momento . Mientras cantaba Els Segadors.

"Es difícil ser honrado con uno mismo en el país de los sueños y sobre todo, más aún, mucho más, en el Pabellón de las Máscaras", escribió J.B. Priestley.

No pueden serlo los líderes independentistas; excepto los de la CUP , que actúa sin máscaras, aunque su pretensión de revolución política y social, conducida por los herederos de Pujol, sea tan curiosa como su independentismo "sin fronteras".

Los demás  líderes independentistas del romance, en el país de los sueños, fueron pasando al pabellón de las máscaras, donde han oficiado como protagonistas de una comedia cínica. En la sesión parlamentaria de la supuesta declaración de independencia (¿quién sabe qué ha hecho Puigdemont?) se vieron convertidos en personajes de esperpento. Figurantes de aplauso y firma.

El 1-O, a puro afán de votar en un referéndum ilegal y a puro palo, había estimulado la estrategia de la tensión.

Cabalgando la engañosa imagen de una victoria simbólica, en ese desastroso 1-O, los independentistas se veían abocados a la declaración unilateral de la independencia. Sobre todo porque enaltecieron la participación de más de dos millones de personas (según sus datos) yendo a votar en un referéndum ilegal reprimido policialmente por orden judicial. Pero la DUI empujaría a su vez un desarrollo peligroso de los acontecimientos.

La ciudadanía catalana antes y durante años se había movilizado con civismo, mostrando a las claras que la democracia española tenía un grave problema en Cataluña. El independentismo crecía ante el Gobierno de Rajoy sordomudo y ciego. Eran malos años.

La democracia española no afrontaba sus problemas de legitimidad, lo que ha mermado su credibilidad.

Los líderes independentistas, con un manejo más que cuestionable de las instituciones que gobernaban, se fueron creciendo. Su fuerza más importante era la amplísima y organizada movilización social. La importante parte de la ciudadanía que les apoyaba y que les empujaba era convertida en escudo y "carne de cañón " para una aventura política. Hoy son una multitud donde puede hacer presa la desilusión y quizás la rabia.

Pero no porque el Estado español -demediado por quienes lo califican de soberano- les haya humillado en esta jornada nada gloriosa del Parlament, sino porque Puigdemont y todos los Juntos por el Sí les han defraudado.

Sí, han cometido un fraude: su Ley del Referéndum y su ley de transitoriedad han sido evidenciadas como leyes de papel y ni siquiera se molestan en explicar su incumplimiento.

Sí, un fraude: un president que ante el Parlament, en un pispás supuestamente declara la independencia (¿quién sabe qué ha hecho Puigdemont?) y la suspende. Un Tirano Banderas patético; unos parlamentarios que en lugar de votar se van a firmar a una sala un "compromiso por la República". Ritual sin fuerza, ni ley, ni legitimidad.

Si hubieran cumplido el artículo 4 de su ley del referéndum (que leyó Puigdemont en su alegato) no se les podría haber reído la gracia. Pero lo que han hecho, y por el modo en que lo han hecho, daría risa si el asunto no fuera tan grave. Pasemos por alto todo.

Intentemos descubrir la esencia de este acto de tragicomedia en que ha quedado convertida la sesión de comparecencia de Puigdemont. En mi opinión significa que Junts y el president piden una treguapresident. De muy mala manera. Tanto que incluso algunos podrán calificarla de tregua-trampa. Pero no se puede componer el tipo cuando a la fuerza ahorcan. ¡Y mira que se sabían más mirados que nunca por haber obtenido un minuto de gloria en el escenario mundial!

Una tregua pedida de mala manera y sin dar prueba alguna de que han decidido bajar del país de los sueños y salir del pabellón de las máscaras hacia la realidad. Esos lugares donde "es muy difícil ser honrado con uno mismo". El balance que hizo Puigdemont de Cataluña desde 1978 a hoy tuvo que tener en cuenta a los manifestantes del domingo día 8 en Barcelona, pero pasó como si no hubiera existido sobre el honorable Pujol que fue alguien en ese tiempo.

Rajoy puede hacer oídos sordos a esa demanda de tregua. Viene encubierta en una inconcreta oferta de diálogo y petición clara de mediaciones que el Estado no puede ni debe aceptar. Pero Rajoy también podría canalizar el diálogo incluso por la vía constitucional del artículo 155. Un procedimiento en el que manda la política y no los jueces. Un procedimiento que se puede empezar y que puede no culminarse. Un procedimiento que en su comienzo obliga a hablar por escrito al presidente de Gobierno, y que continúa hablando por escrito el president catalán. También esa hipotética utilización del 155 sería una forma de aceptar esa tregua en forma tan rara como ha sido hecha por su contraparte.

Y aquí hemos estado pendientes hoy de Puigdemont, mañana de Rajoy, dos políticos de derecha. A ninguno hay que suponerles buena voluntad, pero a los dos hay que darles ocasión a que la alcancen a la par. Aunque hoy los sepamos ciegos en un país donde abundan y les rodean políticos tuertos o miopes, que no ven más allá del cálculo electoral, un país donde los que tenían buena vista la tienen hoy cansada, dos políticos de derechas que hablan de la ley y de la democracia. Uno pretendiendo la República catalana mediante la técnica del golpe de Estado, cuyo éxito destruiría la democracia española y dañaría profundamente el proyecto integrador de la Unión Europea. El otro, desconociendo desde hace tanto la imperiosa necesidad de implicar a toda la ciudadanía española, incluida la catalana, en un proyecto de relegitimación de nuestra débil democracia.

No hay muchos motivos para el optimismo. Porque ni uno ni otro son capaces de comprender el papel que juegan "los genios invisibles de la ciudad" (así los nombró G. Ferrero ), es decir, los principios de legitimidad.

Ambos dirigen instituciones de nuestra democracia y hablan de leyes, pero ninguno ha dado muestras de estar imbuido del espíritu que alienta el principio de legitimidad democrático.

Hay motivos para empujarles a una tregua efectiva, verdadera, sin trampas, que empiece restableciendo un funcionamiento normalizado de la legalidad y de las instituciones catalanas y abra camino a soluciones pactadas.

Ojalá que el inicio de la necesaria reforma de la Constitución pudiera ser un efecto derivado también de la convulsión catalana. La política escribe recto con renglones torcidos.

Llevamos bastantes años malos, gobernados por políticos ciegos.

Podemos temer que se cumpla la profecía que versó Sánchez Ferlosio:

Pasajes excelsos: escenarios de hostilidad

Vendrán más años malosy nos harán más ciegosvendrán más años ciegosy nos harán más malos.

Pero también podemos saber que ni el pueblo español, ni el pueblo catalán, tan mezclados, tan manchados, son ciegos y malos. Aunque ahora estemos infectados de sectarismo y de nacionalismos.

Pero si –en este momento maquiavélico para la democracia española– se abriera paso la virtud cívica de muchos saldríamos del trance, incluso a pesar de que nos hayan tocado en suerte políticos tramposos. A los que consentirles trampas, disfrazadas de grandes ideales nacionalistas, nos costaría la convivencia democrática.

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