Plaza Pública

En defensa del voto político

Javier Franzé

La política no es una fiesta, ni la redención de nadie. No lo es porque su centro es la decisión y ésta no suele darse entre lo bueno y lo mejor, sino entre lo que hay. Y eso que hay muchas veces nos obliga a evitar lo peor. Lo perfecto, en política como en la vida, es enemigo de lo bueno.

Cada posición política identificará qué es lo “peor” para ella. Su peor. Una guiada por la igualdad y la democracia, si quiere ser coherente con sus valores, no debería tener otro objetivo que mejorar la vida de los socialmente más débiles. Por lo tanto, lo peor para ella será siempre lo que rebaje, dañe o cancele la igualdad conseguida, tanto económica, como política y subjetiva.

Solemos identificar una posición política con una posición ideológica. Entendemos que alguien toma partido políticamente cuando elige una ideología. Pero hay algo anterior. Una posición política, como su nombre indica, supone siempre una visión de qué es la política, para qué está, cuál es su lógica. La noción de política que tengamos afecta decisivamente la posibilidad de realización de esos valores que nos guían.

Aquí nos encontramos con una gran paradoja. La izquierda a la izquierda de la socialdemocracia posee, por una parte, una ideología hecha de valores comunitarios, anti-individualistas, que piensa lo social como una relación de fuerzas “objetivas” (“la historia es la historia de la lucha de clases”) y por ello refractaria al “voluntarismo” y al “infantilismo político”. Sin embargo, a la hora de pensar la política suele aparecer en ella un purismo, una búsqueda de lo cuasi-perfecto que impide el sacrificio individual que exige lo colectivo. Como si la política fuera, en efecto, una fiesta y no una lucha. Como si no fuera una actividad cuyos resultados impactan en terceros y sólo se tratara de mantener la pureza del alma personal. No se trata de mostrar ninguna deshonestidad en esta posición, ni de buscar culpas, en absoluto. Sino simplemente de señalar una contradicción y sus consecuencias prácticas.

La derrota de Carmena en Madrid se ha debido en parte a la abstención de la izquierda y al voto a una candidatura (Madrid en Pie) que, de antemano, se sabía que no iba a alcanzar el 5% del voto para ser efectiva en el resultado. Los argumentos que dan quienes eligieron alguna de esas opciones son parecidos. Los que votaron a MeP afirman que de todos modos no hubieran votado a Carmena en ningún caso porque su gobierno no fue de izquierda. También sostienen que en cualquier caso los votos de MeP sumados a los de Más Madrid (MM) no alcanzaban para ganar. Los que se abstuvieron aducen razones similares.

Aquí se pone de manifiesto la paradoja que señalaba antes. Y con agravantes. De antemano se sabía que la alternativa a la derrota de Carmena era la peor derecha en décadas (PP y Ciudadanos peleando por el espacio de extrema derecha que marca Vox). ¿Cómo puede ser que esa troika que la propia izquierda llama “trifachito” no haya sido vista como la peor alternativa por una tradición que, además, ha hecho del antifascismo una de sus banderas? ¿Cómo puede ser que no resulte el mal mayor el co-gobierno de un partido que quiere armar a los particulares, mandar a los gays a la Casa de Campo y derogar la ley de violencia de género?

Desde una posición de izquierda, no hay ninguna política pública de MM que pueda resultar peor que lo que representa esta derecha española actual, guiada por la agenda de Vox. En este sentido, no vale el argumento de que los votos a MeP no sumaban para ganar, porque al afirmar que no hubieran votado a MM en ningún caso muestran —como los abstencionistas— su indiferencia ante el triunfo de Vox.

El voto útil no equivale a apoyar aquello que se votaapoyar. De hecho, en Madrid ese voto podía ir a más de una formación y en la Comunidad a tres porque se sabía que éstas alcanzarían el 5% de votos. Es decir que para frenar a la derecha no había siquiera que apoyar a MM. La división de la izquierda no restó posibilidades, sino todo lo contrario. Por lo tanto, la crítica no es al voto a MeP, sino que sería la misma a cualquier candidato o partido en su situación.

El acto de votar está dotado de una mística que hay que revisar. El voto no es un acto individual ni un fin en sí. Es un medio colectivo para alcanzar un fin. Lo que nos representa a la hora de votar es el resultado, las consecuencias de ese acto, no el sufragio en sí. Cuando votamos, nos asociamos sin saberlo con miles de personas que desconocemos. No sabemos si pagan impuestos, si maltratan a sus hijos o parejas, si son xenófobos, machistas, racistas, etc. Sólo hacemos una gran alianza política para alcanzar unos fines. Así se construye una voluntad política.

Reconocer la situación en que se vota no supone legitimarla. Al votar nos encontramos con una relación de fuerzas dada, que se buscó cambiar hasta la víspera, pero que cualquiera que interprete la realidad en términos de fuerzas en lucha sabe que en un momento preciso es la que es. Y sabe que al día siguiente puede seguir luchando por cambiarla.

Cuando vemos el voto como fin en sí, cuando nos preocupamos de cuánto nos representa la papeleta que elegimos y no el resultadonos que producirá, o cuando apelamos exclusivamente a nuestra conciencia o principios, en realidad nos acercamos al individuo consumidor, exigente con el prójimo y emprendedor de causas privadas egoístas que el neoliberalismo ha colocado como modelo. Convertimos “lo peor” en el daño a nuestro narcisismo.

El voto útil es político porque piensa en los demás antes que en uno, porque —sobre todo para la izquierda— sabe que tiene que luchar desde posiciones minoritarias y por eso suma con todos aquellos que quieran unirse, porque piensa en las consecuencias sin perder las convicciones. La convicción el domingo era parar a la extrema derecha que ha salido rabiosa de sus lugares de privilegio para frenar a un país que no soporta por las cosas buenas que tiene. Cosas que la izquierda no puede arrojar con el agua sucia, sino profundizar más y más. ____________________________________

Javier Franzé es profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid

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