Plaza Pública

Mientras dure la guerra

Ramiro Feijoo

¿Quieren oír primero la buena noticia o la mala? Decidiré yo: la buena es que la película de Amenábar, Mientras dure la guerra, no ha levantado el revuelo que era de esperar y que el que ha levantado, olvidando a algunos exaltados energúmenos que para mí cuentan poco, ha sido relativamente suave. La mala, que las críticas a derecha y a izquierda siguen evidenciando que, como en gran parte sostiene esta obra y a la vista está con la exhumación de Franco, una parte de la guerra todavía no ha terminado.

La derecha sigue con su crítica soft, esto es, no meterse en berenjenales ideológicos, abstenerse totalmente de abordar críticamente la gestión de Franco, mirar hacia otro lado con sus crímenes, y decir "esto no va conmigo". Con la película ha pasado algo parecido. La crítica más representativa en mi opinión se publicó en Abc con el título de "18 errores históricos de Mientras dure la guerra" en la que se afirma  que "la ligereza con la que el director aborda el fin de la República y el golpe militar (...) vicia la historia e incurre en mitos claros y recurrentes". La deslegitimación del mensaje de la obra por la vía de su infidelidad a la historia.

Por el contrario, la obra es extraordinariamente fiel a la historia. Como teórico experto en la época, cuando se me ha preguntado, he expresado que los supuestos errores son detalles insustanciales que no atentan contra una verdad histórica superior a la que el autor se ciñe con firmeza. Es lo que Vargas Llosa llamó la "verdad de las mentiras", es decir, la utilización de pequeños recursos ficticios para transmitir al lector u observador un sentimiento o un conocimiento que compensa sobradamente las inexactitudes factuales. Que Unamuno se fuera del Paraninfo en coche o andando, que llegara al Café Novelty o a su casa, que la bandera española fuera izada antes o después, que el todavía rector se sentara en un lugar o en otro de la mesa son minucias a las que no debemos dar importancia, porque Amenábar (que además sabe de algunas de estas, según ha reconocido) cuenta algo mucho más importante y a lo que se atiene firme, algo tan incómodo que parte de la derecha todavía no quiere verlo y que no tiene más remedio que ignorar o impugnar indirectamente, sin entrar al trapo. El soft way del que hablo, ese que llevamos padeciendo desde la Transición.

¿Qué cuenta Amenábar en términos históricos? Cuenta el trayecto político y personal de Unamuno en los tres meses que van desde el 18 de julio hasta el 12 de octubre, desde su apoyo al golpe de Estado por creer que iba a ser algo similar a los golpes anteriores hasta encontrarse con algo totalmente diferente. Su referencia concreta seguramente fue la dictadura de Primo de Rivera, que seguía el espíritu de poner orden en el rebaño descarriado con un recorte drástico de libertades, mano dura, alguna ley de fugas y yo no he visto nada. Y cuando se apacigüe la grey, volvamos a la vida normal.

Pero Unamuno se da cuenta poco a poco, aunque no quiera reconocer que se ha equivocado y admitir, por tanto, su papel en esa carnicería, que lo que traían en la cabeza esos militares era algo de naturaleza incomparable. No se trataba sólo de una cuestión de fiereza o brutalidad, sino que la ultraderecha catastrofista de la II República llevaba ya varios años hablando del "error Primo", es decir, que no bastaba con un golpe en la mesa, sino que era necesario limpiar y expurgar hasta la raíz al país de todos sus males. ¿Y cuál era el principal? No, el mal no eran los rojos. El mal último era el liberalismo como forma política y de pensar, pues consideraban, por la teoría del plano inclinado, que la mera legalización de los partidos políticos (en su visión, facciones enfrentadas de españoles), la apertura al libre juicio y la más mínima desviación de la verdad absoluta conducía a la postre al caos. Que en España el liberalismo llevara asentado, mal que bien, desde 1812, les hizo plenamente conscientes de la magnitud y severidad que debía aplicarse para conseguir el objetivo (algunos situaron la desviación de la verdadera España incluso en los Borbones, cuyo legado también debía ser reducido a escombros, no digo más).

Esto implicaba primero la eliminación física de los elementos más peligrosos. Los que creen realmente que Franco se desvió a Toledo para alargar la guerra y poder matar más rojos hablan abiertamente de genocidio. Los que dudamos de esta motivación al menos tenemos claro que se "expurgaron" a decenas de miles de españoles que se consideraban nocivos, infectados, de una manera a menudo arbitraria y siempre sin rastro de juicio justo. A otros se les dejó morir en campos de concentración. La excusa de la lógica de guerra o de defensa no nos debe confundir con la lógica última de sus acciones, expresada en múltiples escritos y declaraciones, de higiene social.

¿Y a la otra mitad de españoles que no habían huido o no habían sido eliminados? Al resto habría que "reeducarles" mediante la misa, la propaganda y la enseñanza nacional-católica. Por eso precisamente uno de los colectivos más afectados por las purgas fueron los profesores liberales que habían osado fomentar el músculo crítico de los niños.

Casto Prieto, el alcalde de Salamanca, Atilano Coco, el cura protestante, incluso Salvador Vila, el joven catedrático y rector interino de la Universidad de Granada, amigos personales de Unamuno, también creyeron que aquello iba de algo parecido al golpe de Primo. Y su error de previsión no lo pudieron contar. Aquello iba de fascismo o al menos (porque el término es controvertido y soy de los que lo aplicaría sólo a Italia y Alemania), de una revolución reaccionaria que, aunque fuera desde arriba, tenía en común con otras revoluciones contemporáneas el pretender extirpar radicalmente y para siempre un tumor histórico que, en este caso y en su opinión, había estado a punto de provocar la muerte de España. Este tumor maligno se llamaba liberalismo.

En cambio, Unamuno sí pudo darse cuenta. Este es el camino que maravillosamente narra Luciano Egido (probable fuente primera de la película) y el propio Amenábar. Un camino que el escritor hizo en tres meses pero que gran parte de la derecha en España no ha sabido o querido hacer en 80 años. No, no se trató de un somero golpe de orden contra el comunismo, se trató de una voluntad de limpieza a fondo de todo lo que se consideraba la anti-España, un cuadro amplio que no sólo incluía a los comunistas y anarquistas, sino también a los demócratas, católicos no practicantes, ateos, judíos o masones. Literal.

No es mi objetivo criticar nuestra Transición, que se hizo como se pudo en un contexto difícil y realmente peligroso, pero a ella le debemos la responsabilidad de haber pasado de puntillas sobre temas espinosos, de no haber hecho el esfuerzo de consensuar un relato veraz de lo sucedido y en última instancia de no haber deslegitimado desde arriba la existencia de alternativas como Vox. Mucha gente, literalmente, no conoce lo que sucedió. Otros no quieren saberlo. Por eso siguen levantando ampollas actos tan obvios y necesarios como exhumar al mayor responsable de lo que ocurrió y quitarle el puesto de honor del que disfrutó hasta hace unos pocos días. Porque asesinó a decenas de miles de españoles no sólo comunistas (fueron los menos) sino a muchos otros que, como Casto Prieto, eran simples demócratas progresistas. Porque pretendió erradicar las bases del Estado en el que hoy nos basamos. Porque hizo que durara la guerra contra un supuesto enemigo comunista hasta el año 1975. Porque todavía es responsable de gran parte de nuestras divisiones. ____________________

Ramiro Feijoo es autor de 'El quinto hombre, una corte de los milagros en la Salamanca de 1936'.

Más sobre este tema
stats