Plaza Pública

Galdós y la mezquindad

La lucidez crítica de Luis Cernuda dedicó a Galdós uno de los ensayos más inteligentes que se hayan escrito sobre su obra, y allí se lee que sus verdaderos lectores aún no han nacido, y que tal vez no aparecerán nunca. La celebración del centenario galdosiano parece una buena ocasión para conjurar la incomprensión que lo persiguió siempre, porque su portentoso don para la escritura y su humanismo le hicieron merecer una legión de lectores, pero su conciencia crítica y su acusación de una sociedad inmovilista lo hicieron víctima de los poderes de turno: fue sometido a una mezquina campaña de desprestigio que hasta logró que le negaran el merecidísimo Nobel –en la historia de las letras hispánicas son Galdós y Borges las ausencias más flagrantes de un premio que les fue usurpado a ambos por distintas razones políticas—. Luego, la larga noche franquista hizo el resto.

En estos días Javier Cercas ha dedicado una entrega de su columna “Palos de ciego” a poner en tela de juicio el legado de Galdós, y lo hace de un modo desconcertante. Lo contrasta con el Quijote, por ejemplo, como si esa inmensidad narrativa que es Galdós tuviera que tener siempre la misma altura. O como si Cervantes no fuera también autor de obras menos trascendentes, como La Galatea. Pero además Cercas dice que las obras galdosianas son pedagógicas, y redundantes, porque “lo que ellas enseñan ya lo enseñan los libros de historia”, y lo ve como culpable del “realismo didáctico” de cierta literatura de hoy. Aparte de la falta de perspectiva —histórica y literaria— del articulista, que no ve a Galdós como hijo de su siglo —como Cervantes o Garcilaso lo fueran del suyo—, parece que no cuenta con que muchos lectores no solo hemos leído a Galdós, sino también al propio Cercas. Y que podemos detectar cuánto puede haber de didactismo en obras que incluyen obsesivas explicaciones y justificaciones de alguien que no lleva bien el pasado franquista de su familia. ¿Es esa la “objetividad”, “imparcialidad” y “neutralidad” que según el autor “constituye uno de los pilares de la novela moderna”? Por supuesto, esto no es una crítica a esa actitud literaria, ni tampoco a ese pasado suyo: es muy legítimo que la escritura sea un exorcismo de cualquier demonio interior, y que se piense distinto que Galdós. Lo que llama la atención son las contradicciones en que incurre el autor, porque cuestiona lo que él mismo hace. En cuanto a la vocación histórica mencionada, la verdad es que hay tantas páginas en El monarca de las sombras contando batallas que ya cuentan los libros de historia, que tampoco se entiende la reflexión, así que la primera conclusión ante el artículo es que el nombre de su columna, “Palos de ciego”, resulta coherente.

Por otra parte, intentar comentar esos ataques no tiene mucho sentido, porque ya lo adelantó todo Cernuda, lúcido y profético como Galdós. Decía el poeta sevillano que la honestidad y discreción galdosiana “le impidió utilizar su obra para hablar de sí y hacer en ella su propio reclamo, como lo han hecho hasta la náusea las gentes del 98”. Algunos autores actuales también lo hacen, y de ahí la pregunta de Constantino Bértolo en El sentido del rencor: “¿por qué ahora al vender morbo lo llaman autoficción?”. No abundaré sobre los pasajes de Soldados de Salamina dedicados a Roberto Bolaño, ya entonces premiado con el Herralde, donde Cercas hace decir al escritor chileno cuánto le gustan sus libros —a Bolaño, por cierto, este uso de su persona no le gustó nada—. Tampoco abundaré sobre los pasajes que, en El monarca de las sombras, insisten en hablar de Trueba y su divorcio de una conocida actriz. Sin embargo el morbo y el mercado parecen mandar más que otros valores. Pero sigamos con Cernuda: nos dice que el genio y la inventiva de Galdós tienen la estatura de Cervantes, y nos habla también de su consideración de la intolerancia y la ignorancia como problema nacional, y de que su obra no ha envejecido, como sí lo han hecho Balzac y Dickens, porque no resulta folletinesco ni sentimental, y concluye: “con Dostoiewsky, acaso sea otro de los novelistas del siglo pasado cuya obra se conserve hoy enteramente viva”. Es decir, dice Cernuda lo contrario que Cercas, pero lo argumenta con su lectura. Enaltece a los personajes quijotescos y visionarios del autor canario, porque es esa locura la que hace marchar al mundo, y cuestiona las críticas al estilo galdosiano, porque, nos dice, don Benito introduce en nuestra narrativa el habla viva con toda su verdad, y anticipa lo que después se llamará “monólogo interior”. La síntesis de toda la valoración cernudiana está en esos conocidos versos donde retrata a Galdós como "tolerante de lealtad contraria, / según la tradición generosa de Cervantes”. Eso que tanto nos falta todavía. Esa nobleza y generosidad cuya carencia se llama, según nuestro diccionario, mezquindad.

De la inquina contra Galdós por parte de cierta España ya han hablado muchos. De la inquina y envidia de la generación del 98 se ha hablado menos. Por supuesto, el parricidio literario es ley del relevo generacional, pero hay mucho más. Galdós recuperó el lenguaje popular con toda su poesía, viveza y musicalidad, y lo opuso al envaramiento que aún hoy aqueja a muchos de nuestros narradores, empeñados en no atender lo que se hace fuera de nuestras fronteras. Entonces se le llamó vulgar, su propuesta resultaba incómoda, como la opuesta, la de los modernistas hispanoamericanos: en una España encerrada en sus murallas de siempre no podía aceptarse que la literatura hispánica de ultramar —que empieza en Canarias, la tierra de Galdós— viniera a enseñarle nuevos caminos. Extrapolemos la problemática a la actitud hacia esos otros ultramarinos. En España vivió durante años Rubén Darío, de casta cervantina también, y el trato altanero que se le dedicó fue el mismo. Galdós, que hablaba varios idiomas y estaba informado de lo que pasaba en el mundo, venía de unas islas lejanas que eran una encrucijada de culturas y gentes, un lugar por donde circulaban los libros y las ideas, y a donde se enviaba exiliados a los heterodoxos desde mucho antes de que Primo de Rivera desterrara en Fuerteventura a Unamuno. Y de allí viene su mirada atlántica, cosmopolita, excéntrica, distinta y necesaria. Darío venía de las antiguas colonias de ultramar, y el desprecio y la arrogancia nacional no alcanzaron límites con él. En esos años de la crisis del 98, entregó a nuestro país versos y prosas inolvidables y pidió el regreso de la divina locura quijotesca, porque los ideales son necesarios para el progreso de los pueblos. Criticó además en sus artículos el desinterés español por todo lo extranjero, junto con el dogmatismo, la ortodoxia, la influencia clerical en la enseñanza o el inmovilismo de la lengua. Unamuno, que al principio defendió la sensatez de Alonso Quijano, se situará en la estela de Darío, que es también la de José Martí, por el mestizaje y frente al casticismo. De resto, el resentimiento hacia Darío se impone: Clarín, malintencionado, habla de su “nota cursi, del mal francés”; Salvador Rueda lo llama “mulato de oído sedoso”; Baroja —ese mismo que cuestiona a Galdós— dice que Darío tiene buena pluma porque “es indio”. Por fortuna después Valle-Inclán —que admiró a Galdós más allá de la puntual anécdota garbancera—, los hermanos Machado y Juan Ramón Jiménez, entre otros, nombran a Darío como gran maestro y es un clásico reconocido universalmente. Todo esto, para ejemplificar la arrogancia de una España que ha tendido a ignorar o despreciar su vertiente atlántica.

En cuanto a Galdós, ha tenido igualmente formidables valedores, como el propio Cernuda, o Max Aub, o Luis Buñuel, y aunque haya quienes le siguen negando el pan y la sal, es uno de nuestros clásicos irrenunciables. Ocurre que es verdad que Galdós nos habla todavía, como dijo ya Cernuda en 1954. Es sobrecogedora su actualidad, como lo es la de Cervantes. Y ni Cervantes ni Galdós tienen la culpa de que buena parte de nuestra novelística permanezca en ese tedioso tradicionalismo que cuestiona Cercas. “Cuando oigo decir que una novela es cervantina salgo huyendo”, ha escrito Bértolo. El problema, por tanto, es otro.

______________________

Selena Millares es escritora y catedrática de Literatura Hispanoamericana en la UAM.Selena Millares

Más sobre este tema
stats