Plaza Pública

La pandemia: vida, política y filosofía

La activista Greta Thunberg en una manifestación contra el cambio climático

José Luis San Miguel de Pablos

Reflexiones generales

La actual pandemia ha puesto de relieve, ante todo, nuestra fragilidad. Biológica, del modelo socioeconómico imperante y, en último extremo, civilizatoria. Asimismo ha evidenciado que ni dominamos la naturaleza ni somos más fuertes que ella. Esto afecta evidentemente al capitalismo, con su delirio de acumulación y crecimiento ilimitados, y con su catastrófica relación con el medio ambiente, pero no solo. También a las raíces filosóficas y religiosas de la “civilización occidental”, al tecno-cientificismo que anticipó Francis Bacon basándose en el célebre “sojuzgarás la Tierra” del primer capítulo del Génesis. Como si de un boomerag o un karma colectivo se tratara, numerosos eco-biólogos y epidemiólogos advierten que hemos entrado en una “era de las pandemias” estrechamente relacionada con el cambio climático en marcha, cuya causa es la destrucción de los hábitats de un número enorme de especies, lo que, unido al comercio de animales salvajes, nos pone en contacto con los virus de los que son portadoras algunas de tales especies, y ante los que carecemos de defensas.

Pero al mismo tiempo ha revelado que, frente al pesimismo distópico predominante y atizado por los medios, existe una gran sed de utopía procedente de la evidencia de que “el sistema” y el caos global que provoca tiene muchísimo que ver con la eclosión de esta calamidad global y hace temer que no tarden en llegar otras de una gravedad aún mayor. Ciertamente la búsqueda de una nueva perspectiva utópica, en el sentido más noble del término, está oscurecida por el desconcierto y el abatimiento que producen el crecimiento vertiginoso de la actual segunda ola de la pandemia, y quizás también por la fuerza que todavía mantienen concepciones y modelos fallidos entre las minorías que podrían –y deberían– generar visiones y alternativas liberadoras nuevas, a la altura del desafío que afronta la humanidad y que esta pandemia no hace sino poner todavía más de manifiesto. Casualmente ha llegado justo después de que Greta Thunberg proclamara que “nuestra casa está ardiendo”.

Subrayando todo lo anterior, llama poderosamente la atención el espectáculo que durante el primer confinamiento desplegó ante nosotros una naturaleza no domesticada que demostró tener una extraordinaria capacidad de regeneración. Vino a ser un recordatorio de lo que podría suponer para el planeta y para nosotros mismos hacer las paces con ella. Durante el breve período de remisión de la pandemia, se intentó regresar tanto al estilo de vida anterior como al funcionamiento as usual de la economía, pero no ha sido posible y cabe sospechar que no es solo por el repunte de los contagios, sino porque algo puede haber cambiado de modo irreversible.

Algunas lecciones prácticas

Tal vez la primera y principal sea que la situación nos está pidiendo potenciar nuestra imaginación creativa. “Estamos soñando poco” es un meme reciente que da que pensar. Las recetas acostumbradas no sirven frente a una crisis como esta que quizás ni siquiera sea exactamente una crisis, que por esencia es algo pasajero, sino el primer episodio global de una época que sabíamos que llegaría: la de las gravísimas consecuencias del cambio climático. Se habla, efectivamente, de una “era de las pandemias” en línea de lo que ya anticipó Isabelle Stengers hace más de diez años (Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient. 2009).

Es evidente por tanto que lo ecológico pasa a primer plano y que es preciso pensarlo tanto global como localmente. Esto se entiende con bastante claridad en numerosos países de Europa. En España ya sabemos que esto cuesta más, pero la pandemia abre una oportunidad de comprensión y merece la pena tratar de aprovecharla. Me he referido a Stengers, cofirmante, como se recordará, de La nueva alianza, con Prigogine; pero además en el ensayo citado esta filósofa conecta con Lovelock, Margulis y su concepción de Gaia que a estas alturas ya resulta ineludible. Gaia no solo es una teoría cada vez más difundida y aceptada, sino también un puente entre ciencia y espiritualidad, a la vez que un hecho cultural y sociológico que pone de manifiesto la necesidad de abrirse a un realismo postmaterialista y a una racionalidad ampliada no coincidente con el racionalismo.

Entender las prioridades es importante siempre, pero más en las actuales circunstancias. Ciertamente las problemáticas se acumulan, ninguna se ha esfumado ni ha perdido importancia, y los diferentes colectivos agraviados siguen estando ahí y cada uno de ellos clama que “lo suyo es lo más importante”, pero una gran enseñanza de la pandemia es que hay una escala de lo importante. Es muy difícil, y seguramente indeseable resimplificar el largo catálogo de temas sectoriales pendientes como algunos pretenden, pero no se trata de eso sino de priorizar, y creo que tal cosa es absolutamente imprescindible y exige de nosotros la capacidad de mirar de frente la realidad, la que ya está aquí y la que se nos viene encima. Los árboles del divisionismo reivindicativo no deben impedir reconocer el incendio del bosque.

Estamos siendo testigos de lo que puede ser el comienzo de una escalada de protestas caóticas y violentas contra los confinamientos y las demás medidas sanitarias. Detrás están la extrema derecha local, el trumpismo (que no va a cesar aunque pierda Trump), seguidos por una cohorte de folloneros duros y delincuentes comunes. Pero hay –y sobre todo puede llegar a haber– mucho más que eso, porque no solo está el hartazgo comprensible de la gente sino toda una serie de temores y sospechas razonables difíciles de eludir: que se nos acostumbre –y nos acostumbremos– a vivir bajo un férreo control permanente “a la china”, que el estilo de vida que podríamos llamar meridional (basado en el contacto directo, la red de la familia y los amigos íntimos, la proximidad comunicacional...) que, claramente, obstaculizaba la plena implantación de la moral neoliberal, desaparezca y quede relegado al olvido, que la hipertecnologización omnipresente acabe por devorar de manera irreversible las manifestaciones más básicas de la vida y la comunicación humana. Todo esto ya estaba presente anteriormente en buena medida, pero la dureza (necesaria seguramente) de las medidas sanitarias le están dando un acelerón que nos hace ver con mayor claridad adónde nos dirigimos, y es lógico que surja una reacción, en sentido no político sino casi físico. De hecho, en una parte nada desdeñable del movimiento ecologista esa reacción está cobrando cada vez más fuerza, y lo considero normal.

Releyendo a Manuel Azaña y Miguel Hernández

Releyendo a Manuel Azaña y Miguel Hernández

Al nivel de la política concreta, encontrarnos inmersos en una pandemia como la actual hace mucho más imperativo aún aislar los discursos de odio y guerracivilismo. No hay que responderles, lo que hay que hacer es recuperar la razón, la templanza y el sentido común en los debates parlamentarios y mediáticos, sin abandonar jamás el tono de normalidad. Los cargos institucionales progresistas deben huir como de la peste del estilo confrontativo y hablar con naturalidad y sencillez. Es este un gran legado de Manuela Carmena.

Y evidentemente –last but not least– la pandemia ha traído el retorno en fuerza de lo público, por grandes que sean las resistencias. Podemos encontrarnos ante la caída de la globalización neoliberal, y aparecen síntomas en la escena internacional de que la hegemonía del neoliberalismo se empieza a debilitar: Bolivia y su posible efecto de desbloqueo a escala regional, el giro neokeynesiano de la UE, incluso –con todos los peros que se quiera– la consolidación del gobierno de coalición en España y de la socialdemocracia portuguesa. Clausurado el poder trumpista en América el panorama se despeja un poco más, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que la vuelta al primer plano de la conciencia ecológica es clave. Ecosocialismo, ecofeminismo y... espiritualidad gaiana, porque es una gran verdad que “todo está estrechamente relacionado”, que la realidad universal es más holística que mecánica y que nuestro planeta constituye una unidad de orden superior, de semblante orgánico, que nos incluye. Me atrevo a poner en tela de juicio que determinadas filosofías que tradicionalmente han sido muy valoradas por la izquierda política y que niegan, de hecho, lo anterior en nombre de una idea de la razón científica excesivamente estrecha –y seguramente envejecida– sean consecuentes con una perspectiva de liberación colectiva y eco-planetaria.

* José Luis San Miguel de Pablos es doctor en Filosofía. José Luis San Miguel de Pablos

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