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China, del opio al petróleo

Un hombre camina por Wuhan, decorado por el Año Nuevo Chino.

Albino Prada

China en el pasado: nada que comprar

Hasta el siglo XV las economías asiáticas eran las mayores –y de mayor productividad– del mundo. Y aún entre 1700 y 1770 China tenía mucho que vender a Europa, pero Europa poco que vender a aquel país. En contraste, los chinos serán ininterrumpidamente exportadores de productos de lujo (sedas, cerámicas, etc) hasta ese mismo momento.

Lo que explicaría que los europeos no encontrasen nada con que comerciar con ellos hasta conseguir hacerlos dependientes del opio a finales del siglo XIX. Por aquella época los escoceses tenían en Cantón un auténtico narcoestado, en expresión de Niall Ferguson, luego trasladado a Hong-Kong.

Ian Morris relata de forma irónica –e invertida– lo que llegaría a conocerse como guerra del opio, para que el lector occidental se pueda hacer una idea del procedimiento empleado con China por la Compañía Británica de las Indias Occidentales. Cambia en su imaginario relato este país por Estados Unidos y el Reino Unido por México:

“No fue el mejor momento del Imperio británico. Las analogías contemporáneas nunca son precisas, pero lo que ocurrió fue más o menos como si después de que la agencia de lucha antidroga de Estados Unidos, la DEA, hubiera logrado capturar un alijo enorme de drogas, el cartel de Tijuana presionara al gobierno mexicano para que enviara el ejército hasta San Diego para exigirle a la Casa Blanca que reembolsase a los cabecillas de los carteles de la droga el valor de mercado de la cocaína confiscada (más intereses y gastos de envío), y también que se hiciera cargo de los costes de la expedición militar. Imaginemos, también, que mientras pasaba por ahí, una flota mexicana se hiciera con la isla de Catalina y la convirtiera en base de sus futuras operaciones, amenazando con bloquear Washington hasta que el Congreso aceptara entregar el monopolio del tráfico de drogas de Los Ángeles, Chicago y Nueva York a los cabecillas de Tijuana”

 

China ahora: comprador compulsivo

Pasaron los siglos y mientras en 1970 China aún era autosuficiente en sus necesidades de petróleo, en 2004 ya necesitaba importar la mitad de su consumo. Pero a la altura del año 2015 su dependencia del petróleo importado superaba los dos tercios (el 71%), y sigue siendo creciente pues se estima que en 2020 se alcanzaron los 542 millones de toneladas (Reuters), cifra que iguala el consumo de petróleo de China de cinco años antes. Importaciones y consumos vinculados a sus necesidades industriales y de transporte en parte asociadas a las inversiones y mercados de multinacionales extranjeras. Pues se estima que hasta el 48% de sus emisiones de CO2 tienen que ver con las exportaciones que estas empresas realizan desde China (Andreas Malm 520: 2020).

Fuente: elaboración propia con datos de Tabla 9-4 enChina Statistical Yearbook-2017 (stats.gov.cn) y Reuters

Estas importaciones se realizan desde países como: Arabia, Nigeria, Kenia, Rusia, Ecuador, Perú, Canadá, Zambia, Angola, Sudáfrica, Zimbabwe o Irán. Para conseguir esta cartera de proveedores China estaría exportando armamento a países que le suministran petróleo pero que no respetan los derechos humanos según Amnistía Internacional.

Una diversificación de proveedores (Irán, África o América Latina) que también reclama una diversificación de rutas de suministro (evitando Malaca, Ormuz o Suez) para evitar el riesgo de un colapso económico. Alternativa a Malaca sería el oleoducto y gasoducto entre Myanmar y Yunnan. En este punto China tendría más que perder que EEUU en un escenario global de guerra comercial generalizada con ruptura de los mercados.

En este contexto el proyecto Ruta de la Seda bien podría denominarse Ruta del Petróleo ya que conecta un conjunto de países que cuentan nada menos que con el 75% de las reservas mundiales de petróleo.

No obstante un síntoma complementario de la insostenibilidad e inviabilidad de este recurso energético (también alimentario y de materias primas) para una economía China en crecimiento constante, es el hecho de que a pesar de esas importaciones galopantes de petróleo la aportación de esta fuente energética al consumo nacional de China se mantuvo estable en una quinta parte del total entre 1996-2016. Continúa siendo aún más determinante, y no menos contaminante, el consumo de carbón. Un recurso en el que China entre 2005-2015 habría multiplicado por diez sus importaciones hasta 204 millones de toneladas.

Pero, aun así, China es ya –hoy por hoy– el mayor importador de petróleo a escala mundial. Desbancando a Estados Unidos en este dudoso pódium y contando cada vez más en la agenda de negocios de la OPEP.

Como bien concluye Ian Morris en un muy extenso ensayo histórico, la ampliación a Asia del modelo de producción y consumo occidental choca inexcusablemente con serios límites: “no hay bastante petróleo, carbón, gas y uranio en el mundo para que miles de millones de personas consuman esos millones de calorías diarias”.

Además de ser insostenible a escala planetaria, se convierte en materialmente imposible clonar a la escala de China lo que sí fue posible para el ascenso industrialista y globalizador de japoneses o coreanos. Debido, sencillamente, a una cuestión de escala.

Pero no nos hagamos trampas al solitario. Cierto es que China no puede replicar el modelo de despilfarro de los países capitalistas más ricos, pero estos no pueden continuar presumiendo de su arbitrario privilegio exorbitante de ser los únicos que pueden consumir energías primarias por encima de sus biocapacidades y de sus recursos no renovables.

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Porque actuando así, allí y aquí (bajo la batuta de las empresas globales), el actual ritmo de emisiones de carbono asociado a esos consumos, provocará para el año 2060 un aumento de temperaturas incompatible con que los humanos conservemos algún tipo de civilización.

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Albino Prada es miembro de ECOBAS y del Consejo Científico de Attac España. También es autor del ensayo “El regreso de China, ¿Chimérica o Telón Digital?” que próximamente editará Mundiediciones

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