Plaza Pública

La quimera de la reforma Constitucional en un clima populista

El presidente del Gobierno Adolfo Suárez y el entonces secretario general del PSOE, Felipe González.

Gaspar Llamazares

Hace tiempo que la reforma constitucional es necesaria. La Constitución del 78 es una constitución aún joven, que sin embargo ha mostrado ya desde hace tiempo algunas de sus carencias, agravadas con la aceleración del cambio histórico en la sociedad del siglo XXI en el paso de la biopolítica a la psicopolítica. Entre tanto, las constituciones de nuestro entorno han tenido decenas de reformas de carácter modernizador o técnico, mientras nosotros hemos podido abordar tan solo dos y ambas a impulso de la UE, una de ellas técnica y otra regresiva. Es verdad también que estas reformas constitucionales se han visto en buena parte paralizadas durante la actual década populista.

Entre las principales modificaciones necesarias, estaría de un lado dar carácter constitucional y vinculante a los derechos sociales, de género y ambientales que tan solo pudieron ser apuntados en el texto actual, junto a la incorporación de los nuevos derechos y garantías ante los retos tecnológicos, las redes sociales y el control de los algoritmos, así como integrar en el texto al menos los cambios habidos en el desarrollo federal tanto español como europeo.

La reforma permitiría también superar los tabúes y los vetos de la Transición, rescoldos de la dictadura, como son aquellos relativos a la memoria democrática, al papel del ejército o las relaciones con la iglesia católica...

El problema fundamental es que estas materias no parece que, al menos hasta ahora, hayan formado o formen parte de las preocupaciones de la vieja y tampoco de la nueva derecha, y mucho menos aún lo que significa tocar siquiera de refilón los pilares de la Constitución, como son asuntos como la soberanía, la unidad nacional, la forma monárquica o el modelo de Estado autonómico, como por contra sí lo podrían ser para los independentistas, los nacionalistas y en distinto grado para una parte de la izquierda. Deberíamos ser conscientes de que, sin unas bases mínimas compartidas, no hay reforma posible.

Además, hemos retrocedido tanto que la cuestión previa hoy, incluso para empezar a hablar, es quiénes son o no son CONSTITUCIONALISTAS según dicte el grado de patrimonialización o de sectarismo por parte de la derecha, o bien DEMÓCRATAS según su contraparte independentista.

Incluso los hay, como la extrema derecha, que añoran la vuelta del modelo centralista y autoritario. Su constitución de hecho sería la distopía de una monarquía absoluta, al estilo del reino de Marruecos, como parte de la reinterpretación de una norma que sería neoliberal en lo económico, de derechos negativos como los del código penal y aislacionista frente a Europa.

De todas formas, que la reforma constitucional sea necesaria no quiere decir que hoy por hoy sea posible. Sobre todo, en esta década populista de la solución simple ante lo complejo, de lo inmediato, de la imposición frente al diálogo, el trato a los adversarios como enemigos, el decisionismo y el personalismo.

En la Transición prevaleció la lógica de consenso, basada en el espanto de la guerra y la dictadura, la expectativa de la modernización económica y la convivencia política en el contexto europeo y lo que se llamó una correlación de debilidades, más que de fuerzas. A este periodo le sucedió la lógica del bipartidismo imperfecto, y con ella el desarrollo del contenido social y territorial de la Constitución y de las reformas para la integración europea. Todo ello ha culminado en una etapa de polarización política extrema, paso previo a la aparición en escena de la tercera etapa que podríamos denominar de la lógica populista, acotada entre la indignación, la impugnación de la Transición y el fin del bipartidismo, sustituido en el momento actual por el frentismo y el bloqueo de cualquier reforma transversal.

Por eso hoy prima más la POLARIZACIÓN social y política que la colaboración, se cuestionan el CONSENSO y las BASES de la Constitución, y sobre todo el clima político es de DESCONFIANZA. Por eso hoy nos encontramos bloqueados entre los VETOS de la derecha y las HUIDAS hacia adelante de una parte de los nacionalistas.

Todo ello en un clima de posiciones polarizadas, propuestas de reforma como programas políticos, sin contar con las mayorías necesarias, y sobre todo relatos de procesos CONSTITUYENTES O DESTITUYENTES de los pilares de la Constitución, hoy inviables como los que afectan a la forma y al modelo de Estado, agitados como si de un programa electoral de partido se tratase. A todo ello se añade el FRACCIONAMIENTO de la representación parlamentaria, tanto la actual como la previsible a corto plazo, que dificultan aún más el logro de las mayorías cualificadas requeridas para la reforma.

En resumen, sobran informes de reputados constitucionalistas sobre la reforma, pero faltan las bases mínimas del RECONOCIMIENTO MUTUO, la confianza y en definitiva de diálogo político para la tarea de la reforma constitucional.

En todo caso, lo primero es darle una oportunidad al DIÁLOGO y a la deliberación frente a la actual polarización. El acuerdo, en su caso, vendrá después. Lo posible, en la actual situación de incertidumbre y complejidad, sería explorar el perímetro que delimita el marco constitucional y no la reforma hoy impensable y mucho menos la ficción de un proceso constituyente. Empezar por tanto por lo más FÁCIL y CERCANO.

Contando para ello con una legitimación modesta, en materias de CERCANÍA a las necesidades de los ciudadanos, que reduzcan el malestar y la desconfianza y vayan creando un futuro clima de consenso. Ante todo, la cuestión social y la DESIGUALDAD con medidas para recuperar el contrato social perdido y en especial la política de salud y los servicios sociales. En el camino de su carácter de derecho subjetivo en la futura reforma de la Constitución. Por otra parte, la transparencia, la investidura, los aforamientos, la división de poderes y lucha contra la CORRUPCIÓN. Como premisa, con el acuerdo para la RENOVACIÓN del Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas. Asimismo, el diálogo TERRITORIAL. Empezando por el diálogo con CATALUÑA, el nuevo modelo de FINANCIACIÓN, la institucionalización de la CONFERENCIA de presidentes y la eterna reforma del SENADO. Instrumentos en los que ha de residir la solución general para el conflicto en Cataluña. Cualquier solución percibida como solo bilateral dañaría las bases del entendimiento constitucional y nos instalará en un Estado conflictual cada vez más debilitado) En el camino del modelo cooperativo federalizante. Y asimismo sentar las bases de la modernización avanzando en cuanto a igualdad de género, cambio climático y medio ambiente y derechos en la sociedad digital. Todo ello en el marco de la Unión Europea y su consiguiente impacto en la soberanía y el reparto de competencias.

Este camino podría favorecer en el futuro una reforma constitucional hoy por hoy imposible, encaminada a superar, también de forma inductiva, las disfunciones detectadas más recientemente relacionadas con la investidura, los aforamientos o la inviolabilidad del rey o también para afrontar medidas modernizadoras, en particular las ligadas a la Unión Europea.

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Aunque la mejor forma de favorecer las reformas constitucionales en el futuro será evitar la consolidación y normalización del sistema populista. Hay que entender que el populismo no es un episodio desafortunado, sin más, de la vida política. El populismo es un sistema alternativo a la democracia representativa, si bien es cierto, surge inicialmente como patología degenerativa de la misma. Esta forma de entender la política, que se ha instalado hace casi una década, afecta al marco epistemológico en el que la sociedad elabora el pensamiento político, por eso el concepto de pacto constitucional y de sociedad plural ha colapsado durante estos años. Todos los partidos, en mayor o menor medida, están afectados en su marco cognitivo. Al ser un sistema sociopolítico, el populismo ya no es sólo patrimonio de los partidos, sino que se extiende a los medios de comunicación y al conjunto de la sociedad. Recuperarse de ese colapso requiere recuperar el pensamiento y la acción democrática evitando para eso tanto el elitismo como el simplismo y trabajando sobre todo para cauterizar las heridas de la democracia de las que estos populismos germinan entre las que destacan la corrupción, la desigualdad, el mal funcionamiento de las instituciones, la falta de participación y de civismo. En este sentido, cada vez es más necesaria la recuperación de un pensamiento de izquierdas que quedó interrumpido. Una izquierda que proclamó que su identidad era indisociable al concepto democrático y que, por eso, entiende que toda Constitución sólo puede ser fruto del equilibrio de la pluralidad, un equilibrio que cambia con el tiempo.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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